lunes, 11 de abril de 2022

¿En qué hemos convertido la Semana Santa?


Sevilla, mi ciudad. Son las ocho de la tarde del Lunes Santo, y escribo de un tirón estas reflexiones en mi casa, tras una tarde lluviosa andando por sus calles. Espero que sirva esta apresurada crónica para despertar conciencias, aunque sé que predico en el desierto.   

Ayer -en un esplendido y luminoso Domingo de Ramos-, me vestí de nazareno en una de las cofradías de la ciudad de la que soy hermano desde nacimiento. Hoy, Lunes Santo, anunciaban lluvia, pese a lo cual todas las primeras hermandades del día pusieron sus nazarenos y los pasos en las calles de nuestra ciudad. Yo salí de mi casa a ver las procesiones, con la esperanza de que los pronósticos errasen. 

De lo que voy a narrar ahora -con inmensa vergüenza e indignación-, he sido testigo directo y voy a intentar racionalizar mis emociones, para ser lo más objetivo posible. Sé que me van a llover críticas por todos lados, pero creo que alguien tiene que decir alguna vez que el rey está desnudo. 

Me situé con mi amigo Enrique en la calle Gamazo, en pleno centro de Sevilla, para ver pasar la hermosa imagen de Jesús Cautivo de la hermandad del barrio de Santa Genoveva de la ciudad. Es una de las cofradías de recorrido más largo desde su templo a la Catedral, unas seis horas a la ida y otras seis la vuelta.  A pesar del pronóstico desfavorable, la Junta de Gobierno de la hermandad decidió hacer la Estación de Penitencia. Imprudentemente a mi juicio, pero de eso serán los hermanos de la hermandad los que deben pedir cuentas, no yo.   

Estábamos en la calle Gamazo, como digo, y sobre las 17:30 comenzó a llover. Yo esperaba que se cubriese con una lona impermeable la imagen del Cautivo, y se encaminase el paso, lo más rápido posible, al primer templo que encontrasen para resguardarse y proteger la imagen (y el dorado del paso), y que la banda de música tocase el tambor a paso ligero para animar a los costaleros. Pero para mi asombro, en la esquina de la calle Castelar con Gamazo, la banda comenzó a tocar una marcha y el paso con la imagen de la Cautivo -cubierto éste con un chubasquero-  giró hacia Gamazo con la misma lentitud y elegancia que si el día estuviera iluminado por el espléndido sol de Sevilla. Llovía sin parar y todos los que contemplaban esta tristísima escena, aplaudiendo a rabiar. Ni mi amigo Enrique ni yo dábamos crédito a lo que veíamos. Pero es que además, nos situamos a continuación tras el paso del Cautivo, y éste, desde la calle Gamazo hasta la Plaza Nueva, durante un cuarto de hora aproximadamente (sin dejar de llover) era llevado con la misma parsimonia que si se tratase de un lunes santo soleado. Y la banda de música sin  dejar de interpretar marchas, ante el entusiasmo de los que lo contemplaban. A nosotros nos parecía una locura y un insulto a la dignidad de una hermosa imagen sagrada, convertida -disculpen la tremenda imagen bíblica, pero es la que me pasaba por la cabeza- en un espantajo de melonar. 

Por si faltase algo para coronar este tristísimo espectáculo, en la Plaza Nueva, vimos dos sacerdotes -uno de ellos con sotana- quienes junto a la gran masa de espectadores, aplaudían el lento discurrir (entre la incesante lluvia y la no menos incesante música), del Cautivo con chubasquero. Estuve tentado de dirigirme a ellos y preguntarle dónde les habían formado como sacerdotes de Cristo, pero no lo hice. Quizás debía haberlo hecho o quizás no.  Ayer me confesé, y no quise ponerme en tesitura de faltarle al respeto a un ungido del Señor. Pero doy fe de lo que he visto. Y también vi y escuché a una mujer que mostró su indignación por el bochornoso espectáculo. Alguien también se daba cuenta de que el rey estaba desnudo.     

