viernes, 1 de mayo de 2020

Por qué amamos a Jesucristo.

HISTORIA DEL ARTE: EL PANTOCRÁTOR DEL ÁBSIDE DE LA IGLESIA DE SAN ...

Jesús lo intentó todo para redimir a Judas: así vio la Última Cena ...

Cuando el hombre comprende (y asume) quién es Jesucristo, su doble condición de Señor de todo lo creado y, a la vez, esclavo de cada uno de nosotros -entregado a muerte de cruz para nuestra salvación-, es imposible que su vida siga siendo la misma. Es más, diría que es ya imposible apartarse de Él.

El gran error de la predicación, antes y ahora, es omitir o minimizar alguno de ambos aspectos, que deben ir siempre radicalmente unidos: el Pantocrátor y el esclavo. El Señor de todo, y el más humilde servidor, que se arrodilla ante nosotros para limpiarnos nuestros pies sucios. 

El pasado se centró en el Dios todopoderoso y humanizado que nos juzgará, pero hoy se desplaza ese rasgo y se destaca al hombre excepcional que pasó por el mundo sirviendo y haciendo el bien, con su predicación y con sus actos. Pero ambos elementos son inescindibles y hay que tenerlos presentes siempre, en la cabeza y en el corazón. No hay un Jesús y un Cristo, no hay dos personas como pensaba erróneamente Nestorio. Sólo uno, un solo Señor Jesucristo, como recuerda el símbolo de nuestra fe.

Precisamente por integrarse en su única Persona ambas naturalezas podemos comprender por qué debemos amarle como le amamos. Con un solo amor, cierto, pero tan inmenso como el profesado a Dios, y a la vez tan intenso como el que podemos entregar a una persona humana, al hombre que hizo lo que ningún otro de la historia pudo hacer: darnos la más sublime sabiduría, salvarnos con su obra y su palabra, y elevarnos a su condición divina por el amor. 

Por eso, cuando vaya a juicio, allí estará Él como juez de mis acciones, pero en realidad, aunque lo primero que vea será el Pantocrátor -y sentiré el terror de su justicia, precisamente porque sé que será absolutamente justa-, mi corazón me dirá que ese terrible juzgador, murió precisamente para que que mis pecados no se me imputasen ante Él. Entonces -¡bendita sea su misericordia y su amor!- veré al humilde Señor, que me abrirá la puerta de la sala donde celebra su eterno banquete, y se ceñirá para servirme.

 "¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?  El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Si Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?. Como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades  ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro". (Rm. 8,31-39)

No hay comentarios:

Publicar un comentario