sábado, 4 de diciembre de 2021

Breve ensayo sobre el milenarismo cristiano. Una reflexión desde los textos sagrados.



 

Nunc autem meum regnum non est hinc” (Ioan. 18,36 in fine)(Nova Vulgata) (1979)(www.vatican.va)

O lo que es lo mismo:

Ahora, sin embargo, mi reino no es de aquí” (Jn. 18,36 final) (Nueva Vulgata) (1979)(www.vatican.va)

 

“En estos últimos tiempos se ha preguntado más de una vez a esta suprema, sagrada congregación del Santo Oficio qué haya de sentirse del sistema del milenarismo mitigado, es decir, del que enseña que Cristo Señor, antes del juicio final, previa o no la resurrección de muchos justos, ha de venir visiblemente para reinar en la tierra. RESPUESTA: el sistema del milenarismo mitigado no puede enseñarse con seguridad(Decreto del Santo Oficio de 21 de junio de 1944).


“Esa impostura del Anticristo aparece ya esbozada en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico: incluso en su forma mitigada, la iglesia ha rechazado esa falsificación del Reino futuro con el nombre de “milenarismo”, sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, “intrínsecamente perverso” (Catecismo de la Iglesia Católica, 676).

INTRODUCCION

Hace unos días, durante mi lectura bíblica vespertina, me detuve especialmente en un pasaje de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios, concretamente en el Capítulo 15, versículos 22 a 28. El Apóstol nos explica ahí cómo ocurrirá la resurrección final, y parecía aludir a tres resurrecciones sucesivas: la de Cristo como primicia, la de los que son de Cristo en su venida y, cuando venga el fin, la del resto (aunque esta última se deduce sólo indiciariamente, siendo negada por muchos).

Casualmente, mientras los leía, mi mente relacionó esos textos paulinos, en una fugaz y clara intuición, con tres eventos que describe el Libro del Apocalipsis (desde 19,11 hasta 20,11, Segunda Venida de Cristo como Rey, Reino Milenario y finalmente Juicio Final).

Esa intuición me aseguraba que esos y otros versículos de las Cartas de San Pablo sobre los tiempos últimos, se ajustaban con facilidad a pasajes paralelos del libro que cierra la Biblia, la Revelación de San Juan. Eso sí, siempre y cuando siguiéramos una lectura literal y continua de los capítulos 19 -desde el versículo 11-, 20 y 21 de este último libro de las Escrituras (no una lectura alegórica e interrumpida como se hace por los teólogos de manera casi unánime, al menos desde el siglo IV, como luego veremos).  Posteriormente, comprobé comparativamente versículo por versículo, y descubrí que esa impresión fugaz no había errado, o al menos no presentaba incoherencias. 

Por supuesto, soy consciente del terreno resbaladizo donde piso. El milenarismo es, a mi juicio, la mayor polémica doctrinal del cristianismo, pues existe una clara quiebra -desde al menos el siglo IV- entre lo que creyeron mayoritariamente los primeros cristianos, y lo que hoy se predica. Doctrina incómoda, que suele esquivarse por los teólogos, pero renace cíclicamente en tiempos de crisis (como el nuestro), y que curiosamente suscita extrañas pasiones (a favor y en contra). También hay que admitir que, en nuestra era de postmodernidad, esta cuestión no se toma en serio ni siquiera por la mayoría de los cristianos, como se puede constatar simplemente introduciendo la entrada "milenarismo" en google o youtube). 

La cuestión de fondo del problema es determinar qué significa el Reino que anunció Jesús desde el inicio de su predicación (Mt.4,17). Opiniones hay para dar y tomar, pero sea lo que fuere, es seguro es que ese reino todavía no ha llegado, porque en la  oración que el Señor nos enseñó se pide que venga a nosotros (es decir, Cristo todavía no reina, pero lo hará). También, en la alabanza que elevamos a la bienaventurada Virgen María, dejamos claro que este mundo es un valle de lágrimas; no es en modo alguno el reino que se dibuja en numerosos pasajes bíblicos, sobre todo del Antiguo Testamento. 

Pero el reino no está lejano porque es inminente (Mc. 1,15), y de algún modo está ya operante puesto que, según Nuestro Señor:  "está dentro de vosotros" (Lc. 17,20).  Y la Iglesia Católica, en la Constitución "lumen Gentium" del Concilio Vaticano II, se autodefine como el "reino de Cristo presente actualmente en misterio". 

En fin, intentaré llegar a donde mi fe y mi inteligencia puedan, y para ello seguiré cuatro reglas básicas: primera, tomarme muy en serio el asunto, porque no se puede ser cristiano sin desear ardientemente que llegue el reino (o milenio) prometido; segunda, "aprovecharme para todo lo que con el favor divino, hubiere de decir -a lo menos para lo más importante y oscuro de entender- de la divina Escritura, por la cual guiándonos no podemos errar, pues el que en ella habla es el Espíritu Santo" (San Juan de la Cruz. Subida del monte Carmelo). Es decir, sólo es importante la Palabra de Dios, mis interpretaciones y opiniones personales son desde luego prescindibles; tercera, no ampararme en el prestigio de autoridades, y cuarta, "si yo en algo errare, por no entender bien así lo que en ella como en lo que sin ella dijere, no es mi intención apartarme del sano sentido y doctrina de la Santa Madre Iglesia Católica, porque en tal caso totalmente me sujeto y resigno no sólo a su mandato, sino a cualquiera que en mejor razón de ello juzgare" (San Juan de la Cruz. Subida del monte Carmelo).

