NOTA SOBRE SPOILER: Para los que tengan intención de ver esta película, aviso que en esta reflexión se describen situaciones y pormenores de la trama.
Hace unos días fui al cine con mi hijo Miguel de 17 años a ver la película, The whale (La ballena), pese a que la historia que narraba, en principio, no me interesaba. En todo caso, me convenció el tesón y la pasión de Miguel por el cine (la misma que yo tenía a su edad, snif...) y también la excelente impresión que me produjo la anterior cinta de su director, el judío Darren Aronofsky (una visión muy particular, si bien a mi juicio no excesivamente desencaminada de la historia bíblica del patriarca Noé).
Había escuchado anteriormente algún elogio a la actuación de Oscar de Brendan Fraser, pero la verdad es que de esa película conocía poco, por lo que fui en un estado diríamos de virginidad. Situación ésta que, desde la escena inicial, quedó más que desflorada. En efecto, lo primero que en pantalla nos mostraba era a un sujeto de casi trescientos kilos de peso sobre un sofá, intentando encontrarse con su mano su miembro viril (remetido y casi perdido entre los pliegues de su carne) mientras contemplaba en el ordenador una escena de porno gay. El director, con esta imagen tan deliberadamente grotesca y escandalosa, aparte de explicitarnos la tendencia sexual del protagonista, pretendía lograr que éste se nos hiciera repulsivo, al menos inicialmente. Y también fijar invariablemente el tono teatral de su película: una estética consciente y visualmente sucia, claustrofóbica (se desarrolla prácticamente en un salón de penosa iluminación) y hasta apestosa (como si oliésemos el hedor que expeliera el cuerpo monstruoso del protagonista, además de los vómitos originados por su bulimia nerviosa). Tras las ventanas percibíamos la monotonía de la lluvia, empeñada en entristecer aún más ese depresivo panorama. En definitiva, desde los primeros planos, Aronofsky nos avisaba de lo que iríamos poco a poco contemplando, que este infierno sólo era el principio. Y si el escenario que se nos presentaba era tenebroso (y la primera escena directamente repugnante), los personajes que a continuación salían no le iban a la zaga.
1º.- Charlie, el personaje central ya reseñado, es profesor universitario con obesidad mórbida que trabaja en su casa online, pero no aparece en la pantalla del ordenador que se conecta con los dispositivos de los alumnos por vergüenza de sí mismo. Se excusa ante ellos en que tiene rota su cámara y por eso, a la vez que se recortan los alumnos en su pantalla, su cuadrícula está oscurecida.
2º.- Thomas.- Entra en la casa un joven con corbata, guapo y encantador, Biblia en ristre, llamado Thomas, un predicador de la secta milenarista Nueva vida que creía en el inminente fin del mundo y que, como va desvelándonos la película, albergaba secretos inconfesables; en suma, un falso. El hipócrita quiere convertir a Charlie, pese que éste -un culto profesor de literatura, obsesionado con Moby Dick- ha leído un par de veces la Biblia y ni le ha transformado a mejor, ni ha impedido la catástrofe física y espiritual en la que se encuentra.
3º.- Liz.- Una mujer de rasgos orientales de nombre Liz (hermana de Alan, el fallecido amante de Charlie, que se suicidó), hace de enfermera suya, pero aunque se percibe en ella sincero cariño hacia la ballena, lo cierto es que está continuamente desengañada y de mal humor. Su obsesión es que Charlie vaya al hospital, sobre todo tras haberle tomado la presión y observar unas mediciones que rompen cualquier tensiómetro, pero éste se opone alegando mentirosas excusas económicas (la certeza de que puede morir en cualquier momento pende sobre toda la película y es una de las claves más importantes para entender el ambiente extremo de la misma).
4º.- Ellie.- En todo caso, el personaje que -junto con Charlie-, llega al límite es el de la adolescente Ellie (interpretada magistralmente por Sadie Sink). Es su hija y vive sumida en un espantoso resentimiento contra el padre (y contra el mundo en general) desde que éste los abandonó por su amante (a su madre y a ella con ocho años). Si Charlie representa el abismo físico, Ellie simboliza el moral. Sin duda no fue intención del director, pero no podemos sustraernos a la idea de una velada crítica al mundo gay, por los horrorosos efectos que se han derivado de la sodomítica relación paterna: destrozar a una familia, volver alcohólica a una esposa y transformar a una hija adolescente en una sentina de crueldad. Pocas veces recuerdo haber visto un personaje más negativo en el cine. Ellie no disimula en ningún momento que es una mala persona, y que le gusta hacer daño a los demás.
Pero momentos luminosos también tiene la película. El primero lo relaciono con la presencia de la Biblia, lo que ese Libro significa en la vida de los atormentados personajes y hasta qué punto influye sobre ellos (o pudo influir) para bien o para mal. Cuando aparece al inicio de la película en manos del predicador Thomas, no es sino un fetiche usado con la intención obsesiva de convertir a Charlie. La Biblia en manos un charlatán que se engaña a sí mismo. Pero Charlie, como hemos indicado antes, ya ha leído dos veces el Libro de los libros. Sin embargo, como en la Parábola del Sembrador, ha podido suceder que oyese el mensaje, pero después de haberlo escuchado viene Satanás y les quita ese mensaje sembrado en su corazón (Mc. 4,15). O quizás hubieran concurrido las otras dos posibilidades para no haber germinado que nos indica el Señor en ese evangelio: su raíz no es fuerte y ante la prueba -la tentación- se seca, o bien, como vive entre espinos, el amor a las cosas de este mundo lo engaña. ¿O han confluido simultáneamente las tres circunstancias en la vida de Charlie?
