jueves, 6 de noviembre de 2025

Mater Populi Fidelis (1): La significativa omisión de un párrafo de la Lumen Gentium en el documento contra la corredención de María.



I

Tras leer detenidamente el documento emitido por el Dicasterio para la doctrina de la fe, firmado por el prefecto Víctor Fernández y el papa León XIV, parece clara la intención por parte de Roma de extirpar en medida de lo posible -que no aclarar o iluminar- el nombre de corredentora, aplicado a la Bienaventurada Virgen María. Título entrañable que el "sensus fidei" del pueblo fiel sostiene desde hace siglos. Yo mismo como católico he pedido su proclamación como dogma en mi artículo Éfeso 431 d.C,, amparándome en mi intuición cristiana y en la doctrina constante de los Papas hasta Juan Pablo II, quien lo sostuvo inequívocamente, por lo menos hasta el año 1.996 (nota 36). Este documento reconoce que la "corredención" es un título mariano utilizado por los anteriores Papas, aunque usa una frase que, quizás, parezca algo displicente:

"Algunos  Pontífices han usado este título sin detenerse demasiado a explicarlo" (18).

En definitiva, la intención evidente es quitar de en medio una verdad asumida por el fiel pueblo cristiano, y esto queda probado cuando en ese documento se lee, por ejemplo (subrayados míos):

"Teniendo en cuenta la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora para  definir la cooperación de María" (22).

Siempre inoportuno, dice. No voy a negar que los argumentos teológicos para esa pretendida defenestración son sólidos -no puede ser menos, tratándose de una nota doctrinal del Dicasterio que vela por la pureza de la fe-. Se citan, como es  lógico, Hch. 4,12 ("sólo nos salvamos por el nombre de Jesús"), o 1 Tim. 2,4 ("Cristo hombre es el único mediador"). Y se justifica  esa voluntad de eliminarlo con la siguiente excusa:

"Cuando una expresión requiere muchas y constantes explicaciones para evitar que se desvíe de un significado correcto, no presta un servicio a la fe del pueblo de Dios y se vuelve inconveniente"  (22).

Por supuesto, no puede faltar mencionar el peculiar magisterio del Papa Francisco (el mismo que nombró al actual Prefecto de la doctrina de la fe):

"María jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora" (21).

¿Es que Francisco pensaba que los cristianos han defendido alguna vez esas dos barbaridades, que María ambicionase algo? María es el ejemplo más radical de humildad y obediencia de toda la historia sagrada (excepción hecha de su Hijo), y todos los maravillosos dones con los que la ha embellecido el Espíritu Santo -incluida su cooperación y colaboración a nuestra salvación (o corredención)- son expresión de la Gracia divina, que bajó sobre ella desde el primer instante de su concepción. Ella, como cualquier criatura, nada tiene sin que lo haya recibido antes de Dios, absolutamente nada. Si ella es corredentora no es porque se presentase como tal, no porque aspirase a ello, sino porque el Señor quiso que lo fuera. Ella no se clavó una espada en su alma; a ella se la clavaron (Lc. 2,35). 

Lo más triste es que se ha perdido una ocasión idónea para aclarar y precisar teológicamente el alcance (y los límites) de este título mariano, tan arraigado en pueblo como en la doctrina de los Papas, en vez de pretender darle ropaje teológico a las desafortunadas y falaces palabras del Papa Francisco. Porque es un asunto de tal calado soteriológico, que merece ser profundizado. Así lo expresa lúcidamente el teólogo Aurelio Fernández en su tratado de "Teología Dogmática" (pág. 442):

"Lo que parece urgente es explicar con rigor el contenido exacto del término "corredentora", pues quienes se resisten a admitirlo refieren con razón que la fórmula co-redentora no puede significar igualar a Cristo Redentor y a María Redentora, pues ella también ha sido redimida; la diferencia pues entre la acción redentora de Cristo y la asociación de la Virgen a su obra no es de "grado" sino "esencial". Ni siquiera puede significar una simple "coordinación" de tareas, sino que debe garantizar la "subordinación de funciones". 

"Explicar", no "eliminar". En la historia eclesiástica jamás hubiese existido desarrollo teológico alguno ni en Cristología, ni en Mariología, ni en Eclesiología, si se hubiesen refrenado los teólogos y el Magisterio por los "inconvenientes" o "inoportunos" peligros de los conceptos usados para explicar verdades de fe. Ahora que celebramos los 1.700 años de Nicea, pensemos en el término no bíblico "homousios", la enormidad de problemas que generó; recordemos el título dado a nuestra Madre bienaventurada en Éfeso (431) de "Theotokos" (ningún católico, ni los más chalados, lo interpretan como la precedencia ontológica de María sobre la Santísima Trinidad, aunque los protestantes más fanáticos nos lo echen en cara por internet). Reflexionemos sobre la Iglesia, definida como "Sacramento universal de salvación", que no quiere decir que exista un octavo sacramento como podría interpretar algún necio. Si hay algo que caracteriza a la fe católica, es la exigencia de usar, además de las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio, la fuerza de la razón. A pesar, por supuesto, de los riesgos que ello conlleva, dada la dificultad del lenguaje humano para abordar y precisar las cuestiones mistagógicas. 

Y por descontado podríamos evocar aquellos dogmas proclamados cuando la Iglesia no tenía complejos ecuménicos (Inmaculada Concepción, Asunción, Infalibidad papal...). No me cabe duda de que, de no haber sido definidos solemnemente estas verdades de fe, los autores del documento que criticamos, nos aburrirían con una farragosa exposición acerca de la escasa apoyatura escriturística de los mismos y sus graves repercusiones para la unidad con herejes y cismáticos. Pero esos Papas valientes de antaño no se arredraron por las dificultades teológicas (en el primer caso), escriturísticas (en el segundo) o históricas (en el tercero). Y les importaba un ardite enfadar a los heresiarcas. 

En definitiva, pregunto ingenuamente: ¿por qué no ha intentado "hacer Teología con mayúsculas"? Trabajar con inteligencia, con fe y con el fuego de la caridad sobre un concepto mariano tan emotivo, que lleva más de cinco siglos empleándose habitualmente por los católicos. Así lo reconoce el documento en el numeral 17, si bien la primera luz ya la percibieron Padres del siglo II como San Justino y San Ireneo al describir a María como la Nueva Eva, por cuya obediencia nos vino la salvación. ¿Por qué se ha querido entonces hundir la esperanza de tantos cristianos que esperan el reconocimiento de este quinto dogma mariano?  ¿Por qué?

El documento parece responder a esa pregunta citando -cómo no- al Concilio Vaticano II, concretamente al Capítulo VIII de la Lumen Gentium, pues este Concilio "evitó utilizar el título de corredentora por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas" (18). Cierto, pero con un importante matiz que veremos a continuación. Evitó el título, pero reconoció esta irrenunciable verdad en un luminoso párrafo que, significativamente, es omitido en el documento del Dicasterio y en sus notas. Lo veremos a continuación.

II

Está suficientemente estudiado por teólogos e historiadores el hecho de que durante las sesiones del Concilio Vaticano II (1962-1965) se abandonaron los esquemas preliminares confeccionados desde que Juan XXIII anunció la magna reunión en 1959, incluido uno específico sobre la Bienaventurada Virgen María. A propuesta del Cardenal alemán Frings y 66 obispos centroeuropeos -no es broma el número- se prefirió, tras una votación muy reñida (1.114 votos contra 1.074), unir los esquemas sobre la Iglesia y sobre la Virgen (lo que significó tirar a la basura el esquema específico sobre María). Y por ello surgió el capítulo octavo, conclusivo de la Lumen Gentium, colocando a la Virgen María como un broche que cierra el tratado general sobre la Iglesia. Y aunque se intentó que el capítulo se denominase "María, madre de la Iglesia",  finalmente se intituló "María, madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia".

