Comprendo que desagrada, pero no podemos negar una verdad irrenunciable para un católico: el demonio no es una abstracta representación del mal sino un ser personal, -tan persona como como vd. o como yo-, sólo que sin cuerpo -es espíritu puro- y con una inteligencia descomunal, que no necesita de la mediación de los sentidos para conocer, y que por tanto es inmensamente superior a la suma de todas inteligencias que existen y han existido en el mundo desde el principio. Y hay infinidad de demonios, ya que al crear Dios nuestra realidad (la que conocemos imperfectamente), tuvo a bien rodearse de una miríada de seres angélicos, inicialmente buenos y excelentes, muchos de los cuales (parece ser un tercio de ellos -Ap. 12,3-9-) se rebelaron, como luego veremos. Una vez creados, y como explica magistralmente el Padre Fortea en su Suma Demoniaca, Dios los sometió a una prueba. No se mostró a ellos tal como Él ES, sino que permitió que, a través de sus portentosas mentes, fueran llegando a la comprensión del poder tan infinito y benigno, que les había sacado literalmente de la nada para manifestar en ellos su gloria y poder.
Los ángeles creados no cayeron jamás en el disparatado error del ateísmo, pues eran suficientemente inteligentes para percatarse de que ellos -seres que antes no eran y ahora son- nunca pudieron proceder de sí mismos. No había otra alternativa: un poder grandioso (e incomprensible, hasta para sus agilísimas inteligencias), les había sacado de la nada, produciendo un universo fastuoso como es el mundo angélico. Enseguida comprendieron la más importante verdad metafísica: que la distinción entre ellos como criaturas y ese Creador era mayor incluso que la distinción entre ser y la nada. Y actuaron con coherencia. Agradecidos, procedieron a comunicarse a través de sus mentes con Él. Y -aunque no le vieron en un primer momento, pues el Dios trinitario se veló ante ellos-, la sola comprensión de la magnitud de Verdad, Bien y Belleza que pudieron alcanzar, les hizo arrodillarse todos a una; millones y millones de seres angélicos de una belleza inimaginable postrados ante la Belleza suma ¡Y aún no la habían percibido con visión beatífica! Meramente la aceptaban por un puro razonamiento.
El mero reconocimiento intelectual -sin visión-, de esa diferencia ontológica entre EL QUE ES y ellos como criaturas, les llevó naturalmente a una humilde sumisión. Sencillamente, asumían felizmente lo que eran. Y además todos se reconocían a sí mismos por el nombre que previamente les había designado el Creador. El ángel que más se destacó por su amor fue, lógicamente, el que había sido creado con mayor belleza e inteligencia , y ese se llamaba Lucifer. Ninguna criatura angélica ha amado a Dios como él. Y ninguna le acabará odiando como él.
El Creador les reveló su naturaleza, Una y Trina, pero sólo de manera intelectual (que ellos comprendieron mucho mejor que todos los teólogos del mundo, y aun así no plenamente). No se les manifestó en una visión intuitiva inmediata de Él. Lo haría, sí, pero antes quiso darles la primera catequesis: por qué, existiendo Él desde la eternidad y en una perfecta comunión de amor y felicidad del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo, deseó manifestar su amor y gloria en los grupos de seres que iba a crear. Ellos los primeros (en el Evo, el tiempo cuasieterno de los seres angélicos). El universo material y al hombre -compuesto a la vez de materia y espíritu-, los últimos (ambos, en el tiempo cronológico).
Todos los ángeles alabaron a Dios, por su magnificencia y sabiduría. Y los ángeles contemplaron asombrados cómo ex nihilo surgía un punto insignificante que contenía toda la historia natural y espiritual de esa creación que quiso hacer el buen Dios. Cómo de la Palabra brotó la luz, y la Palabra estaba en Dios y la Palabra era Dios...., luego la materia, el espacio, el tiempo y las distintas fuerzas de la física, creadas y diseñadas para que en último lugar surgiese una criatura, que recibiría el mismísimo aliento de Dios, y que iba a ser amada por Él, más aún que a los mismos ángeles. Amada hasta la locura, hasta el punto de estar dispuesto a hacer cosas inimaginables para la misma inteligencia angélica como la Encarnación y la muerte del Hijo de Dios, si esa criatura abandonase el camino que Dios le encomendó. Un abajamiento, una kenosis, en fin, para buscar y salvar a un ser caído, ínfimo, compuesto de materia vil y espíritu de rebeldía. Y los ángeles serían colaboradores de Dios en tal propósito.
Por eso se dividió el senado angélico.
Esa revelación fue aceptada lealmente por la mayoría de ángeles, y fue interpretada como la prueba definitiva del inigualable y auténtico amor de Dios. Otros sin embargo prefirieron juzgarla como un signo de debilidad. En el caso de Lucifer, al hacérsele presente instantáneamente los infinitos matices de la decisión divina en su mente portentosa, su inteligencia lo interpretó en principio como la inaudita sabiduría del amor de ese Dios, hasta entonces desconocido. Sin embargo, él, que era libre como los demás ángeles, fue consciente de que nacía en él algo nuevo, oscuro -que se denominaría soberbia- vinculado a su voluntad, donde hasta entonces sólo existía, gratitud y bondad. Y dudó. Por supuesto, era consciente de que debía cortar de raíz esa tentación, porque sabía que el mismo Dios les mostraría su rostro, y desde entonces nadie podría volver a sentir la más mínima tentación contra Él... pero ¿Y si en realidad no fuese tan poderoso? Por supuesto, Lucifer sabía que tal razonamiento era un sinsentido; el Dios que le sacó de la nada no sólo se revelaba como poderoso sino que en Él estaba el absoluto poder, o más exactamente, Él era el Poder..., Pero aún así, si ostentando ese poderío iba a actuar con el abajamiento que había explicado, algún flanco de debilidad tendría.
