domingo, 16 de abril de 2023

El carisma profético del Papa en su encuentro con los chicos disney.


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Son muchos y muy variados los análisis que se han realizado sobre el encuentro del Papa Francisco con unos chavales, bajo el auspicio de Disney y la bendición laica de Jordi Évole. Reconozco que cuando me enteré de quiénes eran esos maestros de ceremonia, me resistía a verlo, pero al final cedí a la tentación. Y no me equivoqué en mis prejuicios. Creo que ese encuentro es una síntesis perfecta del desconcierto doctrinal en el que se halla sumida hoy nuestra Iglesia Católica, de su crónica impotencia para mostrar el verdadero Evangelio de Cristo ante un mundo que, sin rechazarlo abiertamente, ha hecho algo mucho peor: falsificarlo, deformarlo, adaptarlo y conciliarlo con los gravísimos vicios y pecados típicos de esta fase terminal de nuestra historia, justificarlos y complacerse en ello.  Es muy evidente que esa modalidad moderna y popular de Pecado contra el Espíritu Santo ha cogido a la Iglesia con pie cambiado, y no sabe/no puede reaccionar con la convicción y la certeza de la que sigue siendo la única columna y fundamento de la Verdad -religiosa, espiritual y moral- del mundo, el único Arca de salvación.

Resumo telegráficamente las intervenciones: un joven que se definía como ateo y que hablaba con cierta agresividad -cómo no- de la pederastia; un inmigrante senegalés, musulmán para más señas, que intervino sólo al principio para contar la traumática llegada a Europa de su hermano; un joven bilbaíno víctima de presuntos abusos por un numerario del Opus Dei; una inmigrante dominicana con problemas de autoestima que sólo encontró acogida en una comunidad protestante; otra inmigrante india; una antigua monja que, traumatizada por lo que experimentó en el convento, se salió de él y ahora se define como agnóstica y lesbiana (está arrejuntada a otra mujer); una joven que se lucra con el negocio de la pornografía.  Y otras dos chicas -en las que ahora me voy a detener un poco-, como síntesis de esos dos problemas que antes indiqué: la complacencia en el pecado como nunca ha sucedido hasta nuestro tiempo, y la cobardía y/o tibieza de la Iglesia al afrontar el reto de combatirlo. Y, por último, una joven cristiana, miembro con su familia del Camino Neocatecumenal. Su testimonio fue lo más interesante, a mi juicio, de todo el encuentro, sobre todo por las cosas que le respondió el Papa. De ello trataré en el punto siguiente.

Hay que decir que -en teoría-, ese terreno yermo resultaba propicio para cultivar el Evangelio de Cristo, porque Él no vino por los justos sino por los pecadores, no por los sanos sino por los enfermos, no a lamer oídos sino a despertar las conciencias de los que viven en el plácido sueño del error y del pecado. Pero la desoladora sensación que tuve al concluir la charla del Papa es que todos escucharon lo que querían oír, no lo que deberían oír.  Una apretada síntesis sería: como todos somos hijos de Diosno problem. 

El primer caso sintomático que ahora voy a comentar es el de la adolescente que se definía como no binaria y acusaba de discursos de odio a los que recordaban las Sagradas Escrituras para que enderezásemos los malos caminos de nuestras vidas. De algún modo la pregunta que hizo al Papa era una bomba de relojería contra la Palabra de Dios, pues enlazaba con un peligroso vínculo objetivo el predicar las enseñanzas bíblicas y el realizar un discurso del odio. Algo que, por cierto, ya está causando muchos problemas a cristianos de nuestra civilizada Europa y de América. Ante ello, el Papa no defendió con rotundidad la Palabra de Dios, ni advirtió que la Biblia recoge una verdad biológica elemental: que sólo hay dos sexos, que no existe un derecho a elegir el sexo, que nadie nace en un cuerpo equivocado, y que los problemas de algunas personas -una minoría- para adaptarse al que se la ha sido asignado irreductiblemente por Dios y la biología merecen un tratamiento profesional. Y, por supuesto, si fuesen católicos los que tienen esas dificultades, merecen además la asistencia en todo caso de la Iglesia, que es maestra pero también -sobre todo- madre.

Frente a ello, el 266 Papa de la Iglesia Católica apoyó el demagógico planteamiento de esa chica no binaria, centrándose no en la tragedia moral de que una adolescente afirme que elige a su placer su género en cada momento, sino insultando a los que recuerdan que esas conductas son abominables según la Biblia.  

"Esos son infiltrados que viven para condenar a los demás, porque no perdonan sus propias faltas". 

