La noticia que hoy he leído en INFOCATÓLICA es tan escandalosa para cualquier católico (aun con un nivel mínimo de "sensus fidei"), que he tenido que leerla un par de veces para asegurarme de que no se pretendía meramente confundir con un titular amarillento.
Dice así:
"Una diócesis de Canadá exigirá estar vacunado para poder asistir
a Misa".
Desgraciadamente, el texto
confirma ese increíble titular, pues nos encontramos con que el sucesor de los
Apóstoles de la diócesis de Grand Falls, sita en la provincia de Terranova
(Canadá), S.E.R. Robert Anthony Daniels, en una carta a su rebaño, había
ordenado lo siguiente:
"A partir del 22 de octubre de 2021, será obligatorio que todas
las personas de 12 años o más que deseen asistir a misas o servicios en
nuestras iglesias demuestren una prueba de vacunación utilizando el Pasaporte
de Vacunación: NLVaxPass o mostrando una prueba de vacunación presentando su
código QR antes de entrar en nuestras iglesias».
Por lo que entiendo del tenor de
la noticia, él no había tomado la iniciativa de tal medida, sino que la ha
implementado, aplicando una normativa de la autoridad que obligaba a vacunarse
a todo ciudadano que pretendiera acceder a:
"Los lugares de culto,
los estudios de yoga, las peluquerías, las boleras, los banquetes de boda, los
restaurantes cerrados, las salas de bingo, los bares y los estadios de
hockey".
Como vemos, la autoridad civil
(con ratificación del obispo) ha considerado que los "servicios que se
ofertan" en una Iglesia Católica tienen la misma consideración o categoría
que relajarse los músculos con posturitas, hacerse la permanente, derribar
bolos, comerse un filete de carne, chillar una línea en el bingo o berrear como
un energúmeno en el hockey.
Lo que sorprende es que el obispo
no le haya redargüido a quien pretendía insultarnos con tal equiparación, que
debía ubicar más convenientemente a la iglesia en otro ámbito. Un ámbito no de
ocio, sino de imperiosa necesidad, como es la dispensación de bienes
sanitarios, en aras de lograr la más importante salud posible, la salud
espiritual, la salud de las almas. Una Iglesia sólo se puede vagamente comparar
a un hospital de campaña (como por cierto recordó no hace mucho nuestro papa
Francisco). Es decir, es un lugar en el cual todos entramos con achaques, pues
todos estamos enfermos espiritualmente y necesitados de la Gracia que nos cura,
nos eleva y nos santifica. Pero la Gracia -como imagino que debe saber S.E.R.
Monseñor Robert Anthony Daniels-, en nuestra religión católica, se otorga
fundamentalmente mediante signos sensibles que habitualmente dan los
consagrados dentro de las iglesias, es decir, mediante Sacramentos.
Que el obispo, sin ponderar lo
anterior, haya aceptado la inclusión de la Iglesia Católica en una modalidad
más del ocio del ciudadano contribuyente, confirma la idea, ya expresada por
Nuestro Señor, de que se puede ser un buen pastor o un pésimo mercenario. El
primero, cuando la autoridad le quiere imponer un dislate, agarra su báculo de
pastor, se encasqueta la mitra y mirando firmemente, con celo divino, al
funcionario de turno, simplemente le recuerda:
"Yo obecezco, primero a Dios y luego a los hombres".
El mercenario, como ya lo explicó
Nuestro Señor, al ver al lobo sale corriendo, arremangándose los faldones de
obispo, y deja el camino expedito para que las alimañas devoren el rebaño. Si
Cristo es el ejemplo a seguir para todo cristiano (y más aún para cristianos
con relevancia pública como nuestros obispos), habría que decir, en primer
lugar, que Nuestro Señor se acercaba,
tocaba y aun abrazaba a los leprosos (y a toda persona con impurezas legales o
físicas). Y lo hacía para demostrarles especialmente a ellos -los desechados
por los "justos" y los "sanos", los pobres, los que
sufren-, que eran sus hijos predilectos y los que heredarían el Reino de los
Cielos.
Y ahora le pregunto yo, Monseñor
Robert ¿Para qué cree vd, que vamos sus ovejas a la iglesia? No desde luego
para pasar el rato como si estuviéramos en una bolera. Vamos para que nos
abrace el Señor, que aun crucificado, no dejaba de manifestar su inmenso amor,
y por ello instauró el perpetuo memorial de su muerte hasta que vuelva. Vamos a
dejarnos abrazar por el Señor, porque en esta vida somos como esos leprosos, con la
peculiaridad de que son nuestras almas las que están podridas y no nuestros
cuerpos. Lo hacemos porque necesitamos a Nuestro Señor, porque estamos enfermos
sin su Pan, que verdaderamente nos da la vida.
No sé si este obispo se da cuenta
de que su acción, aparte de cobarde, es blasfema e idolátrica. Es blasfema por
atribuir a un producto humano una autoridad tan grande o mayor que la de
Nuestro Señor, o lo que es lo mismo, coloca la acción salvifica del Señor por debajo de una disposición humana. Tanto es así, que cierra la puerta al católico para estar en el
principal acontecimiento que el Señor quiso que recordásemos siempre, el
memorial de Sacrificio en el Calvario. Anteponer la vacunación a la posibilidad
de asistir al sacrificio Eucarístico (prohibiéndonos asistir a los que necesitamos
a Cristo, con la excusa de una cuestión debatida científicamente), implica,
para estos obispos sin fe, que las vacunas son tan infalibles o más que la
recepción en Gracia para un cristiano del Cuerpo de Cristo. O la oración
delante del Altar para los que no están en Gracia.
Eso, aparte de una blasfemia clamorosa,
es una estupidez y una falsedad. ¿O es que alguien, por el hecho de estar
vacunado, es imposible, con certeza infalible, que contagie a otro? ¿O es que
con la vacunación se nos da una seguridad de salud tan poderosa, como la que
nos da el hecho de comulgar en Gracia?
La ley suprema de la Iglesia
Católica es la salvación de las almas, y el hecho de cerrar el acceso de los
católicos al Santo Sacrificio del Altar es negarles ese fin sobrenatural,
anteponiendo un fin temporal (la salud del cuerpo) pero sin que exista certeza
de que ese medio humano que es una vacuna, impida contagiarse, contagiar,
enfermar o incluso morir físicamente. ¿O es que por el hecho de vacunarse,
resulta metafísicamente imposible coger el covid, enfermar, contagiarlo o
incluso morir? ¿O es que el hecho de decidir no vacunarse, tras ponderar
responsablemente todas las circunstancias, implica infectar de covid de manera
necesaria, inevitable y con gravedad mortal a otro, aunque nunca lo haya cogido
el no vacunado?
Lo único que sabemos (con certeza
de fe, la más fuerte de todas) es que el Señor nos espera a todos (justos y
pecadores, sanos y enfermos) en el único acto de su vida entre nosotros que
expresamente quiso que recordásemos comunitariamente, nada más y nada menos que
su muerte en expiación por nuestros pecados. En realidad, mucho más que
recordarlo, presencializarlo.
Es por tanto una medida blasfema
contra el fin sobrenatural de la Iglesia, pero también un acto idolátrico,
porque antepone una idolatría (la ciencia de las vacunas como infalible) a la
Verdad (que sí es infalible).
En definitiva, habría que
gritarles a la cara a esos malos pastores que han aprobado tal aberración, lo
que dijo Nuestro Señor en Templo, días antes de su inmolación:
"Ay de vosotros, hipócritas, que cerráis el Reino de los Cielos a
los hombres".
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