jueves, 14 de noviembre de 2019

Boda gay en Austria con aprobación de los responsables de la diócesis

La diócesis austriaca de Graz-Seckau justifica la bendición de una pareja de lesbianas citando Amoris Laetitia


«La cuestión fundamental es si las personas homosexuales pueden sentirse como en casa en la Iglesia», ha dicho el portavoz de la diócesis austriaca de Graz-Seclau, fundamentándose en la Amoris Laetitia (no en las Sagradas Escrituras y la Tradición por cierto) y aprobando oficialmente ese acto.



Para los pecadores -es decir, para todos, sean o no homosexuales- la Iglesia es un verdadero "hospital de campaña" (creo que esa expresión era del papa Francisco), hacia donde nos dirigimos una y otra vez tras los continuos combates de esa dura milicia que es la vida en la tierra.



Y vamos para curarnos de los pecados -para "encontrar sanación" (expresión también del Papa)-, no para hacer fiestas donde ensalzamos los mismos, y menos aún para utilizar indignamente sus poderosas medicinas -sacramentos y sacramentales- para agravar nuestra enfermedad y hacerla mortal.



Está claro que, de modo oficial, la diócesis de Graz-Seckau ha aprobado un sacrilegio, con lo que podemos afirmar que ha hecho un acto manifiesto de apostasía. Que use un ambiguo documento papal como coartada no hace menos repulsiva su apostasía.



En fin, o se toman medidas duras contra los responsables de ese esperpento sacrílego, o la asociación de esa escena repugnante con un texto que lleva la firma del Santo Padre resultará demoledora para ésta y para las futuras generaciones de católicos.



Los que tenemos cincuenta años quizás seamos la última generación de católicos que hemos conocido, al menos con cierta pureza, la religión tal y como se ha predicado desde siempre (aunque los efectos del CVII hayan sido devastadores para mi generación). Y en mi caso, si no fuera porque literalmente me convertí ya que Dios me tuvo misericordia, probablemente miraría con indiferencia esa escena.



Pero las nuevas generaciones, educadas con guitarritas en la liturgia y con buenrrollismo papanata en todo lo demás, acabarán acogiendo con normalidad estos despropósitos. Salvo que alguien de arriba -ojalá el máximo responsable- diga alto y claro de una vez: ¡basta!


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