En cinco puntos desarrollaré este tema. En primer lugar, expondré la interpretación literal del mileniodesarrollando los hechos que irán acaeciendo en los tiempos finales hasta el juicio final, a fin de que, a través de esa sucesión cronológica de eventos, los captemos con mayor claridad. A continuación explicaré la mayoritaria interpretación alegórica. En tercer y cuarto lugarharé una reflexión personal sobre los problemas de ambos sistemas, y por último, intentaré responder a la pregunta de si puede hoy un católico defender la interpretación literal, sin merma de la unidad de fe que debemos siempre mantener, y de la lealtad con nuestros pastores. 

Sería muy conveniente que el lector que tenga la amabilidad y paciencia de seguirme, tenga a mano una Biblia, como apoyo de su lectura. 

I

INTERPRETACIÓN LITERAL y LECTURA CONTINUA de los CAPITULOS 19,20 y 21 del APOCALIPSIS

La interpretación literal postula que los capítulos 19 (desde el versículo 11), 20 y 21 hay que leerlos como eventos sucesivos en el tiempo. Pero antes de éstos hechos, el acontecimiento que inicia la salvación es la resurrección de Cristo.

1.- Resurrección de Jesucristo al tercer día desde su muerte. Es la primicia de nuestra futura resurrección, e inauguración de los tiempos escatológicos (1 Cor. 16,23). Comienza el tiempo de la Iglesia hasta la vuelta de Cristo. Pero justo antes de su retorno, principia el misterio de la iniquidad. 

2.- El misterio de la iniquidad. La segunda venida de Cristo estará causada por la aparición del hombre de la iniquidad (el anticristo), cuya acción había comenzado en los tiempos apostólicos, pero cuya manifestación se producirá al final de los tiempos (2 Tes. 2,3-7). Es importante destacar que el libro del Apocalipsis, describe su aparición en el inicio del capítulo 13, inmediatamente después de que el diablo haya sido expulsado a la tierra por San Miguel  (12,9). El diablo, despeñado y enfurecido, aprovecha para" hacer la guerra (...) a los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús" (Ap. 12,17), y sin duda su instrumento más poderoso es el anticristo, bestia espantosa que sale del mar (Ap. 13,1), y que es esperada por el demonio desde la orilla (Ap. 12,18). 

La acción del Anticristo será especialmente perversa, porque por la acción del diablo, vendrá con todo poder, y con falsas señales y prodigios y engaños malvados perderá a los que no aceptaron el amor de la verdad para salvarse (2 Tes. 2, 9) (con ello se refiere a que muchos cristianos, al final de los tiempos, falsearán la fe recibida). Sabemos que su reinado de terror contra los santos durará tres años y medio (Dn. 7,25), pero se acortarán esos días porque si no fuese así “se pondría en peligro hasta la salvación de los elegidos” (Mt. 24,22). Una minoría de cristianos –un resto fiel- ha contemplado horrorizada cómo el anticristo, apoyado por una relevante y prestigiosa autoridad religiosa (falso profeta) (Ap. 13,11), ha ocupado el mismo lugar de Dios (2 Tes. 2,4). Es perseguida con saña inaudita y se refugia en las catacumbas, orando por la segunda venida del Señor para poner fin a la iniquidad. Pero ese momento ha llegado.

3.- Tiempos finales. Segunda venida de Cristo. Han pasado tres años y medio (o menos) desde que el anticristo impuso su reinado de terror sobre los santos. Aparece en el Cielo un Caballo Blanco cuyo nombre es Verbo de Dios y Rey de Reyes y Señor (la referencia a Cristo resucitado y glorioso es manifiesta y no requiere más explicaciones) (19,11-16). De su boca, sale una espada para herir a las naciones, y Él las apacentará con cetro de hierro (19,15) (es decir, acabará gobernándolas). La bestia (el anticristo) y el falso profeta se reúnen para hacer la guerra al jinete blanco y a su ejército (19,19).

4.- Derrota del Anticristo. El Señor derrota, extermina con el soplo de su boca al inicuo (2 Tes. 2,8).

5.- Castigo inmediato y eterno del anticristo y del falso profeta, pero no del diablo.- Ambos (anticristo y falso profeta) son destruidos por el poder del jinete blanco, y castigados eternamente en el lago de fuego (el infierno) (19,20). El otro personaje de esa trinidad demoníaca (el diablo) no es arrojado, de momento, al lago de fuego o infierno (como los otros), sino que simplemente es encadenado (durante mil años) en la prisión del abismo (20,1). Este lugar, aunque evoca un entorno infernal sin duda, no  es el estanque hirviente de fuego donde penan ya para toda la eternidad sus otros compinches. 

Más adelante (20,10), tras cumplirse el término de los mil años, el mismo diablo –tras un último ataque a los santos- será arrojado expresamente allí, y compartirá ese horrendo y perpetuo destino con ellos dos. Pero de momento sólo está atado “para que no seduzca a las naciones”, lo que implica a mi juicio que habrá un mundo nuevo –con naciones-, inmune a la acción del diablo. Es uno de los efectos benéficos de la segunda venida de Cristo, porque verdaderamente “el Señor bendecirá a su pueblo con la paz” (Salmo 29,11).

6.- Primera resurrección de los que son de Cristo.- Con la segunda venida de Cristo, tras derrotar al anticristo y al falso profeta, resucitarán los que son de Cristo (1 Cor. 16,23 final). Quiénes son específicamente éstos, se verá claramente en el capítulo 20 del Apocalipsis.

