jueves, 26 de mayo de 2022
Una lectura teológica de un magnífico ensayo jurídico y político.
miércoles, 18 de mayo de 2022
La ampliación del derecho a matar.
El “anteproyecto de ley”
sobre el aborto que este martes aprobó el Consejo de Ministros y fue
presentado por la Ministra de Igualdad, la señora de Iglesias, debería mejor calificarse como un “antiproyecto de ley. En rigor no existe nada más contrario a la
ley, al derecho (y al sentido común) que ese engendro prelegislativo que propone,
entre otras barbaridades, que menores de edad (que necesitan, por ejemplo, de
una autorización paterna para hacer una excursión con sus compañeros de
colegio) puedan practicarse una carnicería en su cuerpo y en su alma sin el
consentimiento de sus padres y tutores.
Lo que más me indigna, sin embargo, es que se insista, por activa y
por pasiva, desde casi todos los medios de comunicación, en que la futura ley “ampliará derechos”. Como hemos visto,
en este caso no podemos hablar de algo llamado ley, sino de lo absolutamente
opuesto a la precisa definición tomista: una
deformada ordenación de la razón (irracional), con vistas al presunto bien
particular de unos frente a otros (contraria al bien común) y dictada por
quienes tienen a su cargo no el cuidado sino la disolución de la comunidad.
La respuesta a esa falacia de la “ampliación de derechos” no
puede ser otra que la convicción de que nunca se amplían los derechos de unos si es a costa de la pérdida absoluta y definitiva de derechos de
otros. El incremento de los derechos de una parte en perjuicio de otra, no es
ampliación de derechos sino entronización de la tiranía. La fuerza del derecho
radica en su ajuste a la recta razón, que postula que, dentro de la desigualdad
de todos los seres humanos -unos más
inteligentes o más fuertes que otros-, deben implementarse unas reglas que
impidan que los primeros decidan injustamente sobre los segundos, como sucede
en el aborto, o en las leyes nazis discriminatorias por motivo de raza. La fuerza es un mero instrumento necesario
para defender el derecho de todos, no para restringir o destruir los de terceros o de
minorías.
Una de las glorias del derecho occidental clásico, por la
influencia del cristianismo, ha sido la existencia de magníficas leyes
humanitarias y de protección a las personas más necesitadas de la sociedad. Sin
embargo, con la legalización del aborto, occidente ha descendido a la barbarie,
y no por ser éste un crimen silencioso resulta menos elocuente (al menos para
quienes creemos que la recta razón y la recta moral deben ser los inspiradores
de cualquier legislación). En el mismo Occidente nadie cuestiona hoy que la
instauración legal de la esclavitud o de leyes que someten a las mujeres a la mayor fuerza física del
varón son dos ejemplos típicos de injusticia y tiranía. Pero cuidado, pues
ambas injusticias pueden juzgarse como “ampliación
de derechos”. Si se legaliza la esclavitud, sin duda se incrementan los
bienes y las prerrogativas de aquél que posee un esclavo, pero lo es a costa de
la persona esclavizada, que es privada de todos sus derechos; un desequilibrio injusto en favor de unos, que son los más
fuertes. O el ejemplo de las sociedades talibanes, donde la mayor
fuerza física de los hombres sobre las mujeres, ha reducido a éstas –de hecho y
de derecho- a seres de segunda, sujetas al arbitrio de ellos. Pues lo mismo
sucede en el aborto, pues se potencian los
derechos de los violentos contra los vulnerables, de quien puede matar contra quien
no puede defenderse. Si la institución
de la esclavitud o la tiranía religiosa de los talibanes repugna a cualquier
persona decente; cómo es que muchas personas que conocemos y consideramos
respetables defienden hoy ese clarísimo ejemplo de crueldad injusta que es el
aborto. No son tontos, y se dan perfecta cuenta de esto, pero suspenden el
juicio por cobardía o por respetos humanos. Podríamos decir que el progresismo
ha castrado intelectualmente a la mayoría de la sociedad.