Esos hechos objetivos, dada la abierta intención ecuménica del Concilio, pudieran hacer pensar que muchos padres conciliares (por ejemplo los de la cuenca contaminada del Rin) no deseaban una excesiva presencia del tema mariano en el Concilio. En cualquier caso, hay que reconocer Dios escribe recto con renglones torcidos y que ese vínculo que establece la Lumen Gentium entre la Iglesia y la Bienaventurada Virgen María (ya existente en la tradición, por cierto) supuso un importante logro teológico, como expresó nuestro recordado Benedicto XVI, quien escribió:

"Pienso que ese redescubrimiento de la transicionalidad de María e Iglesia, de la personalidad de la Iglesia en María, y de la universalidad de lo mariano en la Iglesia, es uno de los redescubrimientos más importantes de la teología del siglo XX" 
 
 Y con la lucidez que caracterizó al gran teólogo bávaro, anotó:

"La Iglesia es persona. Ella es una mujer. Es madre. Es viviente. La comprensión mariana de la Iglesia  representa el más decidido rechazo de un concepto organizativo y burocrático (...) La Iglesia fue engendrada cuando en el alma de María se despertó el Fiat. Ésta es la más profunda voluntad del Concilio: que la Iglesia despierte en nuestras almas. María nos muestra el camino". 

Y aunque también es público y notorio que la mariología sufrió un eclipse en los años posteriores al Concilio, lo cierto es que en la Lumen Gentium, pese a no utilizar la palabra "co-redención" (por motivos indisimuladamente ecuménicos), sí alude a clarísimamente a esa función. Esta Constitución Dogmática, al referirse a la acción de la Bienaventurada Virgen María, incluye unas luminosas palabras que, sin embargo, no son citadas en Mater Populi Fidelis. Y es fácil deducir la razón por la que no se introdujo en este documento (ni en sus abundantes notas marginales) esa luminosa cita de la Lumen Gentium: desmontaría toda la tramoya de su brillante argumentación. 

La transcribo con profunda emoción. Y con la certeza de que fueron verdaderamente inspiradas por el Espíritu Santo para mantener abierta la ventana del quinto dogma mariano, que será proclamado con una alegría inmensa del pueblo cristiano en el momento en que lo quiera Nuestro Señor. Y no olvidemos que esta breve declaración dogmática de la Lumen Gentium está, en cuanto a valor doctrinal, muy por encima de todos los numerales del documento del Dicasterio, una nota que pasará sin pena ni gloria y de la que espero que pronto sea olvidada como otros muchos documentos romanos del pasado. 

Incluyo también el original latino en negrita pues es, si cabe, más emotivo (y fuerte). Dice así:

"La Santísima Virgen (...) concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el Templo, padeciendo con su hijo cuando moría en la cruz, (filioque suo in cruce moriendi competiens) cooperó en forma enteramente impar a la obra del salvador  (operi Salvatoris singulari prorsus modo cooperata est) con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas (ad vitam animarum supernaturalem restaurandam) (61)".

En conclusión, tranquilidad. No se ha cerrado nada. Y por críticos que podamos ser con ciertas expresiones ambigüas de los en general magníficos documentos del Concilio Vaticano II, aquí no me cabe duda de que actuó el Espíritu Santo de una manera especial y clarificadora. Y lo hizo para que tengamos presente que, efectivamente, y en primer lugar, "por la sangre de Cristo, tenemos la redención" (Ef. 1,3).  Pero igualmente para que nunca olvidemos que fue voluntad del Divino Hijo que su bendita madre estuviera junto a su cruz, para asociarla especialmente a su salvación. 

El "cómo" o "de qué modo" actúa esa cooperación, queda como una cuestión pendiente para los sabios teólogos y que sean, a la vez, hombres de ardiente fe. No, desde luego, para los que han redactado ese prescindible documento.

viernes, 31 de octubre de 2025

31 de octubre de 2025, Halloween. Una historia sobre la caída del diablo.




Comprendo que desagrada, pero no podemos negar una verdad irrenunciable para un católico: el demonio no es una abstracta representación del mal sino un ser personal, -tan persona como como vd. o como yo-, sólo que sin cuerpo -es espíritu puro- y con una inteligencia descomunal, que no necesita de la mediación de los sentidos para conocer, y que por tanto es inmensamente superior a la suma de todas inteligencias que existen y han existido en el mundo desde el principio. Y hay infinidad de demonios, ya que al crear Dios nuestra realidad (la que conocemos imperfectamente), tuvo a bien rodearse de una miríada de seres angélicos, inicialmente buenos y excelentes, muchos de los cuales (parece ser un tercio de ellos -Ap. 12,3-9-) se rebelaron, como luego veremos.  Una vez creados, y como explica magistralmente el Padre Fortea en su Suma Demoniaca, Dios los sometió a una prueba. No se mostró a ellos tal como Él ES, sino que permitió que, a través de sus portentosas mentes, fueran llegando a la comprensión del poder tan infinito y benigno, que les había sacado literalmente de la nada para manifestar en ellos su gloria y poder. 

Los ángeles creados no cayeron jamás en el disparatado error del ateísmo, pues eran suficientemente inteligentes para percatarse de que ellos -seres que antes no eran y ahora son- nunca pudieron proceder de sí mismos. No había otra alternativa: un poder grandioso (e incomprensible, hasta para sus agilísimas inteligencias), les había sacado de la nada, produciendo un universo fastuoso como es el mundo angélico. Enseguida comprendieron la más importante verdad metafísica:  que la distinción entre ellos como criaturas y ese Creador era mayor incluso que la distinción entre ser y la nada. Y actuaron con coherencia. Agradecidos, procedieron a comunicarse a través de sus mentes con Él. Y -aunque no le vieron en un primer momento, pues el Dios trinitario se veló ante ellos-, la sola comprensión de la magnitud de Verdad, Bien y Belleza que pudieron alcanzar, les hizo arrodillarse todos a una; millones y millones de seres angélicos de una belleza inimaginable postrados ante la Belleza suma ¡Y aún no la habían percibido con visión beatífica! Meramente la aceptaban por un puro razonamiento. 

El mero reconocimiento intelectual -sin visión-,  de esa diferencia ontológica entre EL QUE ES y ellos como criaturas, les llevó naturalmente a una humilde sumisión. Sencillamente, asumían felizmente lo que eran. Y además  todos se reconocían a sí mismos por el  nombre que previamente les había designado el Creador. El ángel que más se destacó  por su amor fue, lógicamente, el que había sido creado con mayor belleza e inteligencia , y ese se llamaba Lucifer. Ninguna criatura angélica ha amado a Dios como él. Y ninguna le acabará odiando como él.

El Creador les reveló su naturaleza, Una y Trina, pero sólo de manera intelectual (que ellos comprendieron mucho mejor que todos los teólogos del mundo, y aun así no plenamente). No se les manifestó en una visión intuitiva inmediata de Él. Lo haría, sí, pero antes quiso darles la primera catequesis: por qué, existiendo Él desde la eternidad y en una perfecta comunión de amor y felicidad del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, deseó manifestar su amor y gloria en los grupos de seres que iba a crear. Ellos los primeros (en el Evo, el tiempo cuasieterno de los seres angélicos). El universo material y al hombre -compuesto a la vez de materia y espíritu-, los últimos (ambos, en el tiempo cronológico). 