7.- Habrá cristianos supervivientes a la era del anticristo que se unirán a los primeros resucitados tras la venida del Señor.- El texto más antiguo del nuevo Testamento (Primera Epístola a los Tesalonicenses, escrita posiblemente a fines de la década de los 40 D.C.), reitera ese misterio de la segunda venida y la resurrección primera con palabras impresionantes: “porque cuando la voz del Arcángel y la trompeta de Dios den la señal, el Señor mismo descenderá del Cielo y resucitarán en primer término los que vivieron en Cristo (1 Tes. 4,16). A continuación (versículo 17) precisa el Apóstol que los cristianos fieles que estén vivos durante ese maravilloso acontecimiento , se unirán para siempre con el Señor y con los resucitados en los cielos, sin aclarar lo que sucede a continuación. Pero si acudimos a 1 Cor 15, 24-25 deducimos claramente que no se irán al Cielo con Cristo, pues el Señor aparece reinando con ellos a fin de derrotar a sus enemigos. En consecuencia, tanto unos como otros tendrán parte con Cristo en su reino (Ap. 20,6) 

8.- El reino milenario y los afortunados por la primera resurrección.- Se ven unos tronos, y algunos –no se indica quienes, aunque probablemente sean los apóstoles de Cristo (Lc. 22,30)- se sentaron sobre ellos con poder de juzgar. A continuación se especifica quiénes se beneficiarán de la resurrección primera (y que serán la primera generación humana del mundo milenario): las almas de los degollados por dar testimonio de Jesús, los que no habían adorado a la bestia (al anticristo), ni a su estatua y no habían recibido la marca de la bestia en sus frentes y sus manos. Éstos vivieron de nuevo (es decir, resucitaron –primera resurrección, versículo 5-), y reinaron con Cristo mil años (cifra que bíblicamente se interpreta como un tiempo extenso, vgr 2 Ped. 3,8).

9.- Destino de los otros muertos, de aquellos cuya muerte acaeció antes del reino milenario.- Los demás muertos no vivieron (es decir, no resucitaron) con los anteriores, pero lo harán cuando se cumplan los mil años (Ap. 20,5 y probablemente 1 Cor. 15,24)). Esos otros muertos, por exclusión de los que han resucitado la primera vez, sólo pueden ser los no creyentes, los no cristianos, los cristianos tibios y, en general, aquellos que se doblegaron ante el Anticristo, y sellaron sus manos y frente con su marca. Pero además de la exigencia de la virtud de la religión y la perseverancia en la fe, San Pablo en 1 Cor. 6,9-11 precisará unos vicios que cerrarán el acceso a ese reino: “los injustos no heredarán el reino de Dios. No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”. Y sobre todo, el apego a la riqueza será el principal peligro, pues "es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase por el ojo de una aguja" (Mt. 19,24).

Todos ellos resucitarán tras cumplirse ese milenio, en el juicio final o de las naciones. Se perderán el Reino, porque vivieron como quisieron sus caprichos y, como advirtió el mismo Jesucristo, "estos ya han recibido su recompensa" (Mt. 6,2)

10.- Una hipótesis sobre la vida en el mundo milenario y la naturaleza del Reino de Cristo.- Los que vivieron -los que tuvieron parte en “la primera resurrección”-  son afortunados, porque sobre ellos no tiene poder la “segunda muerte” (es decir, la condena eterna al infierno), y serán sacerdotes de Dios y reinarán con Él mil años (Ap. 20,6). Recordemos que 1 Cor. 16,25 dice casi lo mismo: “es necesario que Él (Cristo) reine hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies”. Esos enemigos  –según San Pablo- se identifican con la muerte, y sin duda también, con el autor de la muerte, el diablo (Sab. 2,24), el cual, como sabemos por el Apocalipsis, sólo está encadenado durante el milenio. Recordemos que Jesús, ante Pilatos, dijo claramente que ahora su reino no es de aquí”.    

A mi juicio, la mención de que estos primeros resucitados no sufrirán la “segunda muerte”, no implica que dejen de ser mortales (pues se aclara, tanto en el Apocalipsis como en 1 Corintios, que la muerte expresamente será destruida al final de todos estos eventos que vamos describiendo, tras el juicio final -Ap. 21,19, 1 Cor. 15,26-, no antes). Tampoco se afirma que no puedan caer en tibieza o pecados (en principio leves), como se intuye en un pasaje escatológico del profeta Zacarías (Zac. 14,16 y siguientes). Por tanto, los primeros resucitados, en este reino milenario en la tierra, tras una larga vida feliz en la tierra, sin duda morirán (una muerte dulce en Cristo, sin miedos ni agonías), pero antes habrán tenido descendencia. Algunos deducen que, si el Apocalipsis afirma que "reinarán mil años", esa primera generación será inmortal, pero no creo que sea así. Si atendemos a que la muerte sólo será derrotada al final del milenio, la única consecuencia posible es que la expresión "reinarán con Cristo mil años", incluye a todas las generaciones sucesivas, y no únicamente a la primera. Para que esa primera generación fuese realmente absolutamente impecable e inmortal, el diablo y la muerte deberían haber seguido el camino del anticristo y del falso profeta cuando vino Cristo. Pero su destrucción definitiva se retrasa hasta el final del milenio, por lo que siguen influyendo en el nuevo mundo, pero de manera mucho menos intensa que en el pasado. Serán inmortales e impecables en el Cielo, no en la tierra.

Si mi hipótesis es correcta, ese mundo milenario no será el paraíso original de Adán y Eva, pues sus miembros, aunque serán excelentes personas -curtidos y santificados por los tiempos de martirio y persecución- no tendrán la santidad original por don sobrenatural como Adán y Eva. No obstante, la mansedumbre de sus integrantes, la intensidad de sus virtudes cardinales y teologales, especialmente su inmensa fe en Dios y, en virtud de ello, el hecho de serles casi siempre bien acogidas sus oraciones (Mc. 11,23),  influirá para que habiten en una naturaleza pacífica y fecunda, y se reduzcan las enfermedades y los desastres ecológicos (ese sería, pienso yo, el sentido de pasajes muy gráficos e hiperbólicos del Antiguo Testamento como Is. 2,4, 9,2-4, 11,6-9 o 33,24, donde expresamente vincula la salud física al perdón de la culpa en el nuevo reino). La presencia real de Cristo se vivirá en un Reino Eucarístico de una manera tan intensa como si su Divina Persona fuera visible (a eso quizás se refieran las continuas alusiones de los profetas del Antiguo Testamento a un culto en Jerusalén donde confluyan todas las naciones, vgr, Miq. 4,1-2), 

