viernes, 10 de febrero de 2023

Una mirada cristiana al infierno de The whale (La ballena).



NOTA SOBRE SPOILER: Para los que tengan intención de ver esta película, aviso que en esta reflexión se describen situaciones y pormenores de la trama.

Hace unos días fui al cine con mi hijo Miguel de 17 años a ver la película, The whale (La ballena), pese a que la historia que narraba, en principio, no me interesaba. En todo caso, me convenció el tesón y la pasión de Miguel por el cine (la misma que yo tenía a su edad, snif...) y también la excelente impresión que me produjo la anterior cinta de su director, el judío Darren Aronofsky (una visión muy particular, si bien a mi juicio no excesivamente desencaminada de la historia bíblica del patriarca Noé). 

Había escuchado anteriormente algún elogio a la actuación de Oscar de Brendan Fraser, pero la verdad es que de esa película conocía poco, por lo que fui en un estado diríamos de virginidad. Situación ésta que, desde la escena inicial, quedó más que desflorada. En efecto, lo primero que en pantalla nos mostraba era a un sujeto de casi trescientos kilos de peso sobre un sofá, intentando encontrarse con su mano su miembro viril (remetido y casi perdido entre los pliegues de su carne) mientras contemplaba en el ordenador una escena de porno gay. El director, con esta imagen tan deliberadamente grotesca y escandalosa, aparte de explicitarnos la tendencia sexual del protagonista, pretendía lograr que éste se nos hiciera repulsivo, al menos inicialmente. Y también fijar invariablemente el tono teatral de su película: una estética consciente y visualmente sucia, claustrofóbica (se desarrolla prácticamente en un salón de penosa iluminación) y hasta apestosa (como si oliésemos el hedor que expeliera el cuerpo monstruoso del protagonista, además de los vómitos originados por su bulimia nerviosa). Tras las ventanas percibíamos la monotonía de la lluvia, empeñada en entristecer aún más ese depresivo panorama. En definitiva, desde los primeros planos, Aronofsky nos avisaba de lo que iríamos poco a poco contemplando, que este infierno sólo era el principio. Y si el escenario que se nos presentaba era tenebroso (y la primera escena directamente repugnante), los personajes que a continuación salían no le iban a la zaga. 

1º.- Charlie, el personaje central ya reseñado, es profesor universitario con obesidad mórbida que trabaja en su casa online, pero no aparece en la pantalla del ordenador que se conecta con los dispositivos de los alumnos por vergüenza de sí mismo. Se excusa ante ellos en que tiene rota su cámara y por eso, a la vez que se recortan los alumnos en su pantalla, su cuadrícula está oscurecida. 

2º.- Thomas.- Entra en la casa un joven con corbata, guapo y encantador, Biblia en ristrellamado Thomas, un predicador de la secta milenarista Nueva vida que creía en el inminente fin del mundo y que, como va desvelándonos la película, albergaba secretos inconfesable; en suma, un falso. El hipócrita quiere convertir a Charlie, pese que éste -un culto profesor de literatura, obsesionado con Moby Dick- ha leído un par de veces la Biblia y ni le ha transformado a mejor, ni ha impedido la catástrofe física y espiritual en la que se encuentra. 

3º.- Liz.- Una mujer de rasgos orientales de nombre Liz (hermana de Alan, el fallecido amante de Charlie, que se suicidó),  hace de enfermera suya, pero aunque se percibe en ella sincero cariño hacia la ballena, lo cierto es que está continuamente desengañada y de mal humor. Su obsesión es que Charlie vaya al hospital, sobre todo tras haberle tomado la presión y observar unas mediciones que rompen cualquier tensiómetro, pero éste se opone alegando mentirosas excusas económicas (la certeza de que puede morir en cualquier momento pende sobre toda la película y es una de las claves más importantes para entender el ambiente extremo de la misma). 

