miércoles, 27 de octubre de 2021

¡Ay de vosotros, hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres!



La noticia que hoy he leído en INFOCATÓLICA es tan escandalosa para cualquier católico (aun con un nivel mínimo de "sensus fidei"), que he tenido que leerla un par de veces para asegurarme de que no se pretendía meramente confundir con un titular amarillento.

Dice así:

"Una diócesis de Canadá exigirá estar vacunado para poder asistir a Misa".

Desgraciadamente, el texto confirma ese increíble titular, pues nos encontramos con que el sucesor de los Apóstoles de la diócesis de Grand Falls, sita en la provincia de Terranova (Canadá), S.E.R. Robert Anthony Daniels, en una carta a su rebaño, había ordenado lo siguiente:

"A partir del 22 de octubre de 2021, será obligatorio que todas las personas de 12 años o más que deseen asistir a misas o servicios en nuestras iglesias demuestren una prueba de vacunación utilizando el Pasaporte de Vacunación: NLVaxPass o mostrando una prueba de vacunación presentando su código QR antes de entrar en nuestras iglesias».

Por lo que entiendo del tenor de la noticia, él no había tomado la iniciativa de tal medida, sino que la ha implementado, aplicando una normativa de la autoridad que obligaba a vacunarse a todo ciudadano que pretendiera acceder a:

"Los lugares de culto, los estudios de yoga, las peluquerías, las boleras, los banquetes de boda, los restaurantes cerrados, las salas de bingo, los bares y los estadios de hockey".

Como vemos, la autoridad civil (con ratificación del obispo) ha considerado que los "servicios que se ofertan" en una Iglesia Católica tienen la misma consideración o categoría que relajarse los músculos con posturitas, hacerse la permanente, derribar bolos, comerse un filete de carne, chillar una línea en el bingo o berrear como un energúmeno en el hockey.

Lo que sorprende es que el obispo no le haya redargüido a quien pretendía insultarnos con tal equiparación, que debía ubicar más convenientemente a la iglesia en otro ámbito. Un ámbito no de ocio, sino de imperiosa necesidad, como es la dispensación de bienes sanitarios, en aras de lograr la más importante salud posible, la salud espiritual, la salud de las almas. Una Iglesia sólo se puede vagamente comparar a un hospital de campaña (como por cierto recordó no hace mucho nuestro papa Francisco). Es decir, es un lugar en el cual todos entramos con achaques, pues todos estamos enfermos espiritualmente y necesitados de la Gracia que nos cura, nos eleva y nos santifica. Pero la Gracia -como imagino que debe saber S.E.R. Monseñor Robert Anthony Daniels-, en nuestra religión católica, se otorga fundamentalmente mediante signos sensibles que habitualmente dan los consagrados dentro de las iglesias, es decir, mediante Sacramentos.

Que el obispo, sin ponderar lo anterior, haya aceptado la inclusión de la Iglesia Católica en una modalidad más del ocio del ciudadano contribuyente, confirma la idea, ya expresada por Nuestro Señor, de que se puede ser un buen pastor o un pésimo mercenario. El primero, cuando la autoridad le quiere imponer un dislate, agarra su báculo de pastor, se encasqueta la mitra y mirando firmemente, con celo divino, al funcionario de turno, simplemente le recuerda:

"Yo obecezco, primero a Dios y luego a los hombres".

El mercenario, como ya lo explicó Nuestro Señor, al ver al lobo sale corriendo, arremangándose los faldones de obispo, y deja el camino expedito para que las alimañas devoren el rebaño. Si Cristo es el ejemplo a seguir para todo cristiano (y más aún para cristianos con relevancia pública como nuestros obispos), habría que decir, en primer lugar, que Nuestro Señor  se acercaba, tocaba y aun abrazaba a los leprosos (y a toda persona con impurezas legales o físicas). Y lo hacía para demostrarles especialmente a ellos -los desechados por los "justos" y los "sanos", los pobres, los que sufren-, que eran sus hijos predilectos y los que heredarían el Reino de los Cielos.

Y ahora le pregunto yo, Monseñor Robert ¿Para qué cree vd, que vamos sus ovejas a la iglesia? No desde luego para pasar el rato como si estuviéramos en una bolera. Vamos para que nos abrace el Señor, que aun crucificado, no dejaba de manifestar su inmenso amor, y por ello instauró el perpetuo memorial de su muerte hasta que vuelva. Vamos a dejarnos abrazar por el Señor, porque en esta vida somos como esos leprosos, con la peculiaridad de que son nuestras almas las que están podridas y no nuestros cuerpos. Lo hacemos porque necesitamos a Nuestro Señor, porque estamos enfermos sin su Pan, que verdaderamente nos da la vida.

No sé si este obispo se da cuenta de que su acción, aparte de cobarde, es blasfema e idolátrica. Es blasfema por atribuir a un producto humano una autoridad tan grande o mayor que la de Nuestro Señor, o lo que es lo mismo, coloca la acción salvifica del Señor por debajo de una  disposición humana. Tanto es así, que cierra la puerta al católico para estar en el principal acontecimiento que el Señor quiso que recordásemos siempre, el memorial de Sacrificio en el Calvario. Anteponer la vacunación a la posibilidad de asistir al sacrificio Eucarístico (prohibiéndonos asistir a los que necesitamos a Cristo, con la excusa de una cuestión debatida científicamente), implica, para estos obispos sin fe, que las vacunas son tan infalibles o más que la recepción en Gracia para un cristiano del Cuerpo de Cristo. O la oración delante del Altar para los que no están en Gracia.

Eso, aparte de una blasfemia clamorosa, es una estupidez y una falsedad. ¿O es que alguien, por el hecho de estar vacunado, es imposible, con certeza infalible, que contagie a otro? ¿O es que con la vacunación se nos da una seguridad de salud tan poderosa, como la que nos da el hecho de comulgar en Gracia?

La ley suprema de la Iglesia Católica es la salvación de las almas, y el hecho de cerrar el acceso de los católicos al Santo Sacrificio del Altar es negarles ese fin sobrenatural, anteponiendo un fin temporal (la salud del cuerpo) pero sin que exista certeza de que ese medio humano que es una vacuna, impida contagiarse, contagiar, enfermar o incluso morir físicamente. ¿O es que por el hecho de vacunarse, resulta metafísicamente imposible coger el covid, enfermar, contagiarlo o incluso morir? ¿O es que el hecho de decidir no vacunarse, tras ponderar responsablemente todas las circunstancias, implica infectar de covid de manera necesaria, inevitable y con gravedad mortal a otro, aunque nunca lo haya cogido el no vacunado?

Lo único que sabemos (con certeza de fe, la más fuerte de todas) es que el Señor nos espera a todos (justos y pecadores, sanos y enfermos) en el único acto de su vida entre nosotros que expresamente quiso que recordásemos comunitariamente, nada más y nada menos que su muerte en expiación por nuestros pecados. En realidad, mucho más que recordarlo, presencializarlo.

Es por tanto una medida blasfema contra el fin sobrenatural de la Iglesia, pero también un acto idolátrico, porque antepone una idolatría (la ciencia de las vacunas como infalible) a la Verdad (que sí es infalible).

En definitiva, habría que gritarles a la cara a esos malos pastores que han aprobado tal aberración, lo que dijo Nuestro Señor en Templo, días antes de su inmolación:

"Ay de vosotros, hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a los hombres".


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