En definitiva, cada uno  llevará a fuego grabado en su corazón que hay que “obedecer a Dios antes que a los hombres”, y "todos -judíos y no judíos- mirarán al que traspasaron"(Zac. 12,10. Será un mundo sólo habitado por gente santa y organizado sabiamente, con el Señor como el rey amado por todos; sociedades empapadas de espíritu cristiano. Verdaderamente se podrá afirmar que jamás en la historia –ni siquiera en la época de mayor gloria intelectual y artística de la cristiandad (siglo XIII), o en la de mayor expansión territorial (siglo XVI)- Cristo fue rey verdadero de las naciones, hasta que llegó este milenio. Ese –y no otro- será el auténtico reinado de Cristo, porque se cumplen las rasgos del mismo que el Señor dijo a Pilatos: No es un Reino como los reinos del mundo (por eso dice el Señor que "ahora no es de este mundo", lo que no significa que no vaya a estar aquí). Y será un reino donde impere universalmente la Verdad de Cristo, único Señor al que todas las naciones del mundo rendirán homenaje (Sal. 46,10).

Pero pasarán las generaciones y, poco a poco, de manera imperceptible, se irá debilitando la santidad de ellos, a medida que se cumpla el plazo de mil años. El diablo, al estar encadenado, no podrá acercarse a las personas para tentarlas, pero el hecho de que el ser humano tenga constitutivamente libre albedrío, provocará que algunos se arrimen a él y se dejen influir por sus sofismas y engaños. Probablemente, ya al final, comiencen a producirse pecados graves, y llegada la fecha en que debe concluir el reino milenario, volverá a haber rebeldes en ese mundo pacífico y santo (Ap. 20,7-10). Poco antes, el diablo había sido desatado. 

11.- Enfriamiento de la caridad y el demonio es desatado.- En efecto, transcurrido ese periodo milenario, Satanás será soltado de su cadena (no es que se fugue, sino que en el designio inescrutable de Dios está decidido que vuelva a poner en riesgo a los descendientes de la primera resurrección), y acaudillando un ejército que se identifica con las fuerzas antirreligiosas del profeta Ezequiel (Gog y Magog) (Ez. 38-39), plantará nueva batalla a los santos, en el campamento o la ciudad donde están asentados (Ap. 20,9).

En relación con este extraño episodio, si seguimos la interpretación literal y para situarnos correctamente, debemos recordar que la Biblia nos describe varias defenestraciones sucesivas de este maligno personaje:

La primera se vincula a su expulsión del Cielo por su rebeldía, antes de que el Señor crease el universo (Is. 14, 12-15). Posteriormente, con la caída de Adán y Eva, Dios permitió que se enseñorease del mundo (1 Jn. 5,19), lo que implica -como se deduce de algunos pasajes bíblicos donde le presenta como el acusador (Ap. 12,10)que su cercanía al trono de Dios es exigida para presentar cargos contra los hombres ante el juez supremo (Job. 1,6).

La segunda se produce tras haber aparecido en el Cielo la impresionante Señal de la Mujer vestida de sol, a la que el demonio intenta dañar sin conseguirlo. Es importante destacar que, según todos los comentaristas del Apocalipsis, esa luminosa aparición (se identifique con la Virgen María o con el Israel de Dios), es el acontecimiento decisivo que activa los tiempos finales. Porque luego de su frustrado ataque a la mujer parturienta, se produce una batalla en el Cielo entre san Miguel y el demonio, a resultas de la cual "fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo o Satanás, el seductor del mundo entero y sus ángeles fueron precipitados con él" (Ap. 12,9). Pero esa caída a la tierra, celebrada con gozo en el Cielo (Ap. 12,10) será terrible para sus habitantes pues "maldición a la tierra y al mar porque el diablo ha descendido hasta vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo" (Ap. 12,12). 

Yo estoy persuadido -lo digo de pasada- que hoy vivimos en ese momento, por eso la acción del diablo en nuestro mundo es tan evidente y criminal: véanse los millones de asesinados por el crimen del aborto, véanse las leyes actuales que son un insulto explícito a la ley de Cristo, véase cómo el diablo ha convencido a buena parte de la humanidad de que "somos como dioses".   

La tercera defenestración será al estanque de fuego, ya para siempre y tras el milenio (Ap. 20,10). 

12.- Fin del Reino Milenario. Juicio final, Un nuevo cielo y una nueva tierra nueva. La Jerusalén celeste.-  Pero un fuego del cielo –es decir, una acción divina- destruirá a los últimos enemigos (esa acción divina no significa una tercera venida de Cristo, no sólo porque las Escrituras sólo hablan de dos venidas, sino porque además esa hipótesis está condenada por la iglesia). El diablo –esta vez sí- será arrojado definitivamente al lago de azufre, para compartir el tormento del anticristo y del falso profeta por los siglos de los siglos (significativamente, el versículo 11 del Capítulo 20 recalca que estos dos ya estaban allí desde antes). 

13.- Resurrección universal.- A partir del versículo 11 se describe la segunda resurrección (universal) y el juicio final que Cristo realizará a todos y cada uno de los hombres –los que participaron en ese milenio y los que no, a los buenos y a los malos-, destacándose que ahora es el momento en que la muerte y el hades son arrojados al estanque de fuego, que es la segunda muerte, y adonde irán aquellos cuyos nombres no se encontrasen escritos en el Libro de la Vida. 

