sábado, 8 de febrero de 2025

Las Cartas Paulinas a los Tesalonicenses: de la escatología a la soteriología.


I

Tesalónica fue la primera ciudad europea que visitó San Pablo durante su segundo viaje apostólico en compañía de Silas y Timoteo (49-53). Predicó allí (Hch. 17, 1-9) y fundó una sólida comunidad cristiana, pero la presión y el odio de los judíos le obligó a abandonarla apresuradamente. Desde Corinto envió a esa ciudad a Timoteo, cuyo elogioso informe sobre los avances de la congregación motivó que, sobre finales del año 50 o inicios del 51, les escribiera la primera de sus cartas, que es además el primer texto cronológico del Nuevo Testamento (suponiendo que no haya sido Gálatas como proponen algunos) .

En esta Epístola, tras ponderar la fe, la esperanza y la caridad de esa joven comunidad (1 Tes. 1, 2-3), les exhorta a la castidad, a rechazar la impureza, al trabajo, y les entrega sabios consejos como “examinarlo todo y retener lo bueno” (1 Tes. 5,21) o “respetar a los que os presiden en el Señor” (1 Tes. 5, 19). Sobre todo, incidirá en un asunto que preocupaba a los tesalonicenses, un acontecimiento tan complicado y emotivo como era la suerte de los cristianos muertos antes de la parusía del Señor, que suponían inminente. San Pablo les consuela indicándoles que esos muertos tendrán una situación muy ventajosa porque resucitarán con la segunda venida del Señor y precederán a la glorificación de los supervivientes, los cuales se unirán a Cristo, arrebatados en las nubes al encuentro con el Señor.  Citando al mismo Jesús, dirá que el Señor vendrá “como un ladrón por la noche” (Mt. 24,36, 1 Tes. 5,1).

Sin embargo, pronto hubo de remitirles una segunda carta, porque al Apóstol llegaron preocupantes noticias de Tesalónica. Por lo visto, algunos cristianos, seguros de la inminencia de la Segunda Venida del Señor, adoptaban una actitud pasiva, esperando ociosamente ese momento, papando moscas y sin dar golpe. San Pablo les precisará que la Segunda Venida no es inminente (II. Tes. 2,2), pues debe producirse antes una Apostasía General, culminada con la venida del “Anomos”, del “hombre sin ley”, “hombre de Iniquidad”; en definitiva “el Anticristo”, el cual está de momento retenido por la figura enigmática del katejon, del obstáculo”, pero que será aniquilado al final por el Señor Jesús “con el soplo de su boca” (II Tes. 2, 8). Y les reconvendrá con una frase que ha alcanzado merecida fama: “quien no trabaje, no coma” (II Tes. 3,10). Probablemente algunos fieles de Tesalónica malinterpretaban el dicho de Eclesiástico 39,1: “El que aplica su alma a meditar la Ley del Altísimo indagará en la sabiduría de los antiguos y dedicará sus ocios a los profetas”.

Muchos hoy consideran esta segunda carta como seudopaulina, escrita por una posterior generación a la de San Pablo. El filólogo Antonio Piñero, que la analiza desde una óptica estrictamente racionalista, afirma una división casi al 50% entre los partidarios de la autenticidad paulina y los que están en contra (“Guía para entender el Nuevo Testamento”). Eso lo examinaremos más adelante.

                                                                                        II                                 

Encontramos en ambas cartas la triple división típica de las Cartas de San Pablo: Introducción, Cuerpo y Conclusión.

1º.- En la INTRODUCCIÓN de ambas cartas se incluye un “saludo a los destinatarios” (I Tes. 1,1, II Tes. 1,1), una “acción de gracias”, en términos y vocabulario muy parecidos. Por ejemplo en I Tes. 1 refiere la fe, la esperanza y la caridad, y en II Tes. 1 la fe y la caridad solamente.

2º.- En relación con el CUERPO de las cartas, en I Tes. podemos efectuar una subdivisión. (a).- Parusía del Apóstol 2, 13 a 3,13) y (b).- Parusía del Señor, sin duda el aspecto doctrinal más importante de la carta. Este segundo punto es el único que se aborda en II Tes. 2, aunque de manera diferente como veremos.