El Santo Padre acarició los oídos de una chica que, a la vez que se definía como cristiana, presumía de un grave pecado y acusaba a otros hermanos de fe de odiarla. Más aún, Francisco criticó con saña -como hace a menudo- a los que intentan proponer un Evangelio no falsificado por las modas. Yo entiendo humanamente que el Papa no quisiera hacerse el malquisto, pero sin necesidad de tornarse antipático, podía haber expuesto a esa chica las bellezas inigualables del cristianismo sin ocultar que, en efecto, es una durísima revolución en nuestra vida cuando se toma en serio. Que nos obliga a reconocer y a abandonar el pecado que nos domina y más aún a rechazar la terrible tentación de su justificación. Que nos impele a reconstruir nuestra mente y nuestro corazón sobre los rescoldos -nunca del todo apagados- de aquel siniestro pasado. Pero cuando se persevera en el camino, alcanza uno la certeza de que: 

"Yo, el Señor tu Dios, soy quien te toma de la mano, quien te dice: No temas, porque yo estoy contigo" (Is. 41,13).

En definitiva, como nos recordó Nuestro Señor Jesús en el Evangelio de Juan:

"Quien quisiere cumplir la voluntad de Dios, conocerá si mi doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta" (Jn. 7,17).  

Qué oportunidad, en definitiva, perdida para recordarle a millones de jóvenes el manantial de la verdadera transgresión: ¿Queréis vivir contracorriente, ser contraculturales y rebeldes a las mentiras e injusticias de nuestro tiempo? Pues sed cristianos de verdad y hacedles una higa al mundo.  "Liberaros de la esclavitud de ser hijos de vuestro tiempo" (Chesterton). Pero el Papa, en vez de reivindicar la Verdad, la sublimidad y el carácter revolucionario en cada época histórica de la Palabra de Dios -su Palabra viva en Cristo, y su Palabra escrita en la Biblia-, arremetió contra los que descalificó como infiltrados. En definitiva, me resultó doloroso que quisiese halagar el ego de esa pobre chica, dándole de facto la razón cuando ésta estableció -como dije- un peligrosa relación entre la predicación bíblica y los discursos de odio. ¿No se dio cuenta el Santo Padre de las consecuencias de su respuesta?

Yo no sé si los cristianos podemos ser infiltrados, pero lo que ciertamente no podemos es dejar de mostrar la Verdad. Si no la proclamamos a tiempo y a destiempo; si nos callamos la buena noticia por vergüenza o miedo al ridículo; si la sustituimos por palmaditas en la espalda por doquier; si deformamos la correcta enseñanza cristiana para que no moleste a la mayoría y si, en definitiva, en vez de construir el Reino de Cristo con nuestras vidas y nuestras palabras optamos por autodemolernos..., en todos esos casos gritarán las piedras (Lc. 19,40). Estaremos despreciando la voluntad del Señor, que nos ordenó que extendiésemos su Evangelio hasta el confín del mundo, por muy siervos inútiles que seamos. Y no se lo encomendó significativamente a doce sabios, sino a doce ceporros. Y nos lo continúa ordenando a nosotros -cristianos del siglo XXI- que somos más ceporros aún.

"Predica la palabra. Insiste a tiempo y a destiempo. Amonesta, reprende, exhorta con paciencia e instrucción" (2 Tm. 2.4).

Había también por ahí una chica que decía ser miembro de esa asociación (que honestamente sólo puedo calificar como tontos útiles de Satanás) denominada "Católicas por el derecho a decidir". Ésta -tras regalarle un infecto pañuelo al Papa con ese lema-, le expuso entre lágrimas el caso extremo de soledad y abandono de una embarazada por parte de su novio, amigos, empleadores y familiares. Aquí el Papa no cayó en la trampa de esa sensiblería tóxica, y sí tuvo la valentía de comparar el aborto con alguien que contrata a un sicario para matar (cosa que por cierto le ha reprochado El País), aunque comprendo que no añadiese algo evidente para no herir a su interlocutora: que vincular el digno nombre de católico con un acto tan abominable como es el aborto era demoníaco. A mi parecer, podría haber explicado, sin molestar a nadie, el que es a mi juicio el más rotundo argumento cristiano contra el aborto: que Cristo vino para defender a los más humildes y despreciados, y si esa madre aludida estaba en el penúltimo escalón, el niño que lleva en su vientre sin duda está en el último. Por lo que podríamos afirmar que el feto -el ser humano más humilde que existe, pues ya ha perdido cualquier protección de los Estados- es la criatura más predilecta de Jesús, la más pobre, la más necesitada, la que condensa la esencia de las Bienaventuranzas.  Si Cristo vino a entregar su vida por todos, parece lógico pensar ésta fue la criatura que el Señor tuvo más presente en los tormentos de su Pasión. 

En suma, el vocablo decepcionante es el oportuno para referir mis malas sensaciones no sólo ante las respuestas del Santo Padre, sino también por el ínfimo bagaje intelectual de unos jóvenes que en teoría pretenden representar hoy el porvenir de nuestra humanidad. Porque si Disney -empresa desatadamente woke- acertó en esa muestra selectiva general de la juventud actual, que Dios nos proteja de ese futuro. Ante los silencios del Papa frente a jóvenes tan descarriados moral e intelectualmente, ante su escasa voluntad de predicar a Cristo (eternamente joven, como acertadamente dice un documento del Concilio Vaticano II ),  me vinieron a la cabeza esos terribles versículos del Apocalipsis:

"Deja que el malo siga en su maldad, y que el impuro siga en su impureza, pero que el bueno siga haciendo el bien y que el hombre consagrado a Dios siga siendo fiel" (Ap. 22,11).  