Todos los ángeles alabaron a Dios, por su magnificencia y sabiduría. Y los ángeles contemplaron asombrados cómo ex nihilo surgía un punto insignificante que contenía toda la historia natural y espiritual de esa creación que quiso hacer el buen Dios. Cómo de la Palabra brotó la luz, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios...., luego la materia, el espacio, el tiempo y las distintas fuerzas de la física, creadas y diseñadas para que en último lugar surgiese una criatura, que recibiría el mismísimo aliento de Dios, y que iba a ser amada por Él, más aún que a los mismos ángeles. Amada hasta la locura, hasta el punto de estar dispuesto a hacer cosas inimaginables para la misma inteligencia angélica como la Encarnación y la muerte del Hijo de Dios, si esa criatura abandonase el camino que Dios le encomendó. Un abajamiento, una kenosis, en fin, para buscar y salvar a un ser caído, ínfimo, compuesto de materia vil y espíritu de rebeldía. Y los ángeles serían colaboradores de Dios en tal propósito.

Por eso se dividió el senado angélico. 

Esa revelación fue aceptada lealmente por la mayoría de ángeles, y fue interpretada como la prueba definitiva del inigualable y auténtico amor de Dios. Otros sin embargo prefirieron juzgarla como un signo de debilidad. En el caso de Lucifer, al hacérsele presente instantáneamente los infinitos matices de la decisión divina en su mente portentosa, su inteligencia lo interpretó en principio como la inaudita sabiduría del amor de ese Dios, hasta entonces desconocido. Sin embargo, él, que era libre como los demás ángeles, fue consciente de que nacía en él algo nuevo, oscuro -que se denominaría soberbia- vinculado a su voluntad, donde hasta entonces sólo existía, gratitud y bondad. Y dudó. Por supuesto, era consciente de que debía cortar de raíz esa tentación, porque sabía que el mismo Dios les mostraría su rostro, y desde entonces nadie podría volver a sentir la más mínima tentación contra Él... pero ¿Y si en realidad no fuese tan poderoso? Por supuesto, Lucifer sabía que tal razonamiento era un sinsentido; el Dios que le sacó de la nada no sólo se revelaba como poderoso sino que en Él estaba el absoluto poder, o más exactamente, Él era el Poder..., Pero aún así, si ostentando ese poderío iba a actuar con el abajamiento que había explicado, algún flanco de debilidad tendría. 

La batalla angélica de la que hablan las Escrituras, como explica Fortea, fue estrictamente intelectual. Los argumentos de Lucifer eran contundentes: se viola el principio de contradicción, en un Dios que es todopoderoso, pero a la vez es débil a causa del amor. Si mundo que acaba de crear, con esa pareja que le alaba en el jardín de las delicias, es la niña de sus ojos, se desmiente de facto aquello que creímos cuando fuimos traídos a la existencia. El poder de crear de la nada se contrabalancea, por lo tanto, con su pasión senil por esa nueva criatura, ergo, no es tan todopoderoso. Digamos todos juntos NO. Si Dios quiere que sirvamos al hombre, no serviremos ni a éste ni a Dios. Non serviam. 

En cualquier caso, Lucifer, por su profunda inteligencia, intuía en lo más profundo de su espíritu el abismo al que se condenaba. La naturaleza de Dios era mucho más grande lo que jamás podría pensar criatura alguna, y sabía perfectamente que no podría vencerle, y que intentar herir a un ser inmutable, haciendo daño a esos mindundis que eran los hombres resultaba patético. No, por muy segura con que la soberbia tenía atenazada su voluntad, una mera criatura como era él no podría jamás derrotar al Ser que no puede no Ser. Lo sabía, y estaba seguro de que también Dios conocía sus pérfidas intenciones. Podía volver atrás, hacer rectificar a esa gran cantidad de ángeles que le habían comprado sur argumentos, los cuales se habían fiado más de su acreditado prestigio que de la solidez de los mismos. Estaba convencido de que Dios le perdonaría, pero algo vertiginoso -y por primera vez en sentido estricto diabólico- pasó por su espíritu. Si era derrotado, como ya estaba seguro que ocurriría, no sería exterminado por la natural bondad de Dios con sus criaturas, pero se convertiría en una especie de contra-dios, una grotesca pseudodivinidad, un maldito, un mono de dios, rebosante de de mentira y de rabia. Apartado de Dios, al que ya odiaba con toda su inteligencia pervertida, pero siempre sometido a su poder. Sabía, en definitiva, que Dios, como castigo, jamás aniquilaría la suma infelicidad de su odio siempre insatisfecho. Y lo aceptó definitivamente.

En ese momento, el buen Dios, que hasta entonces estuvo ofreciendo la Gracia de la Sabiduría a los ángeles para que no errasen, y para que volviesen los rebeldes, cortó de raíz ese envío y quedó fijada para eternidad la decisión de cada uno de los ángeles. Igualmente, levantó el velo de su esencia divina a los ángeles fieles, y no hay palabras para poder describir lo que contemplaron esos benditos. Sumadas todas sus portentosas inteligencias, todo lo que podían haber pensado quedó a años luz de lo que vieron y gozaron, ya para toda la eternidad.

Los rebeldes quedaron en un estado de oscuridad, de confusión, de reproches, de asco. Entre ellos, se blasfemaba, se maldecía y permanecieron, en defintiva, sometidos absolutamente a todos los pecados capitales exceptuados los de la carne, lo que añadió un insoportable plus de envidia sobre los hombres. (aunque compensado por la gran cantidad de desgraciados que acaban en el infierno por estos pecados).  En todo caso, jamás se alegran porque su odio es impermeable a cualquier ínfima dicha. Y sienten rabia cuando consiguen que el alma de un hombre acabe en el infierno, porque sufren por la certeza de que ha quedado de manifiesto ahí la perfecta justicia de Dios

El resto de su biografía podemos conocerla simplemente leyendo las Sagradas Escrituras. Y de ahí sabemos que su destino eterno es un lago de fuego inextinguible (Ap. 19,20).

Por todo ello, hoy, 31 de octubre de 2025, el día en el que muchos ignorantes, manipulados por tantos malvados, se consagran con sus gilipolleces a este ser (mientras que otros literalmente le rinden culto en antros donde probablemente se realicen sacrificios humanos), sólo me gustaría añadir una cosa sobre la psicología psicopática del demonio. 

Como vemos en el fotograma que encabeza este artículo, tomado de esa magnífica película, hoy de culto, llamada "Constantine", Lucifer -magistralmente interpretado por el actor sueco Peter Stromare- viene personalmente a llevarse el alma del moribundo Constantine, un exorcista tan eficaz como heterodoxo y cuyo tabaquismo le ha provocado un cáncer terminal. Un verdadero privilegio, que Satanás sólo otorga a sus grandes enemigos (y que no han confiado finalmente en la misericordia divina). La escena es memorable y me reveló (probablemente sin querer) un rasgo esencial del demonio. Mientras más amamos a Dios, más amor nos regala el mismo Dios para seguir amándole, porque "al consumar nuestros méritos, consumamos su obra". Sin embargo, el demonio, como buen mono de Dios, cuando recibe el amor de sus fieles más odio les manifiesta y con más crueldad les castigará en los antros del infierno. El demonio cobra las facturas con manifiesta usura, sobre todo a sus leales. Podemos pensar que, como contrapartida, cierto respeto expresará sobre aquellos que fueron sus grandes enemigos pero que al fin de sus vidas no se acogieron a la misericordia divina. En cualquier caso, él es un mentiroso compulsivo, no nos fiemos nunca de él. Combatámoslo siempre. 

Y recemos. Sobre todo un día como hoy.



   


martes, 28 de octubre de 2025

Los Domingos: locura para los paganos.


Vi este fin de semana "Los Domingos", película que alcanzó la "Concha de oro" del festival de San Sebastián y lo cierto es que me encantó; es más, puedo decir que logró el milagro de que volviera a reconciliarme con el cine español, cuyo sectarismo y chabacanería habían alcanzado picos inimaginables. La circunstancia de que su directora fuese una mujer sin creencias religiosas, la baracaldesa Alauda Ruiz de Azua, hace más meritorio su trabajo, pleno de talento y sensibilidad, a años luz de la chabacanería de un Almodóvar o del sectarismo de un Amenábar. Me imagino los dislates que ambos (excelentes directores por otro lado, pero sólo desde el punto de la realización técnica) introducirían en el profundo y meditado guion de esta extraordinaria película. 