En definitiva, la ley del aborto es la contraley, el contrafuero
por excelencia: se permite que el poderoso ejecute un
asesinato brutal y sanguinolento, pero silencioso y discreto, porque se mata al
más inocente de todos los seres humanos en la siniestra simplicidad de un
moderno quirófano. A un inocente que no puede ni gritar, ni protestar ni defender su derecho a
salir del seno materno cuando el reloj biológico lo ordene. No puede defenderse porque ya ha sido eliminado, y sus restos reciclados para usos
varios –cosméticos o vacunas por ejemplo-, con lo que evocamos el siniestro
empleo que los nazis hacían con los
restos de los judíos que asesinaban, reutilizados para confeccionar zapatillas
de marineros, sogas o colchones. Nada
nuevo bajo el sol.
Añadiríamos, además, para mayor vergüenza de las feministas que es un
anteproyecto que lleva en su espíritu la paradoja y la ironía de poder promover –como de hecho
sucede en muchos países- el que se elimine al feto por el único motivo de su sexo
femenino. Es verdad que los abortos por razones de género no son habituales en
el mundo occidental (sí son muy generalizados en países como China o India),
pero no podemos excluirlos en nuestro “civilizado entorno”. Podríamos afirmar en conclusión que esta ley
sobre el aborto no sólo es una ley tiránica –contraria al bien común, porque
excluye de esa comunidad a los más débiles y necesitados- sino potencialmente
machista.
Finalmente, quiero
destacar que con este anteproyecto (antiproyecto) no se busca el progreso de
una sociedad (tal y como se nos anuncia por casi todos los medios de
comunicación, bien apesebrados) sino su disolución. No se amplían sus derechos sino que se coadyuva a su destrucción. En efecto, el
proponer una ley que facilita en aborto
en un país como el nuestro (donde las tasas de natalidad han decrecido hasta el
punto de disputar con Italia el triste puesto de nación del mundo con menores
nacimientos cada año), es claro que no se pretende el cuidado de la
comunidad (que diría Santo Tomás). En
este sentido, es necesario vincular esta contraley con otros dislates como la obsesiva promoción del homosexualismo (y
la represión a aquellos psicólogos y psiquiatras que desean ayudar a
homosexuales que sufren porque perciben dolorosamente la anormalidad de su tendencia), así como la
facilidad para el cambio de sexo o para la eutanasia; políticas todas insertas en la llamada cultura de la muerte, implementadas por oscuros organismos
internacionales, obsesionados por reducir drásticamente la población,
sobre todo de países occidentales.
Por lo tanto, junto a la irracionalidad y el privilegio
absoluto de unos frente a otros, la tercera característica de este dislate legislativo es
promover la descomposición de una sociedad, pero no debemos fijarnos sobre todo
en esa perspectiva numérica de reducción de la población. Más grave es el
aspecto moral –la desvalorización de la dignidad humana por las
nuevas generaciones- , cuando el elemento didáctico y ejemplar que debe
tener la ley en una sociedad, se
transforma en una justificación de la bajeza, la crueldad y la maldad. Y así se
facilita a las niñas y adolescentes que pueden asesinar a sus hijos con la misma
naturalidad que quitarse un grano que les afea la cara o, como dijo una exministra de cuyo nombre no quiero acordarme, “ponerse tetas”. Acabaremos siendo -si no lo somos ya- una sociedad envejecida y envilecida. Y lo segundo es peor que lo primero.
En conclusión, reiteramos lo dicho al principio: no nos encontramos, por tanto, con un “anteprotecto de ley”, sino con un “antiprotecto de ley”. Una parodia de lo que la civilización ha
entendido como la expresión del derecho. Tras años y años de casi unívoca
propaganda de la inmensa mayoría de medios de comunicación y de la casi totalidad de los partidos
políticos –hasta de los que se decían de ideario cristiano, véase PP- en favor de la legalización (o del
mantenimiento) de este crimen, sólo puedo cerrar estas reflexiones con una
triste constatación.