La batalla angélica de la que hablan las Escrituras, como explica Fortea, fue estrictamente intelectual. Los argumentos de Lucifer eran contundentes: se viola el principio de contradicción, en un Dios que es todopoderoso, pero a la vez es débil a causa del amor. Si mundo que acaba de crear, con esa pareja que le alaba en el jardín de las delicias, es la niña de sus ojos, se desmiente de facto aquello que creímos cuando fuimos traídos a la existencia. El poder de crear de la nada se contrabalancea, por lo tanto, con su pasión senil por esa nueva criatura, ergo, no es tan todopoderoso. Digamos todos juntos NO. Si Dios quiere que sirvamos al hombre, no serviremos ni a éste ni a Dios. Non serviam.
En cualquier caso, Lucifer, por su profunda inteligencia, intuía en lo más profundo de su espíritu el abismo al que se condenaba. La naturaleza de Dios era mucho más grande lo que jamás podría pensar criatura alguna, y sabía perfectamente que no podría vencerle, y que intentar herir a un ser inmutable, haciendo daño a esos mindundis que eran los hombres resultaba patético. No, por muy segura con que la soberbia tenía atenazada su voluntad, una mera criatura como era él no podría jamás derrotar al Ser que no puede no Ser. Lo sabía, y estaba seguro de que también Dios conocía sus pérfidas intenciones. Podía volver atrás, hacer rectificar a esa gran cantidad de ángeles que le habían comprado sur argumentos, los cuales se habían fiado más de su acreditado prestigio que de la solidez de los mismos. Estaba convencido de que Dios le perdonaría, pero algo vertiginoso -y por primera vez en sentido estricto diabólico- pasó por su espíritu. Si era derrotado, como ya estaba seguro que ocurriría, no sería exterminado por la natural bondad de Dios con sus criaturas, pero se convertiría en una especie de contra-dios, una grotesca pseudodivinidad, un maldito, un mono de dios, rebosante de de mentira y de rabia. Apartado de Dios, al que ya odiaba con toda su inteligencia pervertida ,pero siempre sometido a su poder. Sabía, en definitiva, que Dios, como castigo, jamás aniquilaría la suma infelicidad de su odio siempre insatisfecho. Y lo aceptó definitivamente.
En ese momento, el buen Dios, que hasta entonces estuvo ofreciendo la Gracia de la Sabiduría a los ángeles para que no errasen, y para que volviesen los rebeldes, cortó de raíz ese envío y quedó fijada para eternidad la decisión de cada uno de los ángeles. Igualmente, levantó el velo de su esencia divina a los ángeles fieles, y no hay palabras para poder describir lo que contemplaron esos benditos. Sumadas todas sus portentosas inteligencias, todo lo que podían haber pensado quedó a años luz de lo que vieron y gozaron, ya para toda la eternidad.
Los rebeldes quedaron en un estado de oscuridad, de confusión, de reproches, de asco. Entre ellos, se blasfemaba, se maldecía y permanecieron, en defintiva, sometidos absolutamente a todos los pecados capitales exceptuados los de la carne, lo que añadió un insoportable plus de envidia sobre los hombres. (aunque compensado por la gran cantidad de desgraciados que acaban en el infierno por estos pecados). En todo caso, jamás se alegran porque su odio es impermeable a cualquier ínfima dicha. Y sienten rabia cuando consiguen que el alma de un hombre acabe en el infierno, porque sufren por la certeza de que ha quedado de manifiesto ahí la perfecta justicia de Dios
El resto de su biografía podemos conocerla simplemente leyendo las Sagradas Escrituras. Y de ahí sabemos que su destino eterno es un lago de fuego inextinguible (Ap. 19,20).
Por todo ello, hoy, 31 de octubre de 2025, el día en el que muchos ignorantes, manipulados por tantos malvados, se consagran con sus gilipolleces a este ser (mientras que otros literalmente le rinden culto en antros donde probablemente se realicen sacrificios humanos), sólo me gustaría añadir una cosa sobre la psicología psicopática del demonio.
Como vemos en el fotograma que encabeza este artículo, tomado de esa magnífica película, hoy de culto, llamada "Constantine", Lucifer -magistralmente interpretado por el actor sueco Peter Stromare- viene personalmente a llevarse el alma del moribundo Constantine, un exorcista tan eficaz como heterodoxo y cuyo tabaquismo le ha provocado un cáncer terminal. Un verdadero privilegio, que Satanás sólo hace a sus grandes enemigos (y que no han confiado finalmente en la misericordia divina). La escena es memorable y me reveló (probablemente sin querer) un rasgo esencial del demonio. Mientras más amamos a Dios, más amor nos regala el mismo Dios para seguir amándole, porque "al consumar nuestros méritos, consumamos su obra". Sin embargo, el demonio, como buen mono de Dios, cuando recibe el amor de sus fieles más odio les manifiesta y con más crueldad les castigará en los antros del infierno. El demonio cobra las facturas con manifiesta usura, sobre todo a sus leales. Podemos pensar que, como contrapartida, cierto respeto expresará sobre aquellos que fueron sus grandes enemigos pero que al fin de sus vidas no se acogieron a la misericordia divina. En cualquier caso, él es un mentiroso compulsivo, no nos fiemos nunca de él. Combatámoslo siempre.
Y recemos. Sobre todo un día como hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario