miércoles, 19 de febrero de 2020

Una reflexión sobre el poder político

Todo poder viene de Dios, y Dios se lo entrega al pueblo para su ejercicio práctico y cotidiano (siempre bajo la regla de la ley eterna, y su desarrollo humano, que es la ley natural). Pero es importante destacar este dato en el que han incidido los mejores tratadistas católicos (Belarmino, Suárez o Balmes) frente a los protestantes: Dios no da el poder al gobernante directa e inmediatamente, sino mediatamente a través del pueblo, que es su inmediato detentador. El poder del gobernante no viene directamente de Dios, sino mediatamente, es decir, tras pasar primero por el pueblo. Es fundamental esa idea para que el gobernante no en engríe, ni crea en el origen inmediatamente divino de su poder.




El pueblo, por tanto, puede, bien gobernar él directamente (democracia, directa o representativa), o apoderar a uno (monarquía) o a algunos (aristocracia) para que gobiernen. Cualquier sistema es válido y aceptado por la Iglesia, siempre que se respeten la ley natural y los derechos de la Iglesia en su más importante misión de salvar almas,




Si una constitución democrática fija como marco inalterable la Ley Eterna y Natural, es a mi juicio el mejor de los sistemas políticos. Desgraciadamente la tendencia de la democracia hoy es avanzar hacia la corrupción de la demagogia, que otorga al pueblo hasta derecho a cambiar la Ley Natural (lo vimos en Irlanda con el tema del aborto).




No sólo se debe blindar la ley, sino que es necesaria una actitud vigilante y combativa de los católicos para evitar esa tendencia del demonio a derribar todo lo que huela a ley natural, incitando a la anarquía y al libertinaje. Por eso en España, más que la indefinición de la Constitución, ha sido la desidia de los católicos y sus malas elecciones de gobernantes, la que nos ha llevado a este retorcimiento hacia el mal de nuestra carta magna que vemos hoy.

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