14.- El Cielo.- Triunfo absoluto de Cristo, Hijo de Dios y Redentor de la humanidad. Los que sí fueron dignos, vivirán en la Jerusalén celeste, ciudad arquitectónicamente perfecta e iluminada por la luz divina (que es una manera de expresar la eterna felicidad, belleza, sabiduría e inmensidad del Cielo). Cristo entregará el reino a su Padre, Dios será todo en todos (1 Cor. 15,28), y los salvados “gozarán de la misma naturaleza divina” (2 Ped. 1,4). El destino del hombre no es la parodia mentirosa que nos ofreció el demonio en la tierra –“ser como dioses aquí (Gen. 3,5)– sino una verdadera divinización junto a Dios por los siglos de los siglos. Porque somos verdaderamente sus hijos (1 Jn. 3,1), porque por la fe hemos sido adoptados (Rm 8,14-17,Ef 1,3-5), y, como tales, somos herederos de su Gloria (Gal. 4,7). “Nunca podremos imaginar lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Cor. 2,9).

Hasta aquí la interpretación literal (expuesta según mi personal punto de vista). Probablemente este capítulo 20 (el reino milenario) –incrustado entre el 19 (Cristo viene a poner fin a los tiempos del anticristo) y el 21 (juicio final)- sea el más complicado de interpretar de toda la Biblia (que no es escasa en pasajes de difícil hermenéutica). 

Pero hay otra interpretación, y más aceptada hoy, la interpretación alegórica que ahora trataremos.

II

La INTERPRETACIÓN ALEGÓRICA del CAP. 20 del APOCALIPSIS

Según este sistema, el capítulo 19 (desde el versículo 11 hasta el versículo 21, en que concluye), seguiría en el versículo 10, del capítulo siguiente, el 20. Desde 20,1 hasta 20,10 se narra (con la metáfora de un reino de mil años) la historia de la Iglesia de Cristo, de nuestros dos mil años de historia cristiana.  Por lo tanto, 

1.- La narración del capítulo 20 no sigue cronológicamente a la del capítulo 19. Técnica de recapitulación.-  Tras la derrota del anticristo y del falso profeta por Cristo en su segunda venida (y la defenestración de ambos al lago de fuego) (en el capítulo 19), Juan, autor del Apocalipsis, vuelve a usar de su habitual técnica de recapitulación, es decir, vuelve atrás y nos presenta un cuadro de la Iglesia cristiana, desde la primera venida de Cristo hasta su segunda venida (Cap. 20, 1-10).

2.- Cristo ha resucitado tras su muerte, nace la Iglesia y con la implantación de la Iglesia se instaura ya el Reino de los Mil Años (20, 1-10). Mil años, como ya expusimos, significa un tiempo largo e indeterminado Nosotros ahora estamos, por lo tanto, viviendo en el tiempo del milenio. La referencia a que el demonio es atado (Ap. 20,2), alude a los océanos de santidad que se han extendido por el mundo por la acción de los cristianos, movidos por el Espíritu Santo y con la fuerza de los sacramentos –sobre todo el Sacrificio de la Misa-, que ha mantenido en raya al diablo durante mucho tiempo.

3.- La autoridad de la Iglesia.- Los tronos donde se sientan a juzgar son las autoridades de la Iglesia (el Papa, los obispos y los presbíteros), con poder de juzgar (de atar y desatar) en nombre de Cristo.

4.- La primera resurrección es el bautismo cristiano.-. En cuanto a los mártires durante el tiempo de la Iglesia no resucitarán en un nuevo mundo futuro más bondadoso, sino que son felices, desde ya, con y en Cristo. 

5.- Últimos tiempos.- Enfriada la fe, será desatado el Diablo en los tiempos finales, y con ello se inicia el tiempo de Anticristo y del Falso profeta (aunque estas dos figuras maléficas no aparecen en este capítulo 20, pues se supone que fueron castigadas en el capítulo anterior). Derrota final del mal, y sin solución de continuidad se da inicio al juicio final (Capítulo 21).

Hay que citar, en favor de este punto de vista, dos inquietantes revelaciones privadas. Una de la Beata Ana Catalina Emmerich: “(el diablo) será liberado durante algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 de Cristo”, y otra de Santa Brígida de Suecia: "Cuarenta años antes del año 2000 el demonio será dejado suelto para tentar a los hombres. Cuando todo parezca perdido, Dios mismo, de improviso, pondrá fin a toda maldad. La señal de estos eventos será: que los sacerdotes habrán dejado el hábito santo y se vestirán como gente común, las mujeres como hombres y los hombres como mujeres".

Si fuesen ciertas estas revelaciones privadas, se confirmaría –de acuerdo a la postura alegórica- que nuestra época es ciertamente el tiempo del milenio. Y también conoceríamos otro dato que produce vértigo, porque ratifica lo que muchos intuimos: que nuestra generación estaría inmersa de hoz y coz en esos tiempos finales. Debemos indicar, de todos modos, que también con la interpretación literal se puede llegar a esa misma conclusión -que hoy vivimos tiempos finales, pero no en el milenio-, si se entiende que la liberación del diablo alude a su expulsión del Cielo (Ap 12,9) para actuar libremente en la tierra (lo que hoy es evidentísimo), y no al episodio de Ap. 20,7 (que acaecerá al final del milenio). 

Por tanto, desde mi punto de vista, el dies ad quem de los tiempos finales -de nuestro tiempo- no supondrá el juicio final sino el inicio del milenio.

III

PROBLEMAS de la INTERPRETACIÓN ALEGÓRICA.-

Debemos que dejar claro que ninguna de estas dos interpretaciones ha sido rechazada como herética por la Iglesia, y ambas presentan argumentos a favor y en contra. No obstante, hay mucho recelo contra la interpretación literal (es decir, milenarista), aunque la Iglesia sabe perfectamente que no puede condenar como herejía esa tradición doctrinal de los más importantes escritores apostólicos de la iglesia hasta el siglo IV (precisamente por eso, por ser una antiquísima tradición). E igualmente nos encontramos hoy un consenso casi unánime entre católicos en defender la interpretación alegórica, pese a los problemas graves que nos podemos encontrar, y que a continuación expongo.