En la primera Epístola, el Apóstol no escatima elogios hacia los hermanos de Tesalónica: “hemos encontrado en vosotros nuestra consolación con motivo de vuestra fe” (I Tes. 3, 7). Les exhorta al progreso en la santificación (I Tes. 4,3), sobre todo en el aspecto de la pureza, “sin abandonarse a los ardores de la concupiscencia como los gentiles que no conocen a Dios” (I Tes. 4,5). Y por último les animará a “trabajar con vuestras manos” (1 Tes. 4, 11), a “hacer el bien unos con otros y con todos” (I Tes. 5,15), y a estar siempre alegres y rezar incesantemente (I Tes. 5, 16-17). Junto con Filipenses (Fil 2,2-4,4), podríamos decir que ésta es la carta paulina de la alegría. 

En II Tes., sin embargo, más que elogios a las virtudes teologales de los tesalonicenses (sólo los encontramos al comienzo, en II Tes. 1, 3-4), el tono es como más sombrío y parece apuntar a un ambiente de renovada persecución contra la comunidad. Persecución que, si en I Tes., sólo brota puntualmente a causa de los judíos (“también vosotros habéis sufrido de los judíos” I Tes. 2,14), en II Tes. parece tener un más amplio espectro: “vosotros que sois afligidos”. Y anunciará que cuando retorne el Señor “tomará venganza de aquellos que no reconocen a Dios y de los que no obedecen el Evangelio” (II Tes. 1,8).

Por otro lado, si en I Tes. encontramos elogios y exhortaciones a la comunidad, esta segunda carta tiene un carácter más crítico por el hecho de que, como dijimos, algunos se negaban a trabajar con la excusa de la inminente segunda venida de Nuestro Señor. “Viven desordenadamente sin trabajar, mezclándose indiscretamente en asuntos ajenos” (II Tes. 3,11). Aparte de ello, lo más relevante es que aquí San Pablo parece corregir la primera carta, que apuntaba la cercanía de esa venida, pues el mismo Apóstol presupone en I Tes. 4,15 que aún estará vivo cuando acontezca. Y anunciará dos eventos futuros, pero que precederán a la parusía: la apostasía y la venida del “Anomos”, del Anticristo.  Los versículos donde explicará la acción del Anticristo, sobre todo su capacidad para simular prodigios que seduzcan y engañen a las gentes, adoptan el estilo de la literatura apocalíptica judía, usado por el Señor (II Tes. 2, 9-12-Mt. 24,11).

En definitiva, la parusía no será inminente y por lo tanto “quien no trabaje, que no coma”. Y de modo parecido al caso del incestuoso de 1 Cor. 5, San Pablo usará su autoridad, pues "si alguno no obedece la orden que damos en esta carta, a éste señalado, para no tratar con él a fin de que se avergüence, pero no lo consideréis enemigo sino amonestadle como hermano" (II Tes. 14-15).

Hay que destacar asimismo en II Tes. 3,15 la referencia a “tradiciones que aprendisteis por vuestra enseñanza oral o por nuestra carta”, prueba de que, junto a los documentos escritos que formarían el Canon del Nuevo Testamento, existía también una Tradición Oral.

3º.- Finalmente, en cuanto a la CONCLUSIÓN y SALUDO FINAL, en ambas cartas se incide en la paz, pero con un diferente matiz, vinculado precisamente a la inminencia o no de la Segunda Venida del Señor: en I Tes. el Apóstol parece tener la convicción de ella pues pide que (la paz) “os santifique en modo perfecto, y todo vuestro espíritu, cuerpo y alma se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo(I Tes. 5,23). Sin embargo, al mencionar la paz al final de II. Tes. 3, 16-18), no menciona para nada la parusía, pues como ya apuntó anteriormente “el día del Señor (no) será inminente” (II Tes. 2,2). Curiosamente, en esta segunda carta a los Tesalonicenses, que muchos estudiosos hoy consideran seudoepigráfica, concluye afirmando rotundamente que el saludo final “es de mi mano; esa es la señal que distingue mis cartas” (II Tes. 3,17).

