miércoles, 3 de junio de 2020

Trump y la burra de Balaam.


Con independencia de que este personaje sea malhablado, bocazas y estrafalario, el odio que le muestra la progresía universal tiene una razón mucho más profunda. Personajes malhablados, bocazas y estrafalarios han existido y existen hoy en muchos gobiernos (ahí tenemos, por ejemplo, al dictador Maduro de Venezuela), pero no concitan el odio de la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Eso, a mi juicio, obedece a una causa que ya destacó nuestro pensador Donoso Cortés en el siglo XIX: que en toda cuestión política late una cuestión teológica. Esa es la madre del cordero. No es el odio a una política, es el "odium fidei".


La defensa que este sujeto hace de la religión, su política no ocultada de limitar el aborto o el detalle de sacar una biblia en público, algunos lo consideran gestos efectistas o provocadores (desde luego a la izquierda universal, le cabrea que un político muestre una Biblia, pero no que enseñe, por ejemplo, el Libro Rojo de ese genocida llamado Mao). Quizás sean meros guiños, sólo pensados para cabrear a la inmensa caterva de periodistas del ancho mundo, que le odian a muerte, pero creo que no. Hay algo más profundo; parece como si, al igual que sucedió en el conocido episodio del libro bíblico de los Números, un personaje despreciable (un burro real en ese libro del Pentateuco; ahora un burro metafórico que ocupa la Casa Blanca) transmitiese unas verdades que el mundo, anestesiado por los errores del progresismo, hubiera olvidado.


No se trata, por consiguiente, de política. Hay que traer aquí la frase más definitiva que aparece en los documentos del Concilio Vaticano II, en la "Gaudium et Spes": "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como una lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas". O parafraseando a aquél: "¡Es la teología, idiotas!


Donald Trump, por insoportable que nos parezca, está en el lado bueno. Eso es lo importante, aunque ese "detalle sin importancia" parezca olvidarse por un mundo que es incapaz de ir más allá del barniz de la realidad, de un caleidoscopio tan multicolor como amorfo . El progresismo -con sus sensibleros sofismas, su demagogia indisimulada, sus catastróficos errores en definitiva-, desde hace varios siglos, parece empeñado en profundizar en el mal.


Hay que decidir ya, en definitiva, por dónde nos guiamos. Porque creo que nunca como en nuestro tiempo, nos interpelan con mayor urgencia las rotundas palabras de nuestro Divino Maestro. "Se ha cumplido el plazo, el tiempo está cerca, convertíos".

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