Antes y después de ver la película he leído algunas críticas sobre ella, y todas sin excepción ponderaban su excelente factura, sus múltiples lecturas y -lo más interesante a mi juicio como cristiano- todas ellas revelaban ininteligibilidad sobre el fenómeno de la conversión, y su fuerza para transformar cada vida. 

De hecho, la crítica que más me ha impresionado ha sido la que he leído de Fotogramas, redactada por un tal Fran Chico titulada provocativamente "La mejor película de terror de 2025". Pero no porque me parezca una mala crítica, todo lo contrario. A mi juicio es, a la vez, la que mejor -y también la que peor- entiende la película, una paradoja que también he observado en otras críticas que he leído, pero que este brillante crítico lleva hasta su punto más radical.  

El común denominador de todas las reflexiones que he podido contrastar es la incomprensibilidad ante la decisión de la protagonista: ¿Lo hace ante la ausencia de una madre y el horizonte de un padre amenazado por una quiebra económica? ¿Está manipulada por la Madre del convento? ¿O se trata de una conversión auténtica, una de esas que nos regala una nueva manera de percibir nuestra vida y nuestro mundo? La película, incluso, introduce el elemento de amor humano de la protagonista, Ainara, con un chico que le gusta, pero no lo hace para intentar demostrarnos la poca consistencia de su vocación (eso es lo que pretenderían burdamente un Amenábar o un Almodóvar), sino más bien resaltar la humanidad de la protagonista. No seamos mojigatos y tengamos presente que ella se encontraba en una situación de éstas en las que, como le explica Guillermo de Baskerville a Adso de Melk en la mítica novela de Umberto Eco "El nombre de la rosa", "hubiera caído hasta un padre del desierto". A diferencia de los anteriores directores, la directora no pretende llevarnos a un lugar predeterminado (es decir, manipularnos). Es el espectador el único soberano para decidir. Eso es de agradecer, y además es algo exclusivo de los grandes autores.

Todas esas miradas de los críticos a las que me he referido intentan diseccionan a los personajes de este drama para conocer sus motivaciones, y aquí observo un error de base. La disección que realizan les impide comprender el sentido último del personaje principal, porque un cadáver diseccionado en una mesa de autopsias no puede explicar un alma. Pero claro, introducimos una palabra -alma- que la mentalidad cientificista de nuestros pensadores progres rechaza por principio. Lo cierto, sin embargo, es que sin ella no se entiende nada de lo que vemos. La conversión no es una decisión de nuestro intelecto sino la transformación por un agente sobrenatural de nuestra alma. Una verdadera Gracia de Dios. 

El artículo que cité anteriormente carga las tintas con el hecho de que tanto nuestra sociedad como el propio cristianismo están moribundos. Nuestro mundo se caracteriza por una cultura nihilista barnizada de cristianismo; sin embargo, esta religión, a su juicio, no es otra cosa que un edificio en ruinas, un entramado hueco, hipócrita y, en algunos casos, criminal que se cae a pedazos. Dado el fracaso de la sociedad, puede ser comprensible escapar hacia una utopía que exija quedarnos ciegos para no percibir la devastación que conlleva nuestra elección. La vocación religiosa se enfoca de un modo naturalista. Desde el llamado "primer mundo" es la huida hacia la nada ante una realidad cada vez más fría, implacable e insoportable y, sobre todo, de una pobreza espiritual desoladora. Desde el "tercer mundo", una salida desesperada de muchos ante la pobreza material y el hambre.  Con esas premisas es lógico calificar este trabajo como una gran "película de terror".

Ciertamente es fácil hacer sangre con la Iglesia en un mundo como hoy, donde ha dejado de influir hasta en los mismos cristianos, y cuya decadencia social avanza con paso firme día tras día. Sin embargo, el occidente post cristiano, que se regodea verificando cómo va hundiéndose la llamada cristiandad (sin darse cuenta de que esa caída le arrastrará consigo), no puede captar que detrás de esas ruinas hay una realidad interior que siempre está viva y a la cual ningún poder humano podrá matar, porque una y otra vez resucita. Es como un corazón vivo, que se simboliza en el pabilo que parece estar a punto de apagarse en cada Sagrario. Y ahí sigue, iluminando el corazón de las tinieblas. 

Ese es Cristo, el viviente, que nos exige a cada cristiano una respuesta radical y definitiva, combatiendo en nuestra lucha diaria y en cada ámbito en el que nos encontremos esa falsa vida que se nos ha puesto delante. Ainara -aunque no lo explicite en la película- tenía la certeza de que, como refiere la Epístola a Santiago, "la oración fervorosa del justo tiene mucho poder ante Dios". Y no hay oración más grata y eficaz ante Dios que la de una humilde y fervorosa monja en un perdido convento. Mucho más que todos los tratados de paz que conciertan los poderosos del mundo. Y aunque no sepamos aún cómo, produce muchos más y mejores frutos. En el Cielo lo comprenderemos. 

Para concluir -y advierto que hago un importante spoiler- quiero destacar el personaje de Maite -impresionante actuación de Patricia López Arnaiz-, la tía de Ainara, tan razonable como atea en la primera parte de la película, pero que al final desvela, no su ateísmo, sino un verdadero "odium fidei", insultando como una auténtica poseída a la Iglesia y a las motivaciones de Ainara. Es el único momento en el que pensé que la película desbarraría, que la contundencia del alegato diabólico de la tía haría recapacitar a Ainara, y quitarle su "locura" de ser monja. Temía que esta excelente directora vasca se marcase "un Almodóvar" o "un Amenábar", y la protagonista profiriese un sesudo monólogo, agradeciéndole que se la sacase de su engaño, y se la hiciera volver al encantador universo progresista del que nadie razonable debiera salir. Pero no. Ainara dijo exactamente lo único que podía y debía responder un verdadero cristiano ante tal sarta de descalificaciones por parte de alguien muy querido. Sólo un misericordioso "rezaré por ti".  Aquí la película alcanza su cenit y desvela la autenticidad y profundidad  de la vocación de la protagonista.   

En definitiva, la vocación religiosa de una niña guapa de diecisiete años parece un desatino a nuestro mundo, que presume de racional y que, sin embargo entiende, como muy razonable, por ejemplo, la posibilidad de destruir una vida humana en el vientre de su madre. Por eso -y vuelvo al principio- las críticas que he leído son tan paradójicas. Como lo es nuestra fe, una locura para los paganos. Estos seguirán sin entender por qué ese desatino sigue vivo tras dos mil años de historia, y cómo es posible que los muros de la Iglesia siempre amenacen ruina, pero su interior siga tan vivo como un corazón que jamás dejará de latir. 

Algún día lo comprenderán, pero será demasiado tarde para ellos.
  

domingo, 14 de septiembre de 2025

La guerra sobrenatural de Charlie Kirk.




En memoria de Charlie Kirk (1993-2025).

Dado mi escaso vuelo por las redes sociales, admito con pesar que, hasta el mismo día de su muerte, no tenía ni la menor idea de quién era Charlie Kirk. Al ver la noticia de su asesinato en Antena 3 (una televisión presuntamente moderada pero que de entrada lo des-calificaba como "un activista de extrema derecha") pregunté con curiosidad a mi hijo. Y éste, algo conmocionado con la noticia pese a sus ideas progresistas (pecados de juventud), me comentó que sus amigos más conservadores estaban en shock porque lo solían seguir en redes sociales. También me dijo que era alguien muy cercano a Trump. Yo fruncí el ceño: enseguida pensé que me encontraba ante uno de tantos frikis que brotan y se agostan junto al inclasificable cuadragésimo séptimo líder del mundo libre. 