III

Los críticos, como ya dijimos, se encuentran hoy divididos en cuanto a la autoría de San Pablo. Los argumentos más poderosos para negar hoy la autenticidad paulina de II Tes. radican en la cercanía que se pretende entre ambas cartas, sus parecidos formales pero a la vez su diferente visión de un evento –la segunda venida del Señor- que la comunidad primitiva es seguro que creía como muy próxima. Como señala Antonio Piñero “Si este breve escrito (II Tes.) procede de la pluma de Pablo tendría el interés de permitirnos observar cómo el gran apóstol se corrige a sí mismo en un punto importante de doctrina y en un lapso breve de tiempo. Pero si la carta no es auténticamente paulina sino escrita por un discípulo, su lectura nos permite formarnos una mejor idea de un cambio en la perspectiva sobre el fin del mundo ocurrido en la Iglesia una generación después de la muerte de Pablo”. 

Lo segundo parece, para muchos, más lógico, y explicaría el hecho de que la Iglesia progresivamente deje de poner el acento en la escatología (advenimiento inminente del Señor y de los últimos tiempos) y se vaya incidiendo más en la soteriología (salvación operada ya aquí, sin perjuicio de que sea consumada en el mundo futuro cuando vuelva el Señor)

Parece ser que San Pablo sí creyó, al menos durante una época, en la inminente venida del Señor: tenemos, aparte de I Tes. 4,15, la misma referencia a la transformación de los vivos -entre los que se incluye el propio San Pablo-, junto a la resurrección de los muertos en 1 Cor. 15, 51-52. Y también lo creyó toda la Iglesia: (St.5,9), (1 Ped. 4,7) o incluso (Hb. 10, 37). De hecho, la carta seudoepigráfica de II Ped. pretende ofrecer una explicación por ese retraso (II Ped. 3, 1-13), frente a los que se reían de los cristianos a causa de esa tardanza, nihil novum sub solem. Ello prueba, primero, la antigüedad de esa creencia y, segundo, cómo fue matizándose a medida que moría la generación de los que conocieron al Señor. Ese es el contexto en el que parece incardinarse II Tes., finales del siglo I. Como señala W.R.F Browning “La escatología de II Tes. 2 insta a los destinatarios a estar atentos a los signos del fin, mientras que 1 Tes. 5, 4-5 les avisa que el final vendrá de manera inesperada”. 

Pero existen otras hipótesis. Autores como Harnack consideran que ambas cartas fueron escritas al mismo tiempo; la primera para los paganos convertidos y la segunda para los judeocristianos. Dibelius, por su parte, cree que la primera carta tenía un carácter privado (dirigida al jefe de la comunidad local), y la segunda un carácter público (para la comunidad). Y César Vidal, en su obra “Pablo, el judío de Tarso”, defiende la autoría paulina de ambas, pero estima que II Tes. fue escrita con anterioridad a I Tes.: “Los argumentos para pensar que la denominada segunda se escribió antes que la primera arrancan de su propio contenido. De hecho, en la segunda se menciona a los creyentes como sometidos a persecución (II Tes. 1, 4 y ss), una circunstancia que en la primera carta es citada como algo del pasado (1 Tes. 1,6, 2,14)” (pág. 200).

En cualquier caso, es indiscutible que también hay fuertes argumentos para defender la autenticidad paulina. Ernest Best señala que “Si sólo tuviéramos II Tes. pocos eruditos dudarían que San Pablo la escribió, pero cuando se pone junto a I Tes. entonces aparecen las dudas”. 