1.- Por ejemplo, la identificación de los primeros resucitados con los bautizados, no cuadra con lo que dice San Pablo en 1 Cor. 15,23, porque del contexto de este versículo se deduce claramente que estos primeros resucitados lo serán en la segunda venida de Cristo, exactamente como se dice otra carta paulina, en 1 Tes. 4,16. Nada que ver con este sacramento cristiano. 

2.- En segundo lugar, si leemos Ap. 4, 9-11 -apertura del quinto sello- observamos a estas víctimas al pie del altar, pidiendo al Señor que ejerza la justicia (que un atributo del rey) y vengue la sangre que derramaron. El Señor les dirá que esperen hasta se complete el número de los que habrán de morir por Cristo. Si seguimos el sistema alegórico, esos mártires deberían ser dichosos desde ya con Cristo, con lo que no tiene sentido la vindicta que exigen, ni que la respuesta sea un tiempo de espera en el que incrementará el número de sacrificados por Cristo. Yo interpreto, por tanto, que la alusión a la espera, indica no sólo el castigo de sus verdugos, sino también una reivindicación de todos los mártires en la tierra, tal y como se deduce con toda claridad de la lectura del capítulo 20, pues entonces reinarán con Cristo.   

3.- Tampoco hay explicación convincente de por qué se nos describe la defenestración al infierno del anticristo y del falso profeta en un momento diferente a la defenestración del diablo, cuando lo lógico es que si, según los alegoristas, Cristo hubiese venido por segunda vez en gloria para el juicio final (y no, según defienden los literalistas, para inagurar el milenio), la triada satánica a la vez hubiera acabado en el estanque de fuego con esa venida. Si el capítulo 20 hay que interpretarlo como una historia alegórica de la Iglesia desde la resurrección de Cristo hasta su segunda venida, por qué la figura muy relevante del anticristo, ya estaba en el infierno cuando allí es lanzado el diablo tras la batalla final, y no estaba encabezando los ejércitos anticristianos, como en Ap. 19,20. Una lectura fluida del texto conduce inevitablemente a constatar la realidad de dos defenestraciones en el estanque de fuego (la del anticristo y el falso profeta por un lado (19,20), la del diablo por otro (20,10), con un intervalo temporal, que es el milenio

4.- Otro problema lo encontramos en el claro carácter sucesivo de las expresiones paulinas de 1 Cor. 15, 23-28: "Todos revivirán en Cristo, pero cada uno en su orden (1 Cor. 15, 22-23); "las primicias, Cristo" (1 Cor. 15,23); "luegoal momento de la parusía, los de Cristo" (1 Cor. 15,23); finalmente, vendrá el fin, cuando cuando Él entregue el reino a Dios Padre, después de haber destruido, todo principado, toda potestad y toda fuerza (1 Cor. 15,24); pues es necesario que Él reine hasta que ponga a todos sus enemigos como estrado de sus pies" (1 Cor. 15, 25); "el último enemigo destruido será la muerte" (1 Cor. 15,26). Y "cuando todo esté sometido, Cristo se someterá al Padre, y Dios será todo en todos" (1 Cor. 15,28).  

Es verdad que San Pablo jamás menciona la palabra milenio, pero eso es debido, a mi juicio, a que ni él ni nadie sabían cuánto iba a durar el tiempo del Reino (Hch. 1,7). Fue la generación cristiana posterior al Apóstol la que, estudiando las viejas Escrituras judías,  comenzaron a asociarlo, desde el punto de vista temporal, con esa expresión que meramente indica un tiempo largo pero indeterminado (Sal. 90,4 y 2 Ped.  3,8). 

Pero lo importante, a mi juicio, es destacar cómo se ajustan los eventos que describe San Pablo con los del libro del Apocalipsis:

-1 COR.- Cristo primicia (1 Cor. 15,23); APOC.-Cristo el primero y el último, el viviente, estuvo muerto pero ha resucitado  (Ap. 1,17-18).

- 1 COR-.- Resurrección, de los que son de Cristo en su parusía (1 Cor. 15,23); APOC.- Primera resurrección de los degollados por Cristo (los mártires) y los que conservaron la fe en el Señor (Ap. 20,4).

- 1 COR.-  Reinado de Cristo, pues es necesario que él reine hasta que sus últimos enemigos -la muerte, el hades, el diablo- sean destruidos (1 Cor. 15,25-26); APOC.- Los que vivieron reinaron con Cristo, serán sacerdotes de Cristo (es decir, lo harán presente en todo momento) y gobernarán con Él mil años"  (Ap. 20, 6). Tanto en san Pablo como en San Juan se afirma expresamente que la muerte -el último enemigo- no será destruido hasta el final (del reinado obviamente). (1 Cor. 15,26, Ap. 20, 14).

- 1 COR.- Sometido todo a Cristo, Dios será todo en todos (1 Cor. 15,28); APOC.- El cielo y la tierra  dejan paso a la novedad del Cielo (Ap. 20,11), Dios mismo estará con los hombres de una manera inefable e imposible de imaginar. Porque Él "hace nuevas todas las cosas" (Ap. 21,5). 

En definitiva, si siguiéramos la interpretación alegórica, se multiplicarían las dificultades para conciliar los pasajes expuestos. Inténtenlo y lo comprobarán. 

5.- Y finalmentequiero destacar que el tono triunfante y bienaventurado del capítulo 20, no cuadra con la historia del cristianismo. Más allá de los inmensos bienes que nuestra fe ha regalado al mundo, en la cristiandad siempre ha ha habido, como explicó el Señor, una mezcla de trigo y cizaña (Mt. 13, 24-30), y en este mundo vivimos como exules fili Hevae. Por tanto es mucho más coherente semánticamente una lectura continua de los tres capítulos, que no una recapitulación alegórica del capítulo central.

