lunes, 27 de septiembre de 2021

Carta abierta a D. Federico Jiménez Losantos



(Esta carta se ha enviado al correo electrónico de ESRADIO este mismo día 27 de septiembre)

Estimado y admirado D. Federico, me dirijo a vd., como oyente habitual de “La mañana” de ESRADIO y como lector no sólo de sus habituales artículos en “Libertad Digital”, sino también de buena parte de sus libros. De ellos puedo decir, que no sólo me han enseñado muchísimas cosas (y buenas), sino que su lectura, en sí misma, ha sido una delicia, porque los que leemos habitualmente a los clásicos españoles, percibimos con fruición que su estilo se nutre de ellos. El último que leí fue su extraordinaria crónica sobre los años que estuvo (y purgó) en la COPE, llena de un prodigioso humor no exento de cierto aroma trágico. Y tengo en capilla la lectura de sus dos libros sobre el comunismo, que ya he adquirido y que, como todos los demás que he disfrutado, sé que no me decepcionarán. Coincido con vd. en mi repugnancia intelectual y moral hacia los totalitarismos y a los separatismos, y también en su idea angular sobre la necesidad de que la libertad del ciudadano se vincule, en una sociedad madura, a su responsabilidad, de tal modo que sea él y no el papá Estado quien –como dice nuestro Cervantes –“se forje su ventura”.  

Mi nombre es Luis López, y soy abogado de Sevilla, casado, con tres hijos, y tengo cincuenta y un años. Dejando ya a un lado mis sinceros elogios hacia su persona y su obra, la razón por la que me atrevo a escribirle esta carta es manifestarle, respetuosamente, mi discrepancia (y reproche) por ciertas cosas que le he oído en los últimos programas acerca de la problemática de las vacunas, más en relación con el tono  despectivo usado para criticar la discrepancia, que sobre el fondo del problema. También aprovecho, igualmente, este momento para manifestar mi pésame por la muerte trágica de vuestra querida compañera Elia. Mis condolencias a toda su familia (incluida la de ESRADIO), y –como cristiano que soy- contad mis oraciones por su alma. Y mi desprecio a los malvados que han intentado vincular esta muerte a sus ideologías antivacunas. 

Le escribo esta carta pública -la he incluido en mi blog "noliteconformari.blogspot.com"- porque le he oído comentarios en los que ha vertido expresiones muy duras, no sólo contra el movimiento “antivacunas” (que comparto básicamente) sino también contra los que –como yo-, en el ejercicio de nuestra libertad y responsabilidad (y ponderando todos los factores en juego) hemos tomado la difícil decisión de no vacunarnos. Difícil decisión, en efecto, porque sé que hay muchos buenos argumentos que invitan a vacunarse (y que se han difundido masivamente por casi la totalidad de todas las televisiones y medios de comunicación del mundo). Pero hay también argumentos razonables (aunque a vd. no se lo parezcan, lo que yo respeto) que invitan a la cautela con este asunto, a ponderar todos los intereses en juego, empezando por la propia salud. Argumentos que se han intentado o ningunear o ridiculizar –de manera también masiva-, usando la conocida falacia del “hombre de paja”.  

Le he dicho anteriormente que hago mía buena parte de sus críticas al movimiento “antivacunas”, porque no parece sensato cuestionar en sí mismo el hecho de las vacunas, productos que prácticamente han acabado con muchas enfermedades que segaban la vida a cientos de miles de personas en el pasado. Eso es un hecho incuestionable. Es más, comparto con vd. el hecho de que las mismas vacunas del COVID –según los datos- han contribuido a rebajar en muchos casos la gravedad de la enfermedad, reduciendo considerablemente los porcentajes de fallecidos en personas de más riesgo (ancianos en residencias, sanitarios…). Aunque también parece cierto que, como en el caso de Israel y de la misma España (con un porcentaje altísimo de población vacunada), no se elimina la posibilidad de transmitir y enfermar. 

Lo que critico y me parece poco respetuoso es que vd. llame “imbéciles” (esta mañana misma, 27-09-21 mientras estaba en duermevela) a los que, sin tener nada que ver ni ideológica ni moralmente con los “antivacunas”, no nos hemos vacunado por la incertidumbre acerca de efectos a largo plazo de unos productos novedosos, que llevan en el mercado menos de un año.   