4º.- Ellie.- En todo caso, el personaje que -junto con Charlie-, llega al límite es el de la adolescente Ellie (interpretada magistralmente por Sadie Sink). Es su hija y vive sumida en un espantoso resentimiento contra el padre (y contra el mundo en general) desde que éste los abandonó por su amante (a su madre y a ella con ocho años). Si Charlie representa el abismo físico, Ellie simboliza el moral.  Sin duda no fue intención del director, pero no podemos sustraernos a la idea de una velada crítica al mundo gay, por los horrorosos efectos que se han derivado de la sodomítica relación paterna: destrozar a una familia, volver alcohólica a una esposa y transformar a una hija adolescente en una sentina de crueldad.  Pocas veces recuerdo haber visto un personaje más negativo en el cine. Ellie no disimula en ningún momento que es una mala persona, y que le gusta hacer daño a los demás. 

Pero momentos luminosos también tiene la película. El primero lo relaciono con la presencia de la Biblia, lo que ese Libro significa en la vida de los atormentados personajes y hasta qué punto influye sobre ellos (o pudo influir) para bien o para mal. Cuando aparece al inicio de la película en manos del predicador Thomas, no es sino un fetiche usado con la intención obsesiva de convertir a Charlie. La Biblia en manos un charlatán que se engaña a sí mismo. Pero Charlie, como hemos indicado antes, ya ha leído dos veces el Libro de los libros. Sin embargo, como en la Parábola del Sembrador, ha podido suceder que oyese el mensaje, pero después de haberlo escuchado viene Satanás y les quita ese mensaje sembrado en su corazón (Mc. 4,15). O quizás hubieran concurrido las otras dos posibilidades para no haber germinado que nos indica el Señor en ese evangelio: su raíz no es fuerte y ante la prueba -la tentación- se seca, o bien, como vive entre espinos, el amor a las cosas de este mundo lo engaña. ¿O han confluido simultáneamente las tres circunstancias en la vida de Charlie? 

¿Y si hubiera acecido una cuarta hipótesis, que no recoge el Evangelio de Marcos, pero sí otros textos de la Biblia? Que a causa del mal comportamiento de quienes se creen administradores de la Palabra de Dios, el nombre del Señor sea escarnecido entre los gentiles. Oigamos a Ezequiel (36,24):

"Pero en todos los pueblos en donde llegaban, ofendían mi santo nombre, pues la gente decía: estos son del Pueblo del Señor, pero tuvieron que salir del país. Entonces me dolió al ver que, por culpa de Israel, mi santo nombre era profanado en cada nación a donde llegaban".

El mismo pensar y sentir tiene el Apóstol:

"Con razón dice la Escritura: los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra" (Rm. 2,24).

Cuando se cuenta en la película con inmenso desgarro la historia de Alan, el amante de Charlie que acabó suicidándose, descubrimos que era un hombre que también leía frecuentemente la Biblia. La que él manejaba personalmente estaba en la casa de Charlie y cuando la encontró Thomas, observó que Alan significativa y paradójicamente había subrayado un impresionante versículo paulino:

"porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu" (Rm. 8,5).

De ahí intuimos que Alan pudo ser un hombre de exquisita espiritualidad, pero con el profundo conflicto íntimo de verse esclavo de una tendencia sexual que es condenada sin excepciones en el Libro Sagrado (y que él sin duda creía como Palabra de Dios). Sin embargo, como nos revela también la película, la razón última para que él optase por ese terrible error de suicidarse fue el rechazo explícito por parte de la comunidad religiosa a la que pertenecía, la misma secta Nueva vida del predicador Thomas. Y las consecuencias de ese suicidio, repercutieron catastróficamente en las demás personas del drama, especialmente Charlie, que se entregó a todo tipo de excesos alimenticios y carnales. Y aquí me pregunto yo -igual que lo haría el personaje de Charlie- hasta qué punto puede definirse como cristiana una comunidad que no actúa como el Padre Misericordioso de esa parábola lucana que todos conocemos como del hijo pródigo. Con qué legitimidad invocamos la autoridad del Libro Sagrado, cuando es especialmente incumplido por sus más radicales y fanáticos valedores. Y con consecuencias pavorosas. Los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra.   