II

En todo caso, parafraseando a Cervantes, "no hay programa malo que no contenga algo bueno". Ahora quiero referirme a la chica miembro del Camino Neocatecumenal. No voy a negar que me siento muy poco identificado con el carisma de esa pujante comunidad católica, pero la presencia de esa bella joven, llena de juventud, dulzura y -cómo se nota- de un amor incondicional por Cristo, fue el único centro luminoso de un círculo que giraba entre tinieblas. De hecho fue ella -más que el Papa, excesivamente refrenado por respetos humanos- la que habló como una verdadera cristiana que quiere ser coherente con su fe, a pesar de su timidez. 

Tanto fue así, que me dio la impresión que su intervención conmovió profundamente al Santo Padre;  éste la miró con inmensa ternura y le recordó un versículo del Evangelio -un duro versículo- que es verdad que me chocó al principio cuando lo oí. Sin embargo, mientras reflexiono ahora sobre el mismo me parece no sólo como adecuado, sino como verdadera muestra del don profético que Dios entrega siempre a sus ungidos, sean estos buenos o malos (recordemos que lo tenía hasta el mismo Caifás, según Jn. 11, 49-52).

El Papa le dijo literalmente (a ella y a cada cristiano de nuestro tiempo):

"Cuando hablabas, con mucho cariño, me vienen ganas de decirte una palabra que le dijo Jesús a Pedro ¿Qué le dijo Jesús a Pedro? "Pedro, Pedro, Satanás te ha pedido para zarandearte como trigo". Tu camino de vida no acaba aquí. Tu camino de fe sigue. La fe, cuando es auténtica es probada. No te quiero asustar pero toma fuerza y prepárate para la prueba. Sigue haciendo el bien en las cosas porque en la oscuridad está el Señor que se esconde".

Dije que me descolocó oír ese versículo del Evangelio de Lucas, porque refiere lo que el Señor advirtió a Pedro, durante la última cena, poco antes de ser negado por él. Pensé, mientras veía la charla, que hubiera sido más oportuno haberle expuesto el versículo del Evangelio de Mateo -la ultima bienaventuranza- que también habla de prueba, pero que el Evangelista ubica al inicio de la predicación del Señor, durante el Sermón de la Montaña:

"Felices seáis cuando os insulten y persigan, y digan toda clase de calumnias contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos, que así persiguieron a los profetas anteriores a vosotros" (Mt. 5,11-12).

En esa bienaventuranza el Señor nos avisa de futuras persecuciones, pues es un signo cierto de la verdadera vida cristiana, como nos reitera San Pablo: "Todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecución" (2 Tim. 3,12). La persecución es la prueba del algodón, el sello indeleble de una coherente existencia cristiana. Una cita que hubiese sido perfecta para exhortar a esa joven a perseverar en la fe. 

Sin embargo, la cita del Papa iba bastante más allá, no sólo porque se mencionaba expresamente a Satanás -a mi juicio especialmente desatado en nuestro tiempo- sino porque su contexto estaba cargado de profundo dramatismo: la última cena y la inminente muerte de Cristo, la traición de Judas, las negaciones de San Pedro y la huida cobarde de los demás, es decir el Jueves Santo por el que debe pasar el Cuerpo Místico de Cristo que es su Iglesia. Un Jueves, preludio del Viernes Santo donde el Señor será condenado por los poderes del mundo -el religioso y el político-, y morirá en expiación por todos los pecadores que en el mundo han sido y serán. El contexto ya no es de prueba, sino de una monstruosa tentación.  Frente a la luminosa alegría de las bienaventuranzas, la oscuridad del Señor que se esconde (palabras del mismo Francisco).

¿Estaba insinuando el Papa, al recordarle a esa hermosa joven el versículo que el Señor aplica a San Pedro, que los tiempos recios que van a venir no son los históricamente habituales de persecución a los cristianos, sino aquellos más específicos de los los que habló Nuestro Señor en su discurso escatológico? Tan terribles que "si no se acortasen se pondría en peligro hasta la salvación de los elegidos" (Mt. 22,24). Tiempos en los que los cristianos ya no lucharan con fieras y emperadores -como recordaba San Agustín- sino con el mismísimo Anticristo. Recordemos que el Papa literalmente dijo a esa chica que no quería asustarla, pero que se preparase para la prueba. Y, a mi juicio, lo hizo deliberadamente, con plena conciencia de lo que decía. 

Desde luego nadie puede penetrar en la mente de este Papa que nos desconcierta a cada paso,  pero cuando concluyo estas reflexiones se va confirmando en mi alma que el Santo Padre quiso manifestarle a ella -y a cada cristiano-, que ya no hay vuelta atrás en este camino de apostasía que ha tomado lo que en algún momento se denominó la gloriosa cristiandad. Dicho de otro modo más bíblico: que el plazo se ha cumplido ya definitivamente en nuestra época y que ha llegado el tiempo de la siega.  

¡Que el Señor, por su misericordia, nos cuente en el número de sus elegidos!