Poco después acudí a internet, y pareció confirmarse esa negativa percepción. Las primeras referencias que obtuve acerca de Charlie Kirk en la red me lo presentaban como un ser siniestro sin paliativos: un "ultra", un "ultraconservador", un "fascista despreciable que despreciaba a los negros y a los trans", en definitiva, "un provocador"; alguien que había comprado muchos boletos para ser tiroteado; "un fanático -en definitiva- al que le han pegado un tiro".  Es decir, acerca de su persona se vertía un juicio mucho peor que el que solían hacer antaño aquellos respetables cobardes (intelectuales, profesores de universidad...) sobre las víctimas de terrorismo, ese abyecto "algo habrá hecho"; una miserable frase que escuchamos demasiadas veces allí donde los asesinos de ETA imponían su terror. En el caso de Charlie Kirk la izquierda sabía perfectamente lo que él había hecho, y era patente, por tanto, la causa por la que se le había quitado de en medio: simplemente era un fascista y ya sabemos que el mejor fascista es el muerto. La izquierda, siempre tan sutil. 

Sinceramente, esa sucia forma de referirse a un hombre joven, casado y con hijos pequeños, un divulgador de ideas tiroteado y asesinado mientras debatía con jóvenes en un campus universitario, me pareció deleznable y asquerosa. Incluso aunque esos denuestos se hubieran ajustado con precisión a la realidad de sus actos y sus palabras, aunque él hubiese sido más racista que Sabino Arana, por ejemplo. Recuerdo, a este respecto, que cuando murió de cáncer el secuestrador de Ortega Lara, al que torturó durante casi dos años en un zulo, es decir, un fascista de verdad, los periodistas se arremolinaron junto a su víctima para arrancarle un titular. Pero él les decepcionó y con elegancia se limitó a responder: "Que descanse en paz" . La "clase", la "categoría", "el honor" o es siempre algo propio del alma o no es. 

Afortunadamente comenzaron a surgir muchísimos vídeos con sus intervenciones (y siempre delante de públicos plurales, no como los de "La revuelta"). Y como la prudencia exige acudir siempre a las fuentes primarias, estuve visualizando serenamente muchos de ellos. Como intuía, se había realizado una caricatura soez de un hombre de ideas muy sólidas y fundamentadas, que absolutamente nada tenían que ver con el fascismo o el racismo, y sí mucho con el cristianismo (en realidad casi todo lo que hablaba tenía impronta cristiana). De tal modo que me fui conmoviendo poco a poco por la lucidez, la claridad, la bondad, el valor de ese hombre (y su paciencia y respeto al debatir cara a cara con tipos y tipas, tipejos y tipejas que verdaderamente le odiaban, pues el peor odio es el odium fidei). Con qué inteligencia y corazón defendía la patria, la familia, y todos los principios innegociables de una civilización cristiana, asediada por todos los flancos por el error de un progresismo tan impío como totalitario y criminal. Concretamente, su condena del aborto era tan contundente como bien fundamentada. Y, sobre todo ¡qué amor absoluto a Cristo, de quien se reconocía como rescatado por Él, sin avergonzarse de Nuestro Señor como hacen tantos cristianos amedrentados de nuestro tiempo! Su fe cristiana -protestante, aunque su esposa era católica- impregnaba cada palabra que salía de su boca, con lo que, además de sentir una inmensa pena por su injusta muerte, me indignaba con religioso celo por la manera en que se le insultaba, incluso en medios de comunicación -en principio- no radicales. 

Fue entonces -meditando sobre esa descalificación universal del personaje por parte de la izquierda, el centro y aún la derechita cobarde que lo juzgaba como radical o ultra- cuando, gracias una inmediata intuición, pude comprender por qué no había percibido ningún rasgo de humanidad en tanta gente que se suponía templada (incluidos los parlamentos europeos y de USA, que boicotearon los actos en su memoria). Una intuición escalofriante como explicaré a continuación.

Todos sabemos -Charlie Kirk el primero- que la izquierda ha impuesto hoy su cosmovisión totalitaria (y seudoreligiosa) de la realidad, en casi todos los ámbitos de la información, de la política general y de la vida universitaria. Y no hubo dogma progre que Charlie Kirk no combatiese con "la espada de doble filo de su palabra" (que se inspiraba en la Palabra de Dios). Toda la artillería de la Palabra divina era empleada noblemente contra los errores y desenfoques morales e intelectuales de nuestro tiempo: el género, el feminismo, el homosexualismo, el aborto y la cultura de la muerte, el neomaltusianismo, el cambio climático de presunto origen antrópico (y las políticas nefastas que se han implementado), el materialismo científico como único paradigma del saber, la agenda 2030... En fin, una moderna dogmática que se ha asentado de manera general en todos los ámbitos públicos, y asalta el alma de nuestros hijos en las escuelas. Pero no se han impuesto precisamente por la fuerza de su convicción racional, por su indiscutible ajuste a la realidad de las cosas, o por su evidencia en definitiva. En absoluto. Se han ido implementando gracias a la mayor sagacidad de los hijos de las tinieblas (Lc. 16,8), que han seguido con inquebrantable voluntad la conocida sentencia marxista de que "al pasado hay que hacer añicos", un pasado construido por los valores de la civilización cristiana. Máxima comunista que en el fondo no es más que una variante de esa primitivísima regla dada al inicio de la aventura humana por el mayor mentiroso, asesino y totalitario que existe: "seréis como dioses". 

Pues bien, sin el menor complejo, Charlie Kirk debatía con todo aquel que se atreviese a contrastar ideas, para probarle la poca consistencia de tales falacias progres, fabricadas ex profeso para destruir cualquier indicio de civilización cristiana. Y como buen conocedor de las Escrituras, Charlie Kirk sabía que era previsible que la degeneración del mundo intelectual llegase a este punto insoportable en el que hoy vivimos. De hecho, basta una atenta lectura de la Biblia para percatarse de que lo que hoy palpamos con claridad y lucidez, se ajusta al milímetro con aquello sobre lo que nos advirtió el Señor cuando llegasen los últimos tiempos: 

"a causa de mi nombre se escandalizarán muchos, y unos a otros se harán traición y se aborrecerán, y se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a muchos, y por exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos". 

Así dice el Evangelista Mateo. Y Lucas, con gran pesar, pondrá en boca de Cristo esta reflexión:

"Cuando venga el Hijo del hombre. Encontrará fe en la tierra?

El Señor habla de un "exceso de maldad", un ambiente tan insufrible y asfixiante, que hará tirar la toalla a muchos ("se enfriará la caridad"). En relación con "los buenos", unos capitularán por cobardía, retirándose a cuarteles de invierno que ya ni existen; otros asumirán la inevitabilidad del progreso que se propone (aun reconociendo su raíz malvada), y pretenderán encauzarlo haciendo compatible a Cristo con Belial (2 Cor. 6,15), pero siendo al final fagocitados por este último. 

Y es que como decía Chesterton, "el conservador es un progresista que camina despacio". Y dado que en nuestro tiempo se están produciendo vertiginosos cambios ideológicos y sociales (y en progresión geométrica, cada vez más inmediatos, radicales y rupturistas), los pobres conservadores de hoy están sin resuello por seguir tal vorágine de cambios; se comportan como esquizofrénicos por pretender conciliarlos con sus viejas ideas en las que ya ni creen, y luchan a veces por introducir mínimas e inútiles correcciones a esos monumentales errores de base. Y cuando se consolida el error, esos entrañables como patéticos derechistas se convierten a veces en los primeros y más enérgicos defensores de tales aberraciones, como aquellos desgraciados a los que fusilaba Stalin y que morían gritando vivas a Stalin. 