Tras el exabrupto, Vd. quiso rebatir la crítica que se hace a la incertidumbre sobre los efectos secundarios de las vacunas no testadas temporalmente, con dos argumentos: primero, que han muerto en España 140.000 personas (cifra bastante superior a las que indican las estadísticas oficiales, pero que daré por buena porque me fío más de vd. que del gobierno mentiroso que nos malgobierna). Parece decirnos que como la mortalidad ha sido muy alta, es necesario asumir riesgos. Y estoy de acuerdo, como luego verá, en el principio general pero no en su aplicación a esta situación en que nos hallamos.

Y segundo, que los que no nos vacunamos somos peligrosos porque podemos “matar” a los demás. Para evitar un hipotético peligro de muerte de terceros, debemos asumir un riesgo propio inoculándonos una vacuna nueva. Es verdad que, en cuanto al riesgo asumido al vacunarse, es ciertamente ínfimo a corto plazo (la experiencia de la vacunación sólo ha producido efectos indeseables graves en escasísimos casos). Sin embargo, a largo plazo ese riesgo es incierto, pues no sabemos cómo puede evolucionar en el transcurso de los años porque sencillamente nos falta tiempo. Ese es uno de los problemas más serios de la vacunación, que no puede despacharse con descalificaciones como ha hecho vd. 

Intentaré refutar esas objeciones. Con carácter previo, como puede comprobar, entiendo perfectamente su posición y la respeto (no la deformo con falacias), pero no puedo admitir que vd. no respete a quienes en este punto no compartimos su visión, y nos insulte como ha hecho hoy. No voy a entrar en una inacabable guerra de datos, salvo citar uno que saqué hace unos meses del Ministerio de Ciencia, que viene referido a personas de mi edad (de 50 a 60 años), y que por supuesto estoy dispuesto a corregir si he cometido un error al transcribirlos o interpretarlos. Yo tengo, como ya he dicho, 51 años.

Según esa estadística, de cien personas que se infectan de COVID en esa franja de edad, la mayoría es, o asintomática o la pasan con síntomas leves. Sólo entre un 5% y un 7% debe ser hospitalizado (y en algunos casos sólo por precaución y para vigilar la evolución, no por gravedad); un 1% acaba en la UCI y finalmente un 0,1% fallece.

Gracias a Dios, yo todavía no he cogido el COVID, y confío en no enfermar, por lo que obedezco responsablemente todas las medidas de seguridad imperantes; he cambiado algunos hábitos sociales y actúo en público con la prudencia que me indican las autoridades. Entiendo que si, para mi desgracia, enfermase de COVID, los efectos en mi cuerpo –de acuerdo a las estadísticas- no serían graves probablemente. Y generaría anticuerpos naturales para futuras infecciones, anticuerpos que por ser naturales no producirían los trastornos autoinmunes que, según algunos científicos (minoritarios), podrían producir las vacunas. Éstas son, como sabemos, productos artificiales -y algunas- emplean novedosas técnicas de terapia génica como las de ARN-m.

¿Pero podrían ser esos efectos, si no me vacuno, graves hasta el punto de morir en el caso de que me contagie de COVID? Sí, es una posibilidad. Sería muy extraño, pero lo asumo. Como también asumiría, en el caso de que me vacunase, el que se produjese un indeseable efecto malo a corto o a largo plazo. Rarísimo en el primer caso (a corto plazo) e incierto en el segundo (a largo plazo). Las decisiones libres sobre cuestiones que llevan aparejados pros y contras, sean cuales sean, deben asumirse con responsabilidad y hombría. Quienes desde luego no van a asumir los efectos perniciosos, si se producen, son las farmacéuticas.    

En definitiva, con esos datos oficiales, me parece que no es irrazonable decidir no vacunarse, dada la edad que tengo. Si tuviera más de 70 años, los porcentajes anteriores se incrementan de manera progresiva (y preocupante), y sin duda me vacunaría, aceptando el riesgo de futuros efectos deletéreos de las vacunas. Hay que tener en cuenta que la inmensa mayoría de fallecidos se ha producido en franjas de edad muy altas –y con patologías previas- y en un tiempo (los primeros meses de marzo de 2020, al principio de la crisis), donde por la irresponsabilidad del gobierno no había medios para combatir adecuadamente este virus. Y ahora sí los hay, ya estamos apercibidos.