¿Qué concluyo, pues? Que, a mi humilde juicio, no sólo es más sólida la interpretación literal, sino que además tiene el haber de contar con el aval de la iglesia primitiva: el demonio es atado tras la derrota y condena eterna del anticristo y de su vocero, el falso profeta, a fin de que se facilite la santidad en un mundo en el que habrá santos, hombres y mujeres que han muerto y sufrido por Cristo (la primera resurrección, de la que expresamente hablan San Juan y San Pablo).

Es una reivindicación de los justos en este mundo, profetizada por el mismo Jesucristo en sus Bienaventuranzas:

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt. 5,4).

Es el Reino que el mismo Jesucristo anuncia escatológicamente en la última cena:

“Y os digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día que lo beba con vosotros en el Reino de mi Padre” (Mt. 26,29).

En definitiva, todas las esperanzas mesiánicas del Antiguo Testamento conducen inexorablemente al milenio, a un mundo nuevo donde reine la justicia, tanto en los profetas:

El resto de YHWH no cometerá iniquidad,

No dirá mentiras,

No habrá ya en su boca lengua falsa;

Mas apacentarán y reposarán

Sin que nadie los turbe” (Sof. 3,13)

Como en los libros poéticos:

"Un poco más, y no existirá ya el impío;

si buscas su lugar, no lo encontrarás.

Mas poseerán la tierra los humildes

y gozarán de inmensa paz" (Sal. 37,10-11)

En ese mundo terrenal, “reinará Cristo hasta que ponga a todos sus enemigos –el diablo y la muerte, los dos únicos que le quedan- como estrado de sus pies –al final del reino milenario-(1 Cor. 15,25).  Y reinará porque estará viviente en los corazones y las mentes de todos los ciudadanos de ese reino, que demostraron su fidelidad durante la terrible persecución del tiempo del anticristo. 

Postular una interpretación alegórica en razón de los problemas que puede provocar una lectura literal –que también existen sin duda y ahora veremos- puede producir un daño aún mayor a la fe: rendirse e interpretar un libro complicado como la Biblia como un conjunto de alegorías, mitos y fábulas, sin respetar ni los milagros reales de Jesús y ni su verdadera resurrección.  

IV

PROBLEMAS de la INTERPRETACIÓN LITERAL

Como ya hemos dicho, la interpretación literal ha sido mayoritariamente rechazada por los teólogos a partir del siglo IV, fundamentalmente por la autoridad de San Jerónimo (al que siguió San Agustín quien fue milenarista durante un tiempo, hasta que el gran sabio cristiano de Dalmacia le convenció de lo contrario). Pero la Iglesia muy mayoritariamente había sido milenarista hasta ese siglo, y no hace falta que dé ejemplos, pues cualquiera que haya estudiado sobre este tema puede mostrarlos en cantidad y calidad.

El rechazo de la inmensa mayoría de teólogos –a partir de entonces- a la interpretación literal y continua de esos capítulos controvertidos tiene que ver, a mi juicio, con dos hechos; la fantasía de los lectores y la evolución de la Iglesia.

En primer lugar, se produjo la degeneración del concepto del milenarismo, a causa de la imaginación desmesurada de ciertos comentaristas de las Escrituras, casi desde la misma época apostólica. Por ejemplo, Papías, obispo de Hierápolis en el siglo II, pintó con todo lujo de detalles ese mundo milenario, que sería una copia corregida y aumentada del paraíso terrenal.

“Habría días en los cuales las viñas crecerían cada una con 10.000 ramas, y en cada rama 10.000 ramitas, y en cada ramita 10.000 brotes y en cada brote 10.000 racimos y en cada racimo 10.000 uvas, y cada uva produciría 800 litros de vino etc”

Este planteamiento -ridículo y hasta diríamos que mahometano avant la lettre- resultaba sin embargo tan sugestivo y atrayente que muchos quisieron llevar hasta las últimas consecuencias ese mundo de felicidad y placer, dando lugar a la herejía –esa sí lo es- del milenarismo carnal o quiliasmo.  Papías –no lo olvidemos- fue un padre apostólico que acaso pudo conocer personalmente a San Juan Evangelista (y, sin duda, se relacionó con personas que trataron de manera cercana a los apóstoles, como Policarpo de Esmirna). En su Historia Eclesiástica, Eusebio de Cesarea, que no era milenarista y que incluso no creía que el Apocalipsis tuviera autoridad de libro inspirado (sólo a final del siglo IV, en los Concilios de Roma e Hipona se le dio la autoridad de Escritura Sagrada), da un juicio negativo de él. Y sólo atribuye el prestigio de Papías en la iglesia antigua al mero hecho de haberse comunicado directamente con personas que conocieron en persona a Jesús, porque le consideraba un “hombre de escaso entendimiento” (H.E. III, 39).

Pero quien alcanzaría la cima de esa degeneración sería un tal Cerinto, natural de Éfeso en el siglo II –donde conoció al ya muy anciano discípulo amado del Señor, Juan el Evangelista-. Este individuo, además de ser un heresiarca gnóstico, tenía una visión más que carnal del milenio, abiertamente pornográfica.  El sabio y bondadoso Juan lo detestaba, hasta el punto que –según cuenta Policarpo de Esmirna, citado por Eusebio-, un día entró el venerable anciano en un baño público de Éfeso, y al ver al archihereje, salió huyendo mientras gritaba: “¡Huyamos antes de que el edificio se venga abajo, pues Cerinto, el enemigo de la verdad, está dentro!" (H.E. III,28).   