Pero hay otros -como Charlie Kirk- que se niegan a comulgar con ruedas de molino y combaten abiertamente ese reino, antesala del infierno, que pretende sustituir el genuino Reino de Dios. Y estos hombres heroicos recogen el odio de todos, de radicales de izquierda desde luego, pero también de moderados (de derecha y de izquierda), que los acusarán de extremistas, de ultras.... 

El paso siguiente no es otro que el odium fidei.  Es decir, el odio a la Verdad, el odio a Cristo, el único  Camino, Verdad y Vida y del que Charlie Kirk era un fabuloso propagandista. Porque en definitiva la cobardía, el indiferentismo o la vana pretensión de apaciguamiento propia del mundo conservador de nuestros días cavará algún día su propia tumba, como aquellos experimentos centristas que ponían una vela a Dios y otra al diablo. No puedo contener mi asco por aquellas gentes con principios, cristianos que no son estúpidos y perciben la maldad de los dogmas de la izquierda, y que aun así sienten más desprecio que admiración por gentes como Charlie Kirk porque ¡es muy extremista, por Dios, por Dios! 

Esta derechita meliflua y de sacristía, sin huevos para derogar aun con mayoría absoluta las más criminales leyes de la izquierda, olvida lo que gentes como Charlie Kirk comprendieron y muchos hoy captan/captamos con claridad. Que la guerra que llaman cultural no es tal, que se trata de una guerra verdaderamente sobrenatural, porque nunca como hoy podemos afirmar con certeza  que "el mundo todo está bajo el poder del demonio"(1 Jn. 5,19). 

Charlie Kirk eligió el único camino posible, el combate sin remilgo alguno contra el mal. Y lo hizo con una fuerza tan brava como si fuese una "espada de doble filo" (Hb. 4,12); con la misma "espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef. 6,17). En definitiva con Cristo, que es la Palabra hecha carne,  que habitó entre  nosotros (Jn. 1,1-14);  Palabra, que saldrá de la boca del Rey de Reyes cuando vuelva con tal poder que someterá a las fuerzas del mal e implante su Reino (Ap. 19,15). 

Entonces castigará severamente a los que odiaron a Charlie Kirk. Pero también, al igual que a los tibios de la Iglesia de Laodicea (Ap. 4,16), vomitará de su boca, por lo mismo, a aquellas gentes de orden que, para hacerse perdonar por los odiadores, le juzgaron como ultra, extremista o radical. 

Que el Señor al que amabas te premie el bien que has hecho. Descansa en paz Charlie Kirk. Nunca te olvidaremos.

viernes, 22 de agosto de 2025

Segundo volumen de mi libro: "Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba"

 


Queridos amigos, acabo de publicar en AMAZON un segundo libro de breves ensayos sobre la Biblia. Como veis tiene el mismo titulo que el primero que saqué hace unos tres años, el cual tomé de un bellísimo versículo del profeta Jeremías. He agrupado los artículos en dos partes, al igual que en el volumen anterior, Antiguo y Nuevo Testamento. Siete corresponden al A.T; siete al N.T, un homenaje al número sagrado por excelencia de la Biblia. 

En ambas partes he intentado destacar la vigencia en nuestro tiempo de los textos bíblicos que comento, y cómo ayudan a comprender el actual estado de la cristiandad, para "no perder el norte y para entender lo que viene" (según se anota en el subtítulo). 

Igual que en anterior, los artículos de este nuevo libro han sido espigados de mi blog noliteconformari.blogspot.com,  y se han ido publicando  en estos últimos meses en la web Infovaticana.  

Las fotos de portada y contraportada, de éste y del anterior libro, las sacó el periodista José Gabriel Concepción (quien amablemente me las ha cedido) durante la inolvidable peregrinación que hice con mi mujer a Tierra Santa en 2017, donde le conocimos, y desde entonces cimentamos una gran amistad. Se trata, como habrán adivinado, del Mar de Galilea, el mar de Jesús; no diré que el lugar más hermoso de la tierra (aunque lo pienso),  pero sin duda el más emotivo. 

Al igual que el primer libro, éste no puede adquirirse en librerías usuales, sólo puede comprarse en la web AMAZON.ES. Siento de veras haberlo hecho así. Me hubiera encantado seguir el apasionante procedimiento habitual de publicación, como hice con la novela que escribí y publiqué en 2016, "La tentación en el lagar" (Ed. Círculo Rojo), a fin de que pudieseis entrar en alguna librería (como siempre hemos hecho los lectores tradicionales), y sentir el placer único de acariciar un libro deseado y novedoso. Pero, en fin, de esta manera ahorro tiempo y sobre todo costes. Y se da facilidad para adquirirlo, con un mero clic. 

Tengo la esperanza de que en el futuro, si estos ensayos logran abrirse camino entre la ingente literatura religiosa que hoy se publica (y eso sólo depende del boca a boca de lectores satisfechos), pueda publicarlos en un formato más digno y en una editorial convencional: estos, los anteriores y los que sigan. 

Os mando los enlaces para este libro, y también para el anterior.

Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba II

Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba

El libro consta de 180 páginas y su precio, al igual que el que le precede, es de 10,40 EUROS. 

Agradeciendo vuestra atención y rogándoos que lo difundáis, recibid un fuerte abrazo. Luis

 

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Os pongo a continuación el índice del libro:  

ÍNDICE

Prólogo                                                                        

PRIMERA PARTE: ANTIGUO TESTAMENTO

1º.- La fe bíblica en la resurrección.   


2º.- Deuteronomio


3º.- Los judíos, entre Jonás y San Pablo: el Libro de Jonás como relato irónico sobre la historia de Israel.                                                                                                                                                                                            4º.- La Gloria de Dios abandona el templo.                                                                                      

  5º.- El Libro de la Sabiduría, gozne de oro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (1).                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       

  6.- El Libro de la Sabiduría, gozne de oro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento (2).                                                                                                                                                                                                                                                      

  7º.- Lecciones de Ben Sira y de los Macabeos para comprender las causas de la crisis litúrgica.                                                                                                                                                                                            

                                                                                                           

SEGUNDA PARTE: NUEVO TESTAMENTO

  1º.- La Parábolas de la misericordia (1): la quintaesencia del Evangelio y del arte de la narración.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

  2º.-   Las Parábolas de la misericordia (2):  el final no escrito de la parábola del hijo pródigo y la descomposición de la cristiandad europea.                                             


  3º.- Las Cartas Paulinas a los Tesalonicenses: de la escatología a la soteriología.                                                                                                                                                                                                                                    

  4º.- Las Epístolas Paulinas después de San Pablo.                                       


  5.- El episodio evangélico de la adúltera como demostración de que la caballerosidad no es machismo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

6º.- El teólogo, el carbonero y la resurrección de Cristo.                                                                    


  7º.- La historia de la Iglesia en las Siete Cartas del Apocalipsis: “Refuerza lo que tienes y está a punto de morir”                                                                                                                                                                                                                                                                           

NOTA SOBRE EL AUTOR                                                                                    


               

sábado, 9 de agosto de 2025

Santa Teresa de Jesús nos advierte contra el mindfulness.

 

I

El pasado mes de mayo, con permiso al parecer del anterior papa Francisco, se decidió exhibir el cuerpo "incorrupto" de Santa Teresa de Jesús, y el mundo pudo contemplar un rostro que verdaderamente producía espanto. La Conferencia Episcopal Española avaló dicha exposición de los restos de la santa con los surrealistas argumentos de que "da la oportunidad de anunciar la luz" y "promueve una experiencia del encuentro" (sic). No sé en qué mundo vive la CEE, pero no es de recibo que justificasen ese atropello, y además con tales vaciedades. Menos mal que su portavoz reconoció -qué lucidez la suya- que era "un tema discutible". 