Lo cierto es que, como otros autores han destacado, es difícil entender que una Iglesia, que ya tuviera una Carta del Apóstol, fuese aceptar sin discusión una falsa dirigida a ellos, redactada décadas más tarde y tan diferente en cuanto a contenido. Hay que recordar que, al igual que en la netamente paulina Gálatas (Gal. 6,11), Pablo destaca aquí su firma (Metzger). Y señalan los exégetas que en las epístolas mayores de San Pablo se encuentra más del 80%-90% del vocabulario de I y II Tes. Aparte de ello, II Tes. se cita en el  Canon de Marción y en el Fragmento Muratori, y es mencionada por Ireneo, Policarpo y Justino Mártir. (siglo II). La Tradición la he tenido como indiscutiblemente paulina.

Todo ello nos lleva a atribuir, en principio, la autoría a San Pablo, hasta que haya otros argumentos más fuertes que avalen su naturaleza seudoepigrafica. Como señalan A, Robert y A. Feuillet en su “Introducción a la Biblia. Tomo II”: “A pesar de las dificultades suscitadas contra la autenticidad de II Tes., podemos, sin contravenir las reglas de la crítica, seguir  sosteniendo que las dos epístolas fueron dirigidas a la misma comunidad de los Tesalonicenses y hacia la misma época, 52 o 53, en el orden que las conocemos y por el mismo autor, que es San Pablo. Es el parecer de la mayoría de los autores”.

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Para finalizar, hay que decir que ambas cartas, sean o no paulinas, nos recuerdan a los cristianos verdades fundamentales de nuestra fe. Por mucho que el Señor retrase su vuelta, y se sigan reiterando las burlas de los paganos del tiempo de II Ped. (hoy sobre todo por internet), ésta se producirá algún día de manera sorpresiva, "como un ladrón" (I Tes. 5,1). Y si nosotros estamos atentos a los "signos de los tiempos" (Mt. 16,2), podemos rastrear en el nuestro algunas pistas, indicadas en II Tes., que sugieren su proximidad: una apostasía que se extiende sin freno, unida al espíritu del "anomos" (hombre sin ley). Vivimos en un tiempo marcado por las fábulas que han desterrado a la sana doctrina (2 Tim. 4,5) y por una desvalorización radical de la ley divina y natural, que deja de ser una recta ordenación de la razón para transmutarse en ideología perversa y en sensiblería tóxica. Retirados ya los obstáculos -el misterioso katejon, identificado como intuyeron muchos Padres de la Iglesia con un justo orden legal/racional, hoy desplazado-, no es descabellado pensar que pronto se encarnará ese maléfico espíritu. Y entonces el mundo pondrá la alfombra roja al "hombre de perdición" en carne y hueso, al Anticristo. 

Es verdad que desde la primera generación cristiana se han vinculado hombres perversos con el anticristo y en circunstancias más dramáticas que las que hoy vivimos  (Nerón, Diocleciano, Mahoma, Napoleón...). Muchos creyeron entonces en la inminente venida del Señor... pero Él no vino "porque aún no ha llegado su hora" (Jn. 2,4-7,30). 

Sin embargo, Dios es fiel a sus promesas; es siempre veraz y leal (II Tim. 2,13-Ap. 19,11), y sólo por eso los cristianos acertaremos algún día. ¿Seremos nosotros? ¿Contemplaremos cómo el actual estado de cosas culminará en "la gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo, ni la habrá" (Mt. 24,21)? ¿Ha llegado el tiempo de la siega (Ap. 14,15)? Terrible panorama, pero únicamente si esa gran tribulación adviene sabremos que "está cerca nuestra liberación" (Lc. 21,28). Sólo entonces miraremos fijos al cielo, abriremos nuestros brazos y exclamaremos con fe, con esperanza y con caridad: "¡El Señor viene con todos sus santos! "(Mt. 25,31, Jd. 14). 

Quizás sea hora, por lo tanto, de volver a pensar y sobre todo sentir como la primera generación cristiana de Tesalonica. Ahora bien, mientras tales eventos no ocurran, velar y orar como nos exigió el Señor (Mc. 13,33). Pero igualmente nunca olvidarnos del tirón de orejas que dio el Apóstol a esa comunidad y que sigue resonando generación tras generación:  "El que no trabaje, no coma".

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