Pero en otra secuencia luminosa de esta dura e interesante película que quiero recordar sí se cumple la parábola lucana y de un modo inesperado, en la odisea de Thomas. Éste había huido de sus padres y de su comunidad porque había robado unos donativos, y además él solía fumar hierba a escondidas. Cuando conoce a Ellie, y le narra su historia mientras juntos se colocan, no se da cuenta de que ella, porque es mala, le está grabando con la intención de hacer llegar la grabación a los estrictos padres de Thomas y terminar de hundirlo. Sin embargo, los padres de Thomas -como el Padre Misericordioso de Lc. 15,11-31-, aunque han visto el vídeo de Elliehan actuado como verdaderos cristianos, le han perdonado y quieren volver a recibirle entre sus brazos. Ahí vemos cómo Dios usa el mal humano para sacar el bien. Los caminos de Dios no son nuestros caminos.

El último de esos momentos clarividentes se produce al acabar la película, y ahí es donde se evidencia la intención del director de provocar un cambio de nuestro juicio sobre Charlie desde la repulsiva escena inicial entre tinieblas hasta este final resplandeciente (como si desease que primero sintiéramos repugnancia y al final compasión). Si eso pretendió el gran Darren Aronofsky, en mi caso no lo logró. El asco objetivo que nos provoca Charlie es invariable en toda la película. Y en cuanto a la compasión, creo que esta película es un buen termómetro para que cada espectador calibre la calidad de su propia humanidad, máxime si está tocado por la Verdad y la Gracia del Evangelio de Cristo. Para que sepa matizar el juicio por los pecados ajenos, cuando uno mismo mira las manchas de su alma que sólo Dios puede limpiar, pero que a veces nos deja como punzantes aguijones para que no nos ensoberbezcamos y no olvidemos que nos basta su Gracia (2 Cor. 12,9). Porque cada uno de nosotros, deformados por nuestros pecados, somos Charlie, ni más ni menos. Desde esa perspectiva -la verdaderamente cristiana-,  junto a idéntica aversión, sentí la misma compasión y cariño por el personaje (por Charlie, pero también por todos los demás, incluida Ellie), desde el principio hasta los títulos de crédito. La luz final -que se derrama sobre el padre y la hija, los dos personajes más heridos de toda la película-, lo que nos expresa es que siempre hay esperanza (y que viene de fuera de nosotros), aunque creamos vivir aquí en un infierno sin salida. 

viernes, 3 de febrero de 2023

El teólogo, el carbonero y la resurrección de Cristo.

Qué hace falta para ser teólogo? - Cursos.com


NOTA: Los hechos, circunstancias y personajes de este relato satírico son íntegramente ficticios. Pero las ideas que expone el protagonista principal han sido espigadas por su autor entre diversos escritos de mediáticos teólogos católicos (al menos cuatro están citados literalmente). Dejo a la sagacidad del lector identificar a éstos, y para facilitar esa tarea daré una pista: las hipótesis de cada uno de ellos sobre cómo se produjo la creencia en la resurrección del Señor son más ficticias aún que este mismo relato, para que vuestra fe dependa más del poder de Dios que de la sabiduría de los hombres (1 Cor. 2, 5).

I

El famoso "teólogo", que escribe habitualmente en los más importantes periódicos y digitales progresistas, es noticia de rabiosa actualidad. Nuestro pensador de frontera va a dar una conferencia en un teatro del centro de la ciudad. El motivo es la presentación de su libro, recientemente publicado, de sugerente título: "La resurrección de Jesús: mito o hecho". Las más importantes terminales informativas del país han destacado, en su sección cultural (no religiosa), el magno evento, y merced a tan intensa publicidad el teatro está a rebosar. Muchos se han quedado a las puertas del recinto, sin poder acceder, lo que es aprovechado por un joven cura invitado (reconocible por el alzacuellos), sentado en la primera bancada junto al Vicario General de la Diócesis, para hacer una pía broma entre risas: "muchos han sido los llamados y pocos los elegidos". En fin, que todo aquí suscita júbilo.

