Desde hace dos o tres generaciones, los católicos hemos ido
cambiando radicalmente en cuestiones de moral
(pese a que los documentos eclesiásticos se han mantenido en una clara
posición en favor de la doctrina de siempre, por ejemplo la H.V. de Pablo VI o
la V.S. de Juan Pablo II, aunque esta claridad ha cambiado considerablemente
con la A.L.).
Hace dos o tres
generaciones, a cualquier católico -sin excepción- le hubiera parecido algo
diabólico reconocer el aborto como un derecho. Hoy la mayoría de católicos lo
acepta.
Hace dos o tres generaciones, los católicos consideraban el
preservativo como objetivamente pecaminoso (aunque algunos lo usasen). Hoy la
inmensa mayoría lo considera una cuestión de conciencia, y el porcentaje de los
que lo rechazan en su vida matrimonial es ínfimo.
Hace tres generaciones, si a un católico se le preguntase
sobre casar con todos los efectos a una pareja de homosexuales, pensaría que estamos de broma. Hoy -estoy
convencido- la mayoría de católicos acepta esa parodia de matrimonio.
Hace tres generaciones todos los católicos -sin excepción-
comulgaban de rodillas y en la boca (y como diría Pablo "con temor y
temblor"); hoy se mira mal al que se arrodilla en el suelo (ya no hay
reclinatorio) para recibirla.
Creo, en fin, que la A.L. es un intento desesperado de
ajustar con calzador de hierro la doctrina milenaria de la Iglesia a la
realidad de un mundo que ya no quiere saber nada de doctrinas sobre el
contención, la castidad, el sacrificio, la necesidad de la conversión o la
fuerza transformadora de la Gracia; es un intento de mantener la doctrina en la
teoría y a la vez cambiarla en la práctica, y en última instancia es el reflejo de una radical falta de
fe en la capacidad de Jesús de transformar nuestras vidas de pecado. Es una
rendición literal de los pastores a los lobos.
Y es - a mi humilde juicio de cristiano- el peor camino que
se ha podido tomar, y hará que, al igual que ha sucedido con otras cuestiones
de moral, dentro de una generación -si el Señor no lo impide antes- la
inmensísima mayoría de católicos vean como normal que los adúlteros, los
arrejuntados o cualquier pecador público, sin arrepentimiento, conversión y
penitencia, accedan a la comunión eucarística.
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