El diablo existe como ser con inteligencia (inmensa por cierto) y voluntad (muy perversa, irremisiblemente tendente al mal); no es una mera idea abstracta. Pero también es cierto que su poder es limitado, y si hoy nos parece especialmente intenso, es porque sabe que le queda poco tiempo para dañar a los hombres. Paradójicamente, es un signo de esperanza vivir en un tiempo donde parece que la fe y la razón se desmoronan, porque es signo cierto de que queda menos para que el Señor implante su Reino.
Desde luego que un cristiano tiene que tomarle en serio (sin obsesionarse), examinar los estragos que hace en el tiempo en que vive, e intentar combatirlos sin desfallecer, allí donde nos haya puesto el Señor. Pero nuestro auxilio está en el Nombre de quien ya le ha derrotado en la cruz. Y unidos a Jesucristo nada puede contra nosotros.
Aun así, el pensamiento del infierno es especialmente útil para el cristiano, porque pocas cosas más horrendas que compartir una eternidad junto a este personaje siniestro y millares de su calaña. Pero no es esa la idea fundamental de un cristiano, no debemos movernos por temor (¿vamos a temer a quien sabemos que un perdedor?). Sólo nos debe mover el amor a quien nos ha rescatado al precio de su bendita Sangre. Nada más y nada menos.
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