¿Y si hubiera acecido una cuarta hipótesis, que no recoge el Evangelio de Marcos, pero sí otros textos de la Biblia? Que a causa del mal comportamiento de quienes se creen administradores de la Palabra de Dios, el nombre del Señor sea escarnecido entre los gentiles. Oigamos a Ezequiel (36,24):
"Pero en todos los pueblos en donde llegaban, ofendían mi santo nombre, pues la gente decía: estos son del Pueblo del Señor, pero tuvieron que salir del país. Entonces me dolió al ver que, por culpa de Israel, mi santo nombre era profanado en cada nación a donde llegaban".
El mismo pensar y sentir tiene el Apóstol:
"Con razón dice la Escritura: los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra" (Rm. 2,24).
Cuando se cuenta en la película con inmenso desgarro la historia de Alan, el amante de Charlie que acabó suicidándose, descubrimos que era un hombre que también leía frecuentemente la Biblia. La que él manejaba personalmente estaba en la casa de Charlie y cuando la encontró Thomas, observó que Alan significativa y paradójicamente había subrayado un impresionante versículo paulino:
"porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne, pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu" (Rm. 8,5).
De ahí intuimos que Alan pudo ser un hombre de exquisita espiritualidad, pero con el profundo conflicto íntimo de verse esclavo de una tendencia sexual que es condenada sin excepciones en el Libro Sagrado (y que él sin duda creía como Palabra de Dios). Sin embargo, como nos revela también la película, la razón última para que él optase por ese terrible error de suicidarse fue el rechazo explícito por parte de la comunidad religiosa a la que pertenecía, la misma secta Nueva vida del predicador Thomas. Y las consecuencias de ese suicidio, repercutieron catastróficamente en las demás personas del drama, especialmente Charlie, que se entregó a todo tipo de excesos alimenticios y carnales. Y aquí me pregunto yo -igual que lo haría el personaje de Charlie- hasta qué punto puede definirse como cristiana una comunidad que no actúa como el Padre Misericordioso de esa parábola lucana que todos conocemos como del hijo pródigo. Con qué legitimidad invocamos la autoridad del Libro Sagrado, cuando es especialmente incumplido por sus más radicales y fanáticos valedores. Y con consecuencias pavorosas. Los paganos ofenden a Dios por culpa vuestra.
Pero en otra secuencia luminosa de esta dura e interesante película que quiero recordar sí se cumple la parábola lucana y de un modo inesperado, en la odisea de Thomas. Éste había huido de sus padres y de su comunidad porque había robado unos donativos, y además él solía fumar hierba a escondidas. Cuando conoce a Ellie, y le narra su historia mientras juntos se colocan, no se da cuenta de que ella, porque es mala, le está grabando con la intención de hacer llegar la grabación a los estrictos padres de Thomas y terminar de hundirlo. Sin embargo, los padres de Thomas -como el Padre Misericordioso de Lc. 15,11-31-, aunque han visto el vídeo de Ellie, han actuado como verdaderos cristianos, le han perdonado y quieren volver a recibirle entre sus brazos. Ahí vemos cómo Dios usa el mal humano para sacar el bien. Los caminos de Dios no son nuestros caminos.
El último de esos momentos clarividentes se produce al acabar la película, y ahí es donde se evidencia la intención del director de provocar un cambio de nuestro juicio sobre Charlie desde la repulsiva escena inicial entre tinieblas hasta este final resplandeciente (como si desease que primero sintiéramos repugnancia y al final compasión). Si eso pretendió el gran Darren Aronofsky, en mi caso no lo logró. El asco objetivo que nos provoca Charlie es invariable en toda la película. Y en cuanto a la compasión, creo que esta película es un buen termómetro para que cada espectador calibre la calidad de su propia humanidad, máxime si está tocado por la Verdad y la Gracia del Evangelio de Cristo. Para que sepa matizar el juicio por los pecados ajenos, cuando uno mismo mira las manchas de su alma que sólo Dios puede limpiar, pero que a veces nos deja como punzantes aguijones para que no nos ensoberbezcamos y no olvidemos que nos basta su Gracia (2 Cor. 12,9). Porque cada uno de nosotros, deformados por nuestros pecados, somos Charlie, ni más ni menos. Desde esa perspectiva -la verdaderamente cristiana-, junto a idéntica aversión, sentí la misma compasión y cariño por el personaje (por Charlie, pero también por todos los demás, incluida Ellie), desde el principio hasta los títulos de crédito. La luz final -que se derrama sobre el padre y la hija, los dos personajes más heridos de toda la película-, lo que nos expresa es que siempre hay esperanza (y que viene de fuera de nosotros), aunque creamos vivir aquí en un infierno sin salida.
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