La segunda razón del desprestigio de la visión milenarista es más bien histórica. A partir del siglo IV, la Iglesia Católica pasaba de perseguida a tolerada, y de tolerada a ser la religión oficial del imperio. Parece comprensible que a medida que la Iglesia Católica se iba abriendo paso dentro del imperio romano (sobre todo a partir de la época de libertad que se inició con Constantino y se culminó con Teodosio), y a la vez que se reforzaba y centralizaba su jerarquía, se pretendiera atar en corto a los teólogos y pensadores cristianos. Comenzaron a verse mal aquellos planteamientos revolucionarios, como lo era sin duda la existencia futura de un reino terrenal más allá de la pax romana de la que ahora gozaban los cristianos. Y creo que ésta fue la razón más poderosa de que se consolidase una visión alegórica –más modosita- del capítulo 20 de Apocalipsis, frente al punto de vista de la iglesia primitiva.

No pensaban igual los primeros cristianos, que vivían bajo la espada de Damocles de que a algún emperador le diese por iniciar alguna escabechina. A éstos, cuando leían la historia de Jesús triunfante y correinando con cristianos que habían sido perseguidos y vilipendiados, se les llenaba el corazón de esperanza ante un futuro sombrío.

Una anécdota que nos permitirá contemplar ese cambio de perspectiva, la encontramos en Eusebio. El gran historiador de la iglesia cuenta que muchos obispos supervivientes de la última gran persecución (la de Diocleciano), fueron al Concilio de Nicea (325) usando las postas imperiales que Constantino puso a su disposición. Y al llegar al espectacular palacio del emperador, junto a un bellísimo lago, y sentarse en aquellos asientos como si fueran reyes, pensaron que verdaderamente ya había llegado el Reino de Cristo.

¡Ay Constantino! ¡De cuánto mal fuiste madre,

no al convertirte, sino por aquella dote

que de ti recibió el primer rico padre!

(Divina Comedia. Infierno. Canto 19)

Esa es una de las razones por la que me decanto por la interpretación literal. Los cristianos generalmente sólo vemos la realidad con lucidez cuando nos persiguen, cuando las cosas no marchan bien, como sucedió con la Iglesia primitiva, cuya fe soportó terribles golpes.

Cristo reinará sin duda, el Padre "lo exaltará, lo entronizará como Señor, y hará que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en la tierra, en el Cielo y en el infierno" (Fil. 2, 9-11).

Pero reinará porque antes pasó por la cruz:

Se anonadó a sí mismo

Tomando la forma de siervo,

Hecho semejante a los hombres

Y, mostrándose igual a los demás hombres

Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte

Y una muerte de cruz” (Fil. 2, 7-8).

El cristiano, que tiene que ajustar su vida a la del Divino Maestro, sabe que sin cruz no hay gloria, no hay otro camino. Los que sufrieron las persecuciones se identificaron radicalmente con Cristo, y vivieron en la esperanza de que serían rehabilitados en un mundo nuevo donde imperaría la justicia. Y ese mundo renovado, con inmensa lucidez, lo vieron descrito en esos versículos del Apocalipsis, que tanto recelo producen hoy a los cristianos acomodados.

V

¿PUEDE un CATÓLICO SOSTENER HOY el PUNTO de VISTA LITERAL?.-

El último punto que quiero tratar es la compatibilidad o no de la interpretación literal del capítulo 20 del libro de la Revelación con las declaraciones doctrinales de la Iglesia Católica sobre esta polémica. Hasta la promulgación del Catecismo de 1992, la condena de 1944 –citada al inicio de esta reflexión- parecía únicamente condenar el milenarismo craso y carnal, mientras que el mitigado se consideraba meramente peligroso.

Algunos teólogos piensan que el tema ha sido definitivamente zanjado por la condena que el vigente Catecismo hace en el numeral 676, que descarta hasta el milenarismo mitigado. Pero sinceramente pienso que las justas advertencias de ese punto –pues los milenarismos son peligrosos en cuanto dan pie a extravagancias- no pueden condenar al devoto lector cristiano que interpreta a la letra un texto de las Sagradas Escrituras como es el Capítulo 20 del Apocalipsis, y que además tiene de apoyo a la casi totalidad de la iglesia primitiva. Tampoco creo que el punto 676, signifique que incurre en herejía formal o material aquel católico que piensa que la interpretación antigua es la más correcta.

¿Se puede lícitamente condenar que el piadoso lector de la Biblia se tome en serio lo que está leyendo, que tenga la certeza de que no se encuentra continuamente con alegorías y metáforas? ¿Interpretar de este último modo la Biblia –como un centón de narraciones orientales, repletas de imaginación y escasísimas de historia-, no es uno de los grandes triunfos del modernismo, que entiende que las Escrituras no tienen el más mínimo marchamo histórico? ¿No estamos hartos de leer versiones nuevas de la Biblia, hechas por católicos con el nihil obstat de obispos, en donde las notas a pie de página cuestionan, niegan y hasta ridiculizan algunos contenidos de la misma?

Por eso, como cierre, afirmo sin dudar que me fío de Cristo, de la autoridad de las Sagradas Escrituras como Palabra de Dios, y del juicio de la Iglesia Católica, que no sólo no ha condenado sino que además ha favorecido que se interprete literalmente la Escritura (Suma Teológica, Parte 1, Cuestión 1, Art. 10), cuando esa interpretación no sólo es la más adecuada (de acuerdo al contexto general de la historia de la salvación) sino que además fue sostenida casi unánimemente por la iglesia primitiva.

Y aunque me comprometí al inicio de este trabajo a no incluir comentarios de autoridades, como ya estoy acabando de verdad, haré una travesura e insertaré uno como conclusión: 

Lo que puede ser interpretado literalmente, interpretarlo alegóricamente es propio de incrédulos o de personas que buscan salirse de la fe” (Juan de Maldonado, citado por Leonardo Castellani). 


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