Hasta la mitad del siglo pasado, las argumentaciones que he
dado eran obvias para la inmensa mayoría de las personas, sobre todo si eran
cristianas. Hoy ya no lo son, y –lo que es peor- ni tan siquiera para los
cristianos. En el colegio de ideario católico donde cursó mi hija, la mayoría de sus
compañeras adolescentes admitían y justificaban el aborto como un derecho de la
mujer, y no estaban dispuestas a dar un paso atrás en esa convicción. Algo inimaginable años atrás.
¿Cómo se ha llegado a eso? No encuentro razones lógicas, y
por tanto, aunque he defendido en este comentario una posición estrictamente
racional, voy a cerrarlo con una que admito abiertamente como creencia: la razón última del cambio de
las mentalidades en nuestro tiempo, encaminándose hacia el mal, es preternatural, es abiertamente diabólica.
Antes hablé de oscuros organismos internacionales cuya
finalidad última es reducir drásticamente la población, y para ello implementan
políticas contrarias a la vida. Le conozcan o no, le hacen el juego a
un ser que curiosamente no tiene cuerpo,
pues es puro espíritu; un ser que sin
embargo odia a muerte el cuerpo humano, porque su principal enemigo se encarnó en el vientre
de una mujer. Y por ello se deleita contemplando cómo se trituran, achicharran o despedazan
millones y millones de fetos en los abortorios del mundo. Pero más aún disfruta
con haber engatusado a la mayoría de las
personas y Estados, con la falacia de que ese asesinato miserable y cobarde es
un derecho irrenunciable. Domesticadas las conciencias en un tema tan dramático,
sólo queda que algún día venga su vicario e imponga el reino del
Anticristo.
El aborto –el haberse logrado su legalización y sobre todo su
aceptación social mayoritaria- es una tarea demasiado siniestra para ser sólo
obra de mortales. El hombre por lo general es más miserable que malvado, no es
tan perverso para una obra tan abyecta. Afirmo sin dudar que es un triunfo
inmenso del ser que llamamos Satanás, ese que fue calificado por el Señor como “homicida desde el principio” (Jn. 8,44).
martes, 10 de mayo de 2022
Sobre las palabras del Papa ante el Pontificio Instituto Litúrgico.
miércoles, 4 de mayo de 2022
Tres consideraciones sobre la filtración del borrador de la sentencia sobre el aborto en EEUU.
La gran noticia judicial de estos días que parecen preapocalipticos (pues incluso se nos anuncia la posibilidad de un viaje del papa a Rusia), la focalizamos en EEUU, y no precisamente por una resolución firme emitida por su más alto Tribunal Federal, sino por un mero borrador de una decisión que, en principio, tendría que dictarse públicamente a fines de junio. Se trata, como todos ya conocen, de la filtración de una sentencia que revocaría el derecho actual de las mujeres gestantes a triturar o a envenenar al ser humano que llevan en su vientre; criminal derecho (valga el oxímoron) que está vigente en los EEUU (y por extensión en toda la Europa, antes cristiana) desde la década de los setenta del pasado siglo.
Dicho documento manifiesta con total claridad lo siguiente:
"Consideramos que (las Sentencias Roe y Casey) deben ser anuladas. La Constitución no hace ninguna referencia al aborto, y tal derecho no está protegido implícitamente en ninguna previsión constitucional".
En resumidas cuentas, el aborto deja de ser un derecho.
Una noticia tan luminosa para la causa del bien, se ha recibido mayoritariamente en nuestras sociedades con el rostro indignado de quien se cree objeto de una brutal injusticia. Protestan las televisiones, las radios, los periódicos (en internet o en papel); braman los progres, las feministas, los ateos, los católicos mundanos (es decir, casi todo el mundo). Sólo escasísimos medios de comunicación -generalmente de ámbito específicamente cristiano- han mostrado su alegría por lo que acertadamente se considera como una seria esperanza de acabar (o, al menos, restringir severamente) con el que -a mi juicio y al de algunos otros- es el mayor crimen perpetrado en la historia de humanidad desde los inicios del pecado del hombre. Sorprendentemente, Roma -que podría pedir a todas las Iglesias del mundo la celebración simultánea de un Te Deum por tan maravillosa noticia- se calla, aunque probablemente lo haga por su alabada prudencia, pues hablamos de un mero trabajo preliminar, y es cierto que no debemos vender la piel del oso antes de cazarlo. Confío, por tanto, en que repiquen universalmente las campanas si en junio se confirma, con una resolución firme, ese mero borrador.