La conferencia, de una hora y media aproximadamente, se desarrolla en un ambiente casi familiar, debido a la buena disposición del entregado público y al gracejo del escritor/teólogo al exponer tan dificultoso tema. Los espectadores escuchan en riguroso silencio, pero en ocasiones ríen y aplauden a rabiar. Y muy a menudo se emocionan. Y eso que se trata de un asunto grave que hay que estudiar seriamente  -afirma el teólogo al principio-, pues la resurrección de Cristo es el dogma central de la fe cristiana y es imprescindible  tratarlo con objetividad, pero partiendo de una base metodológica bien asentada: no puede ser conceptuado como empírico ni histórico un hecho sobrenatural;  por tanto, su admisión desde esa perspectiva sólo puede producirse por la fe. El teólogo, en fin, va sintetizando las ochocientas y pico páginas de su libro (a las que se añaden cien más de selecta bibliografía), y desarrolla brillantemente esa idea central.

Hablemos claro -afirma con convicción-, no podemos admitir hoy el hecho material de que el cadáver de Jesús desapareciera físicamente de su sepulcro, rompiendo o abriendo la losa, violando las leyes biológicas; esa idea es infantil, mítica y debe ser descartada por el hombre moderno. Pero ese reconocimiento desmitificador no debe ser doloroso sino luminoso; no debe frustrarnos, al contrario, reactivar nuestra fe, hacerla adulta. Asimilemos que los discípulos -sobre todo las mujeres que amaban a Jesús-, llegaron a la feliz conclusión de que ese lóbrego lugar -un sepulcro a escasos metros de un horrendo lugar de ejecución- no podía ser el cierre definitivo de su vida y su acción salvadora, pues la entrega y muerte de Jesús (ya) es resurrección, es un morir al interior de Dios. Pero no sólo las mujeres. El mismo Pedro y los demás discípulos necesitaban que el Señor estuviese vivo para que les fuese perdonada su cobardía, luego debieron interiorizar ese evento asombroso: Jesús les ofrece de nuevo la salvación; ellos lo experimentan en su propia conversión; por tanto Jesús tiene que estar vivo. No hay engaño, por supuesto. Hay "iluminación". Retengan esa palabra, recalca el teólogo a cada momento con su encantadora sonrisa. 

El público casi levita al oír una y otra vez ese taumatúrgico vocablo. Muchos y muchas derraman lágrimas; todos y todas tienen una gozosa impresión ser muy inteligentes, de entrar en un mundo nuevo y liberarse de viejos esquemas periclitados; asumen que la fe debe evolucionar y no atascarse en lo milagroso, porque hoy sabemos perfectamente -recalca silábicamente el conferenciante- que los-mi-la-gros-no-e-xis-ten. "No se trata, pues, de milagros sino de experiencias especialmente vivas que, rompiendo la rutina de lo normal, abren los ojos y dejan caer en la cuenta". 

Para concluir, nuestro conferenciante resume las cien últimas páginas de su libro, dedicadas a analizar con meticulosidad dos posibilidades: una, que José de Arimatea hubiera sacado el Cuerpo de la tumba al término del Shabat -pues era impropio que un crucificado yaciera en su sepulcro hereditario-, y dos, que las mujeres, tan nerviosas y asustadas, hubieran confundido el sepulcro la mañana del domingo, pues todavía había tinieblas como recalcan los cuatro evangelistas. No descarta esto último, y piensa incluso que ese error involuntario -fijarse providencialmente en una tumba abierta y vacía, cercana a aquella en la que seguía reposando el Cuerpo del Maestro- puede y debe combinarse coherentemente con una convicción de fe pura: no puede sujetarse a la muerte quien nos ha traído una salvación tan poderosa.

"Esa certeza activó todo lo demás, y como cristianos eso nos basta y no cuentos de hadas", concluyó. 

La totalidad del público, como un resorte, se puso en pie, y durante varios minutos sonaron atronadores aplausos y abundantísimos "bravos".

