domingo, 14 de septiembre de 2025

La guerra sobrenatural de Charlie Kirk.




En memoria de Charlie Kirk (1993-2025).

Dado mi escaso vuelo por las redes sociales, admito con pesar que, hasta el mismo día de su muerte, no tenía ni la menor idea de quién era Charlie Kirk. Al ver la noticia de su asesinato en Antena 3 (una televisión presuntamente moderada pero que de entrada lo des-calificaba como "un activista de extrema derecha") pregunté con curiosidad a mi hijo. Y éste, algo conmocionado con la noticia pese a sus ideas progresistas (pecados de juventud), me comentó que sus amigos más conservadores estaban en shock porque lo solían seguir en redes sociales. También me dijo que era alguien muy cercano a Trump. Yo fruncí el ceño: enseguida pensé que me encontraba ante uno de tantos frikis que brotan y se agostan junto al inclasificable cuadragésimo séptimo líder del mundo libre. 

Poco después acudí a internet, y pareció confirmarse esa negativa percepción. Las primeras referencias que obtuve acerca de Charlie Kirk en la red me lo presentaban como un ser siniestro sin paliativos: un "ultra", un "ultraconservador", un "fascista despreciable que despreciaba a los negros y a los trans", en definitiva, "un provocador"; alguien que había comprado muchos boletos para ser tiroteado; "un fanático -en definitiva- al que le han pegado un tiro".  Es decir, acerca de su persona se vertía un juicio mucho peor que el que solían hacer antaño aquellos respetables cobardes (intelectuales, profesores de universidad...) sobre las víctimas de terrorismo, ese abyecto "algo habrá hecho"; una miserable frase que escuchamos demasiadas veces allí donde los asesinos de ETA imponían su terror. En el caso de Charlie Kirk la izquierda sabía perfectamente lo que él había hecho, y era patente, por tanto, la causa por la que se le había quitado de en medio: simplemente era un fascista y ya sabemos que el mejor fascista es el muerto. La izquierda, siempre tan sutil. 

Sinceramente, esa sucia forma de referirse a un hombre joven, casado y con hijos pequeños, un divulgador de ideas tiroteado y asesinado mientras debatía con jóvenes en un campus universitario, me pareció deleznable y asquerosa. Incluso aunque esos denuestos se hubieran ajustado con precisión a la realidad de sus actos y sus palabras, aunque él hubiese sido más racista que Sabino Arana, por ejemplo. Recuerdo, a este respecto, que cuando murió de cáncer el secuestrador de Ortega Lara, al que torturó durante casi dos años en un zulo, es decir, un fascista de verdad, los periodistas se arremolinaron junto a su víctima para arrancarle un titular. Pero él les decepcionó y con elegancia se limitó a responder: "Que descanse en paz" . La "clase", la "categoría", "el honor" o es siempre algo propio del alma o no es. 

Afortunadamente comenzaron a surgir muchísimos vídeos con sus intervenciones (y siempre delante de públicos plurales, no como los de "La revuelta"). Y como la prudencia exige acudir siempre a las fuentes primarias, estuve visualizando serenamente muchos de ellos. Como intuía, se había realizado una caricatura soez de un hombre de ideas muy sólidas y fundamentadas, que absolutamente nada tenían que ver con el fascismo o el racismo, y sí mucho con el cristianismo (en realidad casi todo lo que hablaba tenía impronta cristiana). De tal modo que me fui conmoviendo poco a poco por la lucidez, la claridad, la bondad, el valor de ese hombre (y su paciencia y respeto al debatir cara a cara con tipos y tipas, tipejos y tipejas que verdaderamente le odiaban, pues el peor odio es el odium fidei). Con qué inteligencia y corazón defendía la patria, la familia, y todos los principios innegociables de una civilización cristiana, asediada por todos los flancos por el error de un progresismo tan impío como totalitario y criminal. Concretamente, su condena del aborto era tan contundente como bien fundamentada. Y, sobre todo ¡qué amor absoluto a Cristo, de quien se reconocía como rescatado por Él, sin avergonzarse de Nuestro Señor como hacen tantos cristianos amedrentados de nuestro tiempo! Su fe cristiana -protestante, aunque su esposa era católica- impregnaba cada palabra que salía de su boca, con lo que, además de sentir una inmensa pena por su injusta muerte, me indignaba con religioso celo por la manera en que se le insultaba, incluso en medios de comunicación -en principio- no radicales. 

Fue entonces -meditando sobre esa descalificación universal del personaje por parte de la izquierda, el centro y aún la derechita cobarde que lo juzgaba como radical o ultra- cuando, gracias una inmediata intuición, pude comprender por qué no había percibido ningún rasgo de humanidad en tanta gente que se suponía templada (incluidos los parlamentos europeos y de USA, que boicotearon los actos en su memoria). Una intuición escalofriante como explicaré a continuación.

Todos sabemos -Charlie Kirk el primero- que la izquierda ha impuesto hoy su cosmovisión totalitaria (y seudoreligiosa) de la realidad, en casi todos los ámbitos de la información, de la política general y de la vida universitaria. Y no hubo dogma progre que Charlie Kirk no combatiese con "la espada de doble filo de su palabra" (que se inspiraba en la Palabra de Dios). Toda la artillería de la Palabra divina era empleada noblemente contra los errores y desenfoques morales e intelectuales de nuestro tiempo: el género, el feminismo, el homosexualismo, el aborto y la cultura de la muerte, el neomaltusianismo, el cambio climático de presunto origen antrópico (y las políticas nefastas que se han implementado), el materialismo científico como único paradigma del saber, la agenda 2030... En fin, una moderna dogmática que se ha asentado de manera general en todos los ámbitos públicos, y asalta el alma de nuestros hijos en las escuelas. Pero no se han impuesto precisamente por la fuerza de su convicción racional, por su indiscutible ajuste a la realidad de las cosas, o por su evidencia en definitiva. En absoluto. Se han ido implementando gracias a la mayor sagacidad de los hijos de las tinieblas (Lc. 16,8), que han seguido con inquebrantable voluntad la conocida sentencia marxista de que "al pasado hay que hacer añicos", un pasado construido por los valores de la civilización cristiana. Máxima comunista que en el fondo no es más que una variante de esa primitivísima regla dada al inicio de la aventura humana por el mayor mentiroso, asesino y totalitario que existe: "seréis como dioses". 