Son tres las consideraciones que me suscita esta magnífica noticia. La primera ya la he apuntado, y es la práctica unanimidad de los grandes medios de masas en criticarla con dureza extrema; poco o más o menos, como si ese borrador pretendiera que hay que volver a los tiempos de la segregación racial en los EEUU. La insistencia con la que se presenta esa filtración como una restricción de derechos fundamentales, demuestra el grado de abyección (moral pero sobre todo intelectual) al que se ha llegado desde nuestro civilizado mundo occidental. El aborto es, en su más pura esencia, la entronización del poder absoluto (hasta matar cruelmente) del fuerte sobre el débil, es decir, la mayor injusticia que la conciencia de la humanidad ha reconocido desde siempre, el antiderecho y el mal por excelencia. La comparación con los genocidios perpetrados el pasado (fundamentados en la mayor fuerza de unas naciones o razas sobre las demás), aunque se usa con exceso y a veces con poca precisión, no deja de tener cierta verdad. Todo se activa al deshumanizar a la víctima, al ser humano (eso es también el feto) despojado de su elemental dignidad como miembro de la especie humana, y que va a ser sacrificado en el altar de un Moloc llamado "progreso". Y lo más terrible es que la gran mayoría de occidentales ha aceptado tan monstruoso y homicida error, aunque jamás les pasara por mientes cometer un aborto. Pero el Libro de los Proverbios (17,5), no sólo considera abominable al que hace un acto injusto (como el aborto), sino también al que lo justifica:
"El que justifica al impío, y el que condena al justo, ambos son igualmente abominación al Señor".
Y también me gustaría recordar a estos que omiten el juicio condenatorio sobre el aborto (muchos de los cuales son bautizados), la dureza de la Biblia contra ese tipo de prácticas, a las que asocia con la idolatría y los sacrificios rituales de inocentes:
"homicidas despiadados de sus hijos, banquetes canibalescos de carnes humanas y de sangre; a esos iniciados, salidos de en medio de una bacanal, y padres asesinos de seres indefensos" (Sab. 12,5-6). o
"Luego no bastó el errar en el conocimiento de Dios, sino que además viviendo en grande guerra de ignorancia, a tamaños males saludan con el nombre de paz. Pues celebrando iniciaciones infanticidas, o misterios clandestinos o locas orgías de ritos exóticos, ya ni las vidas, ni los matrimonios guardan limpios" (Sab. 14, 22-24).
La segunda consideración radica en la excepcionalidad del hecho mismo de la filtración, algo insólito -según los expertos- en la historia judicial de los EEUU. Como toda filtración, su origen puede estar en una indiscreción (o una negligencia) o sencillamente haber sido deliberadamente realizada, lo que implica intencionalidad y mala fe. Esta última posibilidad es la que, a mi juicio, resulta la más probable, porque la polémica del asunto, y la división que se ha producido en torno a él, quizás haya motivado la emisión de ese globo sonda para calibrar la respuesta de la ciudadanía. Y, dependiendo de ésta, confirmar o modificar más adelante la referida resolución. Si eso es así, el Tribunal Supremo de los EEUU estaría actuando no en base a principios sino a percepciones mediáticas, lo que es una prueba clara de perversión del derecho. Parece como si los jueces estuvieran curándose en salud con lo siguiente: hemos intentando ser justos, de acuerdo, pero si la mayoría de nuestros ciudadanos no lo entiende así, deberemos ser injustos". Ojalá yo esté equivocando, y tengan arrestos de ratificar en junio este borrador.
Que eso pase en EEUU, por lo visto, es anormal. Que ocurra constantemente en España es usual. Y no sólo filtraciones. La deseada sentencia del Tribunal Constitucional sobre la ley de barra libre sobre el aborto que promulgó ZP (pronunciar su nombre completo resulta maléfico) sigue, año tras año, en un cajón de sus salas, y aunque casi todos le echan la culpa a los magistrados (es un decir) que la componen, parece olvidarse que el primer responsable de ese malicioso retardo fue el actual partido líder de la oposición, el PP.
En efecto, en la época del primer gobierno de Rajoy, el PP tuvo la última mayoría absoluta de la democracia española, y éste se negó a derogar las leyes ideológicas de ZP (aborto, ideología de género, memoria histórica y gaymonio). Y es obvio que, viendo la desidia y falta de principios del político pontevedrés, los magistrados (es un decir) del Tribunal Constitucional llegaron a la siguiente y lógica conclusión: "si quien, estando en la oposición, recurrió por inconstitucional la norma que reconoce al aborto como derecho, se niega a derogarla ahora que ha obtenido mayoría absoluta, cómo tiene la desfachatez de echarnos a nosotros el muerto encima de una declaración de inconstitucionalidad por la que nos van a machacar los medios de comunicación desde Irún hasta Tarifa".
Es la misma lógica cobarde, si nos fijamos con atención, que ha llevado a alguien de ese Tribunal Supremo estadounidense a tirar por el suelo el prestigio de tal alta institución, filtrando el susodicho borrador. La justicia y el derecho no como reyes sino como esclavos, guiados no por la verdad sino por el miedo.
La tercera y última consideración que quiero hacer es acerca de la actitud del anciano presidente de esa poderosa nación, que es un bautizado católico, y suele frecuentar (generalmente cuando hay cámaras de por medio) el sacramento de la Eucaristía, y al que todavía nadie competente le ha negado el acceso a los sacramentos. Pues este sujeto no ha perdido tiempo para afirmar con toda claridad y de manera pública -con escándalo de todos los católicos que compartimos con él la gracia del bautismo- que:
1º.- Combatirá cualquier sentencia que elimine o restrinja el aborto.
2º.- El aborto es un derecho de las mujeres.
3º.- Tomará todas las medidas necesarias para garantizarlo en todo el país, pese a la actitud rebelde de algunos Estados de la Unión.
Lo ha manifestado de diversas maneras y se queda tan pancho. Y casi nadie se ha dirigido a él para echarle en cara el mal que está haciendo con sus palabras y sus actos. Yo soy católico y abogado (aunque no experto en derecho canónico), pero el sentido más elemental de justicia debería llevar al obispo de su diócesis a excomulgarle -y de manera explícita y pública, esto es ferendae-, por arrastrar al mal, obstinadamente y con escándalo, a muchos fieles de buena fe, e incentivar posturas consideradas como contrarias a la fe y a la moral católicas. ¿Se puede dudar de que promover públicamente el crimen del aborto como un derecho, desde la posición alta e influyente que tiene encomendada un presidente católico de una poderosa nación, es burlarse explícitamente de las creencias católicas y hacerle un daño importante a la credibilidad de la fe cristiana? Los fieles estamos hartos de que se nos arguya que el aborto sólo implica la excomunión de quienes participan directamente en el mismo -quien procura el aborto, si éste se produce- (canon 1398 Código de Derecho Canónico)-, cuando el propio derecho canónico habla de excomunión en caso de herejía (Canon 1364).
La defensa pública del aborto como un derecho no sólo contradice la moral católica, sino incluso los contenidos de la fe -es por tanto una herejía-, pues se niega de plano la verdad católica de que Dios crea las almas directamente desde el mismo momento de la concepción, y cierra la posibilidad de bautizarse a muchos seres humanos que son eliminados antes de que puedan nacer, lo que puede poner en peligro su salvación. Aunque la más moderna teología - véase lo dicho por el buen papa Benedicto XVI- consideró que las víctimas del aborto serían acogidas por la dulce misericordia de quien dijo: "dejad que los niños se acerquen a Mí", la cuestión no está definitivamente cerrada, es decir, hay un riesgo de que esos niños no alcancen la meta de estar eternamente junto a Dios. Que alguien que se define como católico haya promovido tal maldad, no sólo debería ser explícita y públicamente excomulgado, sino limitarle el levantamiento de esa excomunión al cumplimiento de unas gravísimas penitencias durante el tiempo que le restase de vida.
Pero eso ya sabemos que no sucederá.