Ahora estoy en mi casa delante del ordenador. Y aunque provoque el odio de la masa fanatizada de mis conciudadanos (que han perdido el sentido más elemental de lo sagrado, y de lo que que es una Estación de Penitencia), voy a decir lo que pienso.

Las procesiones de Semana Santa, son por encima de todo, una manifestación de culto público a unas imágenes sagradas, con vistas a la conversión del pueblo. Lo principal no es el espectáculo turístico, no es salir de nazareno, ni lo es la cuenta de resultados de la hostelería hispalense. Estas cosas, con ser importantes, son secundarias para un católico, que tiene muy claro que lo decisivo es que las imágenes muevan a la piedad del pueblo. Y aunque en caso de necesidad (por ejemplo, una inclemencia metereológica) se deba cubrir a una imagen para impedir que se dañe con la lluvia, es grotesco, es ridículo y es inaceptable que, tras ponerle un chubasquero a la imagen, se mueva el paso como si ésta no estuviese  cubierta y no lloviese. Aparte de vergüenza sentí una inmensa pena. Y repugnancia, porque mi sensus fidelium me aseguraba que contemplaba un acto idolátrico. Reto a cualquiera a que me lo discuta, pero que antes de despotricar contra lo que escribo lea la sátira del profeta Jeremías, en su carta a los cautivos de Babilonia. Está en las Sagradas Escrituras, por si no lo saben. 

Sí, idolátrico. Si se me arguye que una imagen sagrada con chubasquero mueve a la misma piedad que sin él (incluso más, porque "pobrecito el Señor, si no se cubre, se moja"), diré con eso estamos cayendo en la más burda idolatría puesto que la imagen acaba convirtiéndose en un fin en sí mismo (o en un dios); no lo que debe ser, de acuerdo a la recta religión católica: un estricto medio para acercarnos a los misterios de la vida de Cristo, especialmente su pasión.  Deja de cumplir esa función si hay que cubrirla con algo tan profano como un chubasquero..., y se le sigue exhibiendo como si nada hubiera pasado. Sacrificamos la belleza y dignidad de una imagen sacra, para que la plebe disfrute con el meneo de un paso. ¡Y luego los puristas se indignan porque el presidente de la Junta de Andalucía desacralice nuestra Semana Santa, hablando de fiestas de primavera, cuando mucho peor que desacralizar es idolatrar! Y ellos, sin duda, son los primeros que aplaudían el mecimiento del paso entre la lluvia. ¡Hipócritas!

Sigue lloviendo,  he vuelto a mi casa empapado. Veo por un canal local de Sevilla, la imagen de Jesús de la Redención ante el beso de Judas, saliendo de la Catedral con un capote que cubre juntamente la imagen de Jesús y la de Judas mientras le besa ¡y sigue lloviendo! La banda toca música y los espectadores muestran su entusiasmo con aplausos. ¿Nos hemos vuelto locos tras dos años sin procesiones por el maldito covid?¿O es que realmente, como dice el profeta Oseas, "mi pueblo perece por falta de conocimiento (Os. 4,6)

Estoy cansado. Ahora son las 21 horas y llueve a manta. Y la ciudad llena de pasos en la calle, que han querido con inmensa soberbia desafiar al más elemental sentido común que indicaba que hoy no debían salir cofradías (porque no se puede dar un debido culto público en esas condiciones). Sé que estoy echando agua en el mar, porque nadie en mi ciudad -la más alta autoridad eclesiástica, la primera- tiene arrestos (por no decir una palabra más grosera pero más adecuada) para parar esta locura de hermandades regidas por impresentables, que no respetan ni a sus propios hermanos, ni a las imágenes que estuvieron ahí antes de que ellos llegasen a regir la hermandad, y ahí seguirán cuando hayan muerto. 

En realidad ellos son exactamente como el pueblo. Y le dan lo que éste quiere. Que no es una manifestación pública de fe cristiana sino un show. Eso es todo. 



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