Revolcándome en la sábana, una frase de la excepcional novela de Luis Martín Santos, “Tiempo de silencio”, brinca por mi cabeza:
“El buen pueblo, con su permiso para divertirse…”.
No sé por qué precisamente esa frase…
Sin solución de continuidad, imagino a unos palurdos que aplauden lo que no ven, en el excepcional entremés cervantino “El retablo de las maravillas”.
No sé por qué precisamente esa obra de teatro menor…
Y antes de quedar definitivamente roque, recuerdo esa estremecedora película alemana, “La vida de los otros”, que versa sobre ese Estado comunista de la RDA, donde la mitad -o más- de sus ciudadanos, espiaban o eran espiados por la otra mitad -o más-, y denunciaban ante la policía política -stasi- a los que se salían de las normas del paradisíaco gran hermano alemán.
No sé por qué precisamente esa película…
En fin, amodorrado y perezoso, no busco un enlace lógico o vivencial a tan heteróclitos elementos, y lentamente el sueño se apodera de mí, y emerge una figura extraña -que asocio a Próspero, el gran mago de "La Tempestad"-, que va cerrando mi mente en un letargo profundo, mientras oigo, cada vez más lejos su bellísima frase:
"Estamos hechos de la misma materia de los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño".
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