Es verdad que también hay algún caso de personas jóvenes y sin patologías previas que han muerto –las televisiones, los periódicos y los digitales en bloque destacan una y otra vez esas noticias-, pero el hecho de que se recuerde un hecho excepcional decenas de veces no niega la excepcionalidad del hecho; es la noticia la que se hace habitual, no el acontecimiento, por lo que esa reiteración habría que calificarla como manipulación. Parafraseando a Goebbels, "un hecho excepcional mil veces repetido, no se convierte en un hecho habitual". 

En segundo lugar, parece que los que no nos vacunamos somos ciudadanos peligrosos porque podemos “matar” a alguien, somos como “potenciales asesinos”. Ese argumento es tramposo y deleznable. Valdría si la vacunación eliminase definitivamente la transmisión, si el vacunando no pudiera ya ni transmitir ni recibir la enfermedad, pero eso no es así como ya sabemos. Es tramposo, porque, dado que no se impide la infección a otro aunque se esté vacunado, también podría matar un vacunado a otro no vacunado (o incluso vacunado), si coinciden unas desgraciadas circunstancias. No hay certeza alguna de que la enfermedad que coja el no vacunado, procedente del vacunado, sea siempre (es decir, con abstracción de las circunstancias del caso concreto) menos grave que la que pueda transmitirle otro no vacunado, porque eso dependerá no sólo de la carga vírica que se transmita (que puede ser incluso en el no vacunado inferior a la del vacunado en algunas circunstancias), sino también de las condiciones del que coge la enfermedad. Mientras exista una pandemia, siempre habrá riesgo de transmisión, y aunque podamos conceder que los no vacunados en teoría tendrían más carga vírica que los vacunados, ese dato no siempre es así, y la posibilidad de muerte depende muchas otras condiciones y situaciones que no podemos controlar. Un no vacunado que se mezcle poco con la gente y que guarde siempre medidas de seguridad, sin duda tiene menos peligro que un vacunado irresponsable que sale de juerga todas las noches y se besuquea con todo el mundo. En definitiva, es tramposo e infantil decir “y tú más”.

Y es deleznable porque usa la misma falacia de trazo grueso de los movimientos antivacunas, que llaman asesinos a los fabricantes de vacunas por el hecho de que la administración de una vacuna legalmente aprobada haya podido excepcionalmente matar a alguien. Pero tal hecho, como dicta el sentido común, no convierte en asesino al fabricante que la hizo, al médico que la recetó o al enfermero que la administró. Utilizar esa manera de razonar frente a los que, en nuestra libertad y bajo nuestra responsabilidad, hemos decidido no vacunarnos, es embarrar el terreno de juego, es pretender ganar un partido haciendo demagogia (es decir, burdas trampas intelectuales).         

En definitiva, D. Federico, no me parece ni correcto ni justo que use insultos para referirse a los que libremente hemos decido no vacunarnos, y asumimos las consecuencias de nuestro acto libre y meditado. Que admitamos sin reserva mental el hecho, contrastado históricamente, de la bondad general de las vacunas, no significa cegarnos ante la eventualidad de  posibles efectos adversos, a corto o a largo plazo, en vacunas novedosas. Si se producen futuras pandemias mucho más letales que el COVID (Dios no lo quiera), en esos supuestos la balanza sin duda oscilará hacia la vacunación. En otros casos menos letales que el COVID, la balanza marcará no vacunación. El problema es que, en este dilema que nos afecta hoy, percibo la balanza muy centrada, y las razones de una y otra parte se neutralizan. Aquí, ante esta duda, sólo puede actuar la libertad de una persona, la cual, tras informarse por todos los canales que sepa y pueda, será quien en última instancia tome una decisión, que puede ser correcta o equivocada. En todo caso es -debe ser- una decisión libre y responsable que merece respeto –criticada si quieren, por supuesto-, pero siempre respetada. Por eso le pido que en lo sucesivo, tenga en cuenta estas apreciaciones, y que no juzgue con idéntica ley del embudo tanto a los que hacemos objeciones razonadas (así lo creo honestamente) a esta vacunación masiva, como a los fanáticos que no razonan y sólo embisten (como diría mi paisano Antonio Machado). 

Me despido de vd. en la seguridad de que seguiré escuchándole con el mismo agrado e interés de siempre. Y leyendo y anotando sus estupendos libros, con los que tanto he aprendido y que tanto placer me proporcionan con su lectura. Cordialmente. Luis