Cualquiera que haya estudiado sobre la historia de los restos de la santa tras su muerte, se habrá percatado de que su cuerpo, aparte de haber sido exhumado y trasladado de una a otra parte en una feroz guerra por la posesión de su cadáver, fue literalmente troceado por muchos/as que deseaban sus reliquias. Por eso, aunque de verdad hubiera estado incorrupto tras morir, la devastación causada por esos fanáticos posiblemente hizo más daño a su integridad que la acción natural del tiempo. Y aun así se observa hoy una cierta incorrupción (perceptible más en el pie que en su rostro), pero en cualquier caso lo que vieron nuestros ojos resultó morboso y repulsivo. Les recomiendo, en fin, que lean la documentada biografía del hispanista francés Joseph Pérez, especialmente el capítulo donde describe ese saqueo sin tasa al cuerpo de la santa tras su óbito.

Por dos motivos especialmente me ha enfadado esa ostensión. Da la sensación de que los que han autorizado este desatino no buscaban engolosinar a los fieles para que acudan a las sublimes lecciones de oración de la santa, o para que admiren la prodigiosa obra de reforma del Carmelo que contienen sus maravillosos libros. No, lo que han logrado es que nos quedemos con un recuerdo deforme de unos restos sin vida (aunque los que aún conservamos la fe, pese a nuestros obispos, tenemos ciertamente la esperanza de que serán resucitados con inmensa hermosura en el último día). Por lo menos, es un alivio saber que aún hay obispos que ven al rey desnudo y se atreven a denunciarlo, como el de Salamanca, José Luis Retana, que consideró un error mostrar así su cuerpo, pues sólo servía para alimentar el morbo y advertía que no contribuiría esa exhibición a conocerla y leerla más. En fin, espero que este buen pastor haya cursado la correspondiente protesta a sus colegas de la CEE, aunque poco caso le iban a hacer. De hecho, el inevitable portavoz de la CEE ha criticado veladamente a su compañero en el episcopado por estas palabras. 

Pero también me indigna (y permítanme que me atreva a postularme como abogado del honor de esta mujer), porque los que conocemos su vida y su obra a través de nuestras lecturas -y, sobre todo, hemos aprendido a rezar decentemente gracias a ella-, sabemos bien que Teresa era una mujer excepcional... pero mujer al fin y al cabo con todo lo que ello significa; de auténtica santidad, de clara inteligencia que le ayudó a sortear las suspicacias de la inquisición, de fuerte ánimo y de una indisimulada belleza (interior y exterior)..., y como toda mujer no dejaba de tener sus dejes de sana coquetería. De hecho se cuenta como anécdota que no le gustó nada el retrato que en 1576 le hizo Juan de la Miseria cuando ya había cumplido 61 años, hasta el punto que le espetó: "Dios te perdone, Fray Juan, que ya que me pintaste, podías haberme sacado menos fea y legañosa" (la fotografía de ese cuadro es la que encabeza este post, y sinceramente me parece que Santa Teresa exageró un poco, pues la mujer que aparece ahí pintada no es fea ni legañosa). Pero imaginemos lo que pasaría por su mente si hubiera visto lo que esos inconscientes hicieron en mayo, sacando sus restos para que se confeccionen los más estúpidos memes en este tiempo infantiloide, terminal y de pensamiento débil en el que vivimos. 

En cualquier caso, para sacar algo positivo de este chusco episodio, decidí retomar la obra de esta santa, sabia y bella mujer, y eso es lo que estoy haciendo estos días, al comenzar este mes vacacional de agosto. Y como ocurre siempre en las obras clásicas, se puede aplicar aquel dicho del Señor sobre el padre de familia que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas (Mt. 13,52)

II 

Hace ya bastantes años que me zambullí por vez primera en las cuatro grandes obras de la santa: Su Vida, su Camino de Perfección", el Libro de las fundaciones y el  El Castillo Interior o Las Moradas". De los tres primeros libros, fue su autobiografía el que más influyó en mi vida de oración, hasta el punto que vuelvo a él una y otra vez.  Las experiencias de la Santa me enseñaron a rezar de verdad, superando el gran hándicap de la oración, pues sus avisos me ayudaron y me ayudan hoy a perseverar cuando las frecuentes distracciones interrumpen el arduo camino de la mente ante Dios (ese es el primer y -para muchos- decisivo obstáculo de toda alma que se humilla ante Dios).  Nunca agradeceré  el bien que me hizo asimilar algunas de sus lecciones maestras, donde el aspecto cristológico es tan esencial como la humildad del orante, postrado ante Dios:

"importa mucho que ni de sequedades ni de inquietud  y distraimiento en los pensamientos nadie se apriete ni aflija, si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no se espantar de la cruz y verá como se la ayuda a llevar el Señor" (Vida, 11,17).

"Quiere su majestad, y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza de sí" (Vida, 13,2).

La cruz de Cristo -reiterará la santa- es ineludible en el alma orante:

"Que es gran negoción (sic) comenzar las almas oración comenzándose a desasir de todo género de contentos, y entrar determinadas a sólo ayudar a llevar la cruz de Cristo, como buenos caballeros que sin sueldo quieren servir a su rey, pues le tiene bien seguro. Los ojos en el verdadero y perpetuo reino que pretendemos ganar"  (Vida, 15,11)

Y sobre todo dos reglas de oro imprescindibles:

"Guíe su Majestad por donde quisiere; ya no somos nuestros sino suyos" (Vida, 11, 12), y

"No se suban sin que Él los suba" (Vida, 12,5).

Y es admirable por su sencillez, cómo describe luego -empleando fáciles metáforas relativas al riego-, los cuatro grados de oración (Vida, 11,4), que son las distintas fases en las que un mortal puede orar aquí en la tierra:  Primero, el trabajo de sacar agua del pozo (fase ascética, donde prima el esfuerzo de purificar los sentidos, acostumbrados a disiparse); segundo, sacar el agua con norias (menos trabajo y más provechoso, aquí comienza la fase mística en la que Dios lo hará todo);  tercero, el río que riega los campos (simbolizado como un sello que Dios imprime en el alma, como si fuera garantía de pertenencia y posesión; noviazgo místico), y cuarto, la lluvia que lo anega todo (último grado de oración, lo que en la Morada Séptima la santa describirá como matrimonio espiritual). A partir de aquí, sólo se podrá exclamar como el buen amigo y confidente de Teresa, San Juan de la Cruz:

"Oh llama de amor viva,

Que tiernamente hieres

De mi alma el más profundo centro;

Pues ya no eres esquiva,

Acaba ya, si quieres;

Rompe la tela de este dulce encuentro".

Tal es el poderío y sublimidad, en fin, del Libro de la Vida de Santa Teresa, que logró la conversión de Edith Stein (1891-1942), otra de mis maestras de espiritualidad. Filósofa judía nacida en Breslavia (Alemania) y discípula de Husserl, tras ser bautizada ingresó en el Carmelo con el nombre de Santa Teresa Benedicta de la Cruz, en homenaje a su mentora en la fe. Los nazis la asesinaron en Auschwitz, Juan Pablo II la beatificó, la consagró copatrona de Europa y finalmente la proclamó santa. 

En definitiva, nadie -santo o pecador- que haya rumiado ese libro y se haya propuesto en serio fiarse de sus consejos puede quedar indiferente. Sólo por él, mi gratitud a la santa abulense jamás se cancelará. 