Pues bien, sin el menor complejo, Charlie Kirk debatía con todo aquel que se atreviese a contrastar ideas, para probarle la poca consistencia de tales falacias progres, fabricadas ex profeso para destruir cualquier indicio de civilización cristiana. Y como buen conocedor de las Escrituras, Charlie Kirk sabía que era previsible que la degeneración del mundo intelectual llegase a este punto insoportable en el que hoy vivimos. De hecho, basta una atenta lectura de la Biblia para percatarse de que lo que hoy palpamos con claridad y lucidez, se ajusta al milímetro con aquello sobre lo que nos advirtió el Señor cuando llegasen los últimos tiempos: 

"a causa de mi nombre se escandalizarán muchos, y unos a otros se harán traición y se aborrecerán, y se levantarán muchos falsos profetas que engañarán a muchos, y por exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos". 

Así dice el Evangelista Mateo. Y Lucas, con gran pesar, pondrá en boca de Cristo esta reflexión:

"Cuando venga el Hijo del hombre. Encontrará fe en la tierra?

El Señor habla de un "exceso de maldad", un ambiente tan insufrible y asfixiante, que hará tirar la toalla a muchos ("se enfriará la caridad"). En relación con "los buenos", unos capitularán por cobardía, retirándose a cuarteles de invierno que ya ni existen; otros asumirán la inevitabilidad del progreso que se propone (aun reconociendo su raíz malvada), y pretenderán encauzarlo haciendo compatible a Cristo con Belial (2 Cor. 6,15), pero siendo al final fagocitados por este último. 

Y es que como decía Chesterton, "el conservador es un progresista que camina despacio". Y dado que en nuestro tiempo se están produciendo vertiginosos cambios ideológicos y sociales (y en progresión geométrica, cada vez más inmediatos, radicales y rupturistas), los pobres conservadores de hoy están sin resuello por seguir tal vorágine de cambios; se comportan como esquizofrénicos por pretender conciliarlos con sus viejas ideas en las que ya ni creen, y luchan a veces por introducir mínimas e inútiles correcciones a esos monumentales errores de base. Y cuando se consolida el error, esos entrañables como patéticos derechistas se convierten a veces en los primeros y más enérgicos defensores de tales aberraciones, como aquellos desgraciados a los que fusilaba Stalin y que morían gritando vivas a Stalin. 

Pero hay otros -como Charlie Kirk- que se niegan a comulgar con ruedas de molino y combaten abiertamente ese reino, antesala del infierno, que pretende sustituir el genuino Reino de Dios. Y estos hombres heroicos recogen el odio de todos, de radicales de izquierda desde luego, pero también de moderados (de derecha y de izquierda), que los acusarán de extremistas, de ultras.... 

El paso siguiente no es otro que el odium fidei.  Es decir, el odio a la Verdad, el odio a Cristo, el único  Camino, Verdad y Vida y del que Charlie Kirk era un fabuloso propagandista. Porque en definitiva la cobardía, el indiferentismo o la vana pretensión de apaciguamiento propia del mundo conservador de nuestros días cavará algún día su propia tumba, como aquellos experimentos centristas que ponían una vela a Dios y otra al diablo. No puedo contener mi asco por aquellas gentes con principios, cristianos que no son estúpidos y perciben la maldad de los dogmas de la izquierda, y que aun así sienten más desprecio que admiración por gentes como Charlie Kirk porque ¡es muy extremista, por Dios, por Dios! 

Esta derechita meliflua y de sacristía, sin huevos para derogar aun con mayoría absoluta las más criminales leyes de la izquierda, olvida lo que gentes como Charlie Kirk comprendieron y muchos hoy captan/captamos con claridad. Que la guerra que llaman cultural no es tal, que se trata de una guerra verdaderamente sobrenatural, porque nunca como hoy podemos afirmar con certeza  que "el mundo todo está bajo el poder del demonio"(1 Jn. 5,19). 

Charlie Kirk eligió el único camino posible, el combate sin remilgo alguno contra el mal. Y lo hizo con una fuerza tan brava como si fuese una "espada de doble filo" (Hb. 4,12); con la misma "espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios" (Ef. 6,17). En definitiva con Cristo, que es la Palabra hecha carne,  que habitó entre  nosotros (Jn. 1,1-14);  Palabra, que saldrá de la boca del Rey de Reyes cuando vuelva con tal poder que someterá a las fuerzas del mal e implante su Reino (Ap. 19,15). 

Entonces castigará severamente a los que odiaron a Charlie Kirk. Pero también, al igual que a los tibios de la Iglesia de Laodicea (Ap. 4,16), vomitará de su boca, por lo mismo, a aquellas gentes de orden que, para hacerse perdonar por los odiadores, le juzgaron como ultra, extremista o radical. 

Que el Señor al que amabas te premie el bien que has hecho. Descansa en paz Charlie Kirk. Nunca te olvidaremos.

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