II

Con regocijo se abalanzan los espectadores hacia el pupitre del orador, previo paso por una antemesa, en la cual, por un no módico precio, se puede adquirir el voluminoso y deseado ejemplar. Mientras firma libro tras libro, va recibiendo efusivos elogios y hasta confesiones íntimas de algunos oyentes sobre la ceguera en la que estaban sumidos hasta que su conferencia les iluminó. Desgraciadamente -como suele ocurrir en estas ocasiones- aparece algún recalcitrante, algún tradicionalista carca, algún refractario, algún pepinillo en vinagre..., uno que había comprado, leído y subrayado el libro antes de la presentación, y que lo trae, no para que el autor se lo dedique, sino para comentarle unas incómodas observaciones anotadas a pie de página. Éste le escucha mientras sigue firmando los libros que le presentan sin alterar su sonrisa,  y así continúa hasta que prácticamente se queda a solas con tan picajoso interlocutor. Entonces, el teólogo, molesto, adopta al principio un tono defensivo y hostil:

- Pero vamos a ver, señor mío. ¿Qué le pasa a vd.? ¿No le ha gustado mi obra? Se han hecho de ella  positivas reseñas en las más importantes universidades de teología europeas. 

- No es eso. Sólo quiero que me aclare una cosa. Porque tras estudiarlo detenidamente y asistir a su conferencia no me queda claro si vd. cree en la resurrección, tal y como la propone la Iglesia.

- Pues claro que sí, querido amigo. Soy cristiano como vd. ¿Cómo no voy a creer que Cristo vive? Los católicos aceptamos los artículos del Credo. ¿Para qué he escrito un libro de más de ochocientas páginas y he dado esta conferencia? Se lo respondo sin reservas: para explicar e iluminar, como un teólogo en permanente diálogo con los grandes filósofos y científicos, este difícil artículo de fe. Y para hacerlo comprensible a un mundo como el nuestro que, gracias a los avances de la ciencia, ya no cree en magias ni milagros. Afortunadamente.

- Ya, ya...pero sinceramente -replica el interlocutor en un tono resignado- pienso que lo que vd. ha contado nada tiene que ver con lo que nos narran los Evangelios o San Pablo.  

El teólogo -percibiendo ese ademán de retirada de su pesado interlocutor-, se atreve a exponerle con paciencia y cariño sus más íntimas convicciones.

- Mire, mi caro amigo. Dedico un capítulo completo a tratar de los géneros literarios. En la bibliografía encontrará estupendas obras, sobre todo alemanas, que se ocupan de ese fundamental problema de la génesis y los estratos de la redacción de los Evangelios. Y se lo digo con franqueza: comprendo perfectamente que si los discípulos de Cristo hubiesen usado un lenguaje que describiese con precisión lo que sucedió (o mejor "les sucedió), hoy probablemente no existiría el cristianismo. Gracias a Dios, esas deliciosas narraciones que nos han legado dieron forma, materia y universalidad a una experiencia que, por subjetiva, era inefable e intransmisible. Y hoy, merced a esos relatos, tanto vd. como yo creemos en Jesús de Nazaret. ¿No es estupendo? Y ambos sabemos que esa experiencia nos salva ¿A que sí?  ¡Venga! ¡Madure en la fe, no se quede en mantillas, no sea un carbonero! -dijo, recuperando su encantadora sonrisa. 

El interlocutor -ahora carbonero-, algo confuso con la palabrería del teólogo, se rasca la cabeza durante unos instantes, pero al cabo le dice:

- ¿Sabe lo que le digo? Que tiene razón. Si los discípulos hubieran contado la resurrección de Cristo como vd. dice que les sucedió, sería una verdadera tragedia. Pero a la vez una maravilla.

El teólogo eleva las cejas con sorpresa y pregunta expectante:

- ¿Y eso por qué?

- Pues porque si las mujeres, Pedro y los otros discípulos hubiesen narrado la resurrección tal y como vd. afirma que les sucedió, el cristianismo es verdad que no existiría....

- Y eso sería una tragedia -se anticipó el teólogo sonriendo.

- Efectivamente, sería una tragedia inmensa. Pero tampoco existirían teólogos. Y eso sería maravilloso -concluyó el carbonero.