III

Sin embargo, la primera lectura de El castillo Interior o Las Moradas, me resultó extremadamente oscura, pero no porque la obra fuera sombría, todo lo contrario; por la excesiva luz que irradiaba cuando se iban dejando atrás sucesivamente cada una de las siete moradas de ese castillo de diamante que es nuestra alma (es imposible ver cuando el ojo está deslumbrado, y el mío se deslumbró desde la primera de las estancias) Sólo entendí el principio del libro: la parte del Foso -la exterior al cristalino Castillo-, donde proliferan "sabandijas y bestias" (una manera rotunda de la santa de referirse a las "almas que no tienen oración" y están en "pecado mortal"). Y también alcancé a entender, en parte, la Morada Primera, pues:   

"aún no llega casi nada la luz que sale del palacio donde está el Rey; porque aunque aún no están oscurecidas y negras como cuando el alma está en pecado, está oscurecida de alguna manera (...) porque con tantas cosas malas de culebras y víboras y cosas empozoñosas que entraron con él, no le deja advertir la luz" (Morada Primera, Cap. 2, 14).

Eso ocurría hace muchos años, cuando me atreví a adentrarme por vez primera en ese castillo tan bello como misterioso, con pobrísimos resultados. Por ello, ha sido el "El Castillo Interior" el objeto de mis lecturas estos días, con la esperanza de poder examinar sus estancias un poco mejor, transcurrida más de una década desde aquella lectura casi a ciegas. Por supuesto, siempre con última intención de avanzar en la oración, sabiendo que no debo usar el libro como técnica sino como inspiración, pues los progresos sólo se producen cuando y como el Señor quiere. Y para ayudarme en esa visita guiada me auxilié de una magnífica brújula, el libro del carmelita Tomás Álvarez, titulado "Guía al interior del Castillo". 

El Padre Tomás, siguiendo a la santa, vincula la oración ascética -hasta la Morada Tercera- al primer grado de oración que describe en el Libro de la Vida:  el hombre que se afana en sacar agua de un pozo (Vida 11,2). A partir de ahí se entra en la dimensión mística -Morada cuarta a séptima-, y el orante, más que hacer, debe dejarse hacer. Pero no trataré sobre esa fase o estado, sino sobre la primera, en la que estamos anclados la mayoría de los mortales, y si no avanzamos es por razón ya expuesta: porque no tenemos verdadera fe en dejarnos hacer por Dios.

Y aquí es muy importante destacar que Santa Teresa en todo el proceso de oración, rechaza una técnica orante que ya estaba en boga en su tiempo -nihil novum sub sole-, consistente en "no pensar en nada" o "vaciar la mente" en espera de una posible iluminación en el alma. Lo curioso es que ese método lo había aprendido la santa cuando tenía 23 años, de un libro muy famoso en su tiempo y que le regaló un tío suyo: el "Tercer Abecedario" de Francisco de Osuna. Sin embargo, Teresa le dará a la palabra "recogimiento" no el sentido que le dio el popular libro de Osuna (un "vacío de mente", simbolizado en la figura de una tortuga que se recoge en su caparazón). Le otorgará, en cambio, el sentido fuerte de "entrar en el castillo del alma" con la mirada siempre puesta, no en uno mismo, sino en el Señor del Castillo, en Dios. Y como dice el Padre Tomás "los dos, recogimiento y quietud son ya obra infusa de Dios en el orante, primer vagido de oración y experiencia mística". Todo lo contrario, en suma, que pretender  un "vaciado de la mente",  mediante el esfuerzo exclusivo de nosotros mismos -como hace la tortuga que esconde su cabeza-, sin referencia a Dios. La santa lo expresará con claridad: 

"que si Su Majestad no ha empezado a embebernos no puedo acabar de entender cómo se puede detener el pensamiento (a no pensar nada) de manera que no haga más daño que provecho" (Morada Cuarta, 3,4) y "lo que hemos de hacer es pedir como pobres necesitados , delante de un grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad" (Morada Cuarta, 3,5). 

La personalidad de Santa Teresa se muestra aquí inflexible, y aunque le reprochen que otros varones píos, como el futuro santo Pedro de Alcántara, parecen seguir ese camino, ella lo cuestionará no sólo por los motivos ya referidos, sino por otras graves razones. También por el riesgo de que: 

"el mismo cuidado que se pone en no pensar nada quizás despertará el pensamiento a pensar mucho".  

Y, sobre todo, la explicación última es su inmenso amor a Dios, a quien no puede apartar ni un instante de su pensamiento: 

"Lo más sustancial y agradable a Dios es que nos acordemos de su gloria y su honra, y nos olvidemos de nosotros mismos y de nuestro provecho y gusto" (Morada Cuarta, 3,5). 

¿Vaciar la mente? No tiene sentido para la santa, pues:

"Dios nos dio las potencias para que con ellas trabajemos (...), no hay por qué las encantar -inutilizarlas- sino dejarlas a hacer su oficio hasta que Dios las ponga en otro mejor" (Morada Cuarta, 3,6). 

Como señala el Padre Tomás "todo reniego de la labor de nuestras potencias es inadmisible: su cese sólo puede quedar justificado por infusión de una actividad superior que la suspenda. Nunca por iniciativa propia". Y sobre todo prima "la absoluta gratuidad de la oración mística y de toda experiencia de Dios. No son cosas que nosotros conseguimos, sino dones que recibimos con amor". "Nuestro ser es pura deuda: todo lo hemos recibido de Dios".

En definitiva, Santa Teresa, que siguió durante un tiempo el ortodoxo método cristiano de meditación propuesto por Francisco de Osuna, prescindió al cabo del mismo por intuir que pudiera "hacer más daño que provecho".

IV

Y, para finalizar, volviendo a nuestros días, y al hilo de las reflexiones teresianas diré unas palabras a propósito del Mindfulness, esa modalidad de meditación moderna que tantos cristianos ingenuamente practican en la actualidad. Mediante ella, vacían sus mentes, sin referencias cristológicas o teocéntricas alguna y obtienen cierta relajación. El éxito actual de este procedimiento se constata en el hecho de que incluso se enseña y practica en colegios católicos. Por ejemplo, el de mis hijos. 

A esos hermanos en la fe, que refieren maravillas acerca de esta novedad de origen oriental, les recomendaría, aparte de fiarse de lo que nos propone la santa, que leyeran un artículo clarificador del portal religioso "Infocatólica". Allí, la antigua feminista y seguidora de la New Age, y actual monja carmelita, Susan Brinkmann, advierte a aquellos que intentan "integrar prácticas de meditación de atención plena -una modalidad de mindfulness- en sus vidas individuales o de oración". Estos ignoran que velis nolis entran en el universo espiritual del budismo, un mundo de tinieblas tibetanas, absolutamente ajeno a la cosmovisión cristiana. Y en algunos casos los resultados han sido tan desastrosos que se han necesitado practicar exorcismos. Sí, no discuto que puede alcanzarse una relajación relativa, pero a coste de qué. Nunca olvidemos que el demonio es un experto en perder (poco) para ganar (mucho). Y somos nosotros los que, cuando rezamos, debemos humildemente asumir que no somos nada ante Dios, para que Él entonces derrame sobre nosotros su inmenso amor. 

Santa Teresa avant la lettre, desde sus sublimes escritos, ya avisa a los católicos actuales que practican esa técnica de meditación, que tengan siempre presente al Dios escondido para alcanzarlo y amarlo, y que nunca pretendan una autorrealización a través de las propias fuerzas interiores. Porque  la diferencia que existe entre el mindfulness que nos oferta el mundo y la oración cristiana que nos propone Santa Teresa, es la que va del feo cuerpo exhibido de ella (unos podridos restos humanos, en definitiva), al cuerpo glorioso que tendrá por Gracia de Dios el día en que todos resucitemos. Y que por misericordia del Altísimo nosotros contemplaremos en el Cielo algún día, orlado de una belleza sin igual, acorde con su intensísima santidad en la tierra. Pero sólo lograremos verla si seguimos sus serios consejos de oración, especialmente aquellos que nos advierten de los graves peligros de quitar a Cristo -y a Cristo crucificado- del principio y del